China y Rusia se reencuentran después de la URSS

Un horizonte prometedor saluda las relaciones entre China y Rusia. Durante el viaje que el primer ministro Vladimir Putin, al frente de una potente delegación del gobierno ruso, realizó a Beijing a mediados de octubre de este año, se alcanzaron una amplia serie de acuerdos en numerosos ámbitos. En el Foro económico sino-ruso celebrado durante su estancia en la capital china se firmaron acuerdos por valor 3,5 mil millones de dólares, destacando los suscritos por Gazprom y la CNPC (Compañía Nacional Petrolera de China). Putin ha logrado, incluso, la apertura de una iglesia ortodoxa en Beijing. La construcción de una refinería en Tiantsizin, de dos nuevos bloques en la central nuclear de Tianwan, el impulso a la construcción naval en Vladivostok, son ejemplos del avance registrado.

Otro tanto ocurre en la cooperación entre las regiones rusas del Extremo Oriente y Siberia oriental con las provincias del nordeste de China, en virtud de la aprobación de un programa de cooperación 2009-2018 que incluye 205 proyectos conjuntos, muchos de cierta importancia industrial y que forjan una alianza entre las materias primas rusas y la capacidad tecnológica, laboral e inversora china.
El impulso dado por Putin a las relaciones bilaterales se hacía esperar. El volumen de negocio entre China y Rusia en los nueve primeros meses de este año bajó a 28.040 millones de dólares, tras registrar una caída interanual del 34,9 por ciento. Las exportaciones de China a Rusia entre los meses de enero y septiembre se situaron en los 12.010 millones de dólares, lo que supuso un descenso interanual del 48,9 por ciento. En ese mismo periodo, las importaciones sumaron 16.030 millones de dólares, con una reducción del 17,9 por ciento respecto al mismo lapso del año anterior. El comercio entre los dos países había registrado un aumento del 18% en 2008, llegando a los 56.830 millones de dólares (1).

El marco general

La espectacular aproximación de los dos países en  los últimos años presenta los siguientes ejes esenciales. En primer lugar, la resolución de las diferencias fronterizas: en 2005 entró en vigor el acuerdo sobre la frontera oriental rusa (que despeja el horizonte de problemas políticos de cierta sustancia) y las preocupaciones por la afluencia de trabajadores chinos a la región siberiana, hoy más regularizada, se han visto reducidos. En segundo lugar, el interés común en desarrollar los vínculos energéticos: China invierte en las petroleras rusas, y Moscú apoya la demanda de construcción del oleoducto que llevará petróleo hasta China. Rusia colabora, además, en la construcción de nuevas centrales nucleares y termoeléctricas en China. En tercer lugar, el ámbito de la defensa: el comercio de armas prospera entre ambos países, y en 2005 se llevó a cabo un primer ejercicio militar conjunto. En cuarto lugar, la intensificación de las relaciones comerciales: en 2005, por ejemplo, el volumen del comercio bilateral se aproximó a los 30.000 millones de dólares, con un incremento del 37,1% comparado con el ejercicio anterior, manteniendo desde entonces un ritmo sostenido, con los altibajos esperados en 2009 en función de la crisis internacional iniciada a finales de 2008. Los dos países han señalado como objetivo elevar esta cifra hasta alcanzar los 60.000 u 80.000 millones de dólares para el año 2010, cifras importantes, pero aún alejadas de los intercambios que China mantiene con EEUU, Japón o la UE. En quinto lugar, en el campo de la asistencia técnica, la apuesta espacial de China agradece la tecnología rusa, que le permite una considerable economía de esfuerzos en investigación, incrementando sus posibilidades de afirmación inminente como potencia tecnológica. Por último, el hecho de compartir opiniones sobre los más importantes contenciosos internacionales (problemas nuclear coreano e iraní, por ejemplo, o la militarización unilateral del espacio por parte de EEUU) permite profundizar en una sintonía política que trata de preservar los equilibrios estratégicos. (2)
 
Por otra parte, en el fluido juego estratégico global, Rusia se perfila como aliada de China en el intento de evitar la utilización estadounidense de la India contra Beijing (similar a su alianza pasada con China frente a la URSS). Los acuerdos energéticos y las alianzas militares promovidas por China a través de Rusia e Irán intentan limitar los efectos de los esfuerzos de Washington por contener su emergencia. Si esa triple alianza llega a cuajar, a EE UU no le será fácil condicionar la agenda política regional.

