La encrucijada diplomática china

El presidente Hu Jintao ha reunido a su cuerpo diplomático para poner de nuevo a punto la agenda internacional china. Los asuntos económicos han primado en el encuentro, a sabiendas de que la crisis financiera global ha suscitado serios problemas a la economía china, advirtiendo, al igual que el primer ministro Wen Jiabao, que frente a algunos vaticinios optimistas, la crisis no se ha acabado y podría no haber tocado fondo. Pero revela también una obsesión: la economía lo absorbe prácticamente todo en China y ese pensamiento impregna también buena parte de su acción exterior.

La cumbre diplomática ha coincidido con la visita de H. Clinton a Nueva Delhi, donde ha dado otra vuelta de tuerca a la alianza indo-estadounidense, basada claramente en el desafío que para ambos países supone la consolidación de la emergencia china. Clinton invitó al primer ministro indio, Manmohan Singh, a visitar EE.UU. el próximo noviembre, siendo esta la primera invitación cursada por la administración de Barack Obama a líderes extranjeros para una visita de Estado a la Casa Blanca. Por otra parte, en Japón se abre un tiempo de espera con la mirada puesta en la alternancia del PDJ, cuyo probable triunfo el 30 de agosto podría mejorar las relaciones con Beijing, aunque sin dañarlas con Washington. No obstante, EEUU, con su triple alianza con Nueva Delhi-Seúl-Tokio plantea un serio desafío a China, que también podría tener dificultades con Taiwán al intentar abordar problemas bilaterales que vayan más allá de lo estrictamente económico. Por otra parte, su política en la península coreana se encuentra en un atolladero de difícil salida.

En otro frente importante, Obama hará lo imposible por mejorar sus relaciones con Rusia y renovar y ampliar su influencia en Asia Central. Por lo pronto, ya ha logrado mantener la base aérea de Manas, en Kirguizistán, e intentará recuperar posiciones en un territorio en el que China, a través de la Organización para la Cooperación de Shanghai, había logrado contener y reducir la influencia de Washington, acrecentada tras el 11-S. Por su parte, los disturbios del 5 de julio en Urumqi han provocado movilizaciones solidarias con los uygures, especialmente en Alma-Ata, capital de Kazajstán, un fenómeno al que China difícilmente puede responder limitándose a acusar a las fuerzas extranjeras de provocar el mayor incidente violento de su historia reciente. El principal problema está dentro de sus propias fronteras.

A las puertas de un nuevo diálogo estratégico con Washington (el próximo 27 de Julio), la diplomacia estadounidense va adquiriendo la consistencia clásica de “puño de hierro en guante de seda”. Más bases militares en Colombia (hasta cinco), más soldados en el Ejército (se anuncia una ampliación de 22.000 efectivos) y, sobre todo, un aumento de la beligerancia inteligente con sus rivales estratégicos en todos los continentes (en América Latina y África también se ha iniciado la contraofensiva), con la perspectiva de recuperar poder e influencia, combinando concesiones formales (más multilateralismo) con negativas de fondo (ni un solo movimiento para admitir las presiones rusas y chinas, por ejemplo, para reducir la significación del dólar en el sistema financiero global). La UE secunda esta política, definida por Hillary Clinton el pasado 15 de julio en el Comité de Relaciones Exteriores para “mantener el liderazgo en un mundo con múltiples socios”, sin que nadie discuta quien debe llevar la