En la cooperación sino-rusa ocupa un papel esencial el fortalecimiento de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS). Integrada por Rusia, Uzbekistán, Kirguizistán, Tadjikistán, Kazajstán y China (países que en conjunto suman la cuarta parte de la población mundial), sus bases principales parecen solidificadas después de más de un lustro de existencia. En ella participan también, como observadores, Mongolia, Pakistán, India e Irán. El secretariado está en Beijing. A pesar de que todos sus integrantes comparten la obsesión de que la organización no esté dirigida contra ningún país o bloque, lo cierto es que la propia existencia de la OCS sirve de escudo para la penetración de influencias externas y estratégicamente competidoras en tan importante región. Por el momento, el componente militar, a pesar de haber ganado peso en la organización, es aún de corto recorrido, pero se puede esperar que su importancia aumente en el futuro.

Para la OCS, al igual que para EE UU, el terrorismo es la coartada perfecta que justifica esa creciente importancia de la seguridad. Desde 2004 cuenta con una fuerza regional antiterrorista con base en Bishkek (capital de Kirguizistán) y los ejercicios militares, comunes y bilaterales, se complementan con medidas de transparencia. La OCS es ya una pieza clave del sistema de seguridad regional que garantiza a China un papel singular en el mismo. Por otra parte, la coordinación política de este grupo de países se manifiesta en la búsqueda del consenso respecto a sus problemas regionales e internacionales a través de un sistema de consultas cada vez más amplio y perfeccionado que incluye numerosos dominios (entre autoridades, fuerzas políticas, parlamentos, etc.). Además, la cooperación económica y comercial tiende a reforzarse para sacar provecho del creciente poder chino y su necesidad de abastecimiento de petróleo y de energía en una zona en la que también abundan los recursos minerales y agrícolas. Por tanto, la revitalización de la Ruta de la Seda cuenta ya, anticipadamente, con su paraguas estratégico-defensivo, entrando en condiciones de rivalizar con otros proyectos como el promovido por EE UU y centrado, igualmente, en aspectos como la seguridad o el acceso a las fuentes de energía.

Pero no es ése el único factor que favorece la consolidación de la OCS. El momento de buen entendimiento ruso-chino sirve de incentivo para el impulso de esta plataforma, aunque pueda acabar suponiendo su mayor hipoteca dada la inestabilidad característica de sus relaciones bilaterales. Moscú y Washington mantienen un importante pulso geopolítico en todo el espacio post-soviético, tanto en la zona europea como en la caucásica y la asiática. Esta circunstancia impulsa a Moscú a adquirir un mayor compromiso con China, tanto a nivel bilateral como a nivel regional y global. De afianzarse la alianza, la presencia e influencia de EE UU en dichos espacios, incluida la región centroasiática, conseguida bajo el pretexto del 11-S, podría tener los días contados.

La incertidumbre respecto a la futura evolución de las relaciones con EE UU y la UE, la conveniencia de aprovechar el momento para estructurar el entendimiento con Rusia sobre nuevas bases y, en general, la necesidad de velar por sus propios intereses estratégicos, también explican el interés de China por consolidar la OCS. Rusia y China comparten la opinión de que una presencia norteamericana en la región de Asia central perjudica la estabilidad al favorecer las tensiones internas con el objetivo de ganar influencia. El poder económico, comercial y financiero de China se analiza como un factor clave que puede contribuir a intensificar la integración y la alianza política entre sus miembros. Esa circunstancia permite a China salir ganando (y mucho) con la OCS, al acentuar su perfil de potencia global.

Vencer la desconfianza histórica

La aproximación sino-rusa, plasmada también en el orden cultural o humano (los rescatadores rusos fueron los primeros no asiáticos aceptados para participar en las labores de asistencia en el terremoto de Sichuan del año pasado), es una realidad que tiene como hipoteca principal una historia marcada por la desconfianza. Esa herencia no ha sido descartada del todo y la emergencia china y sus consecuencias pesan en Moscú, quien teme quedar en una posición menos favorable en el sistema internacional. No obstante esa reserva, cabe imaginar un mutuo aprovechamiento de las potencialidades y complementariedades que en el mundo presente pueda abrir mejores expectativas a la satisfacción de sus respectivos intereses regionales y globales.

 

CITAS

  1. Despacho de la agencia Xinhua, 20 de octubre de 2009.
  2. Ríos, Xulio, Mercado y control político en China, La Catarata, Madrid, 2007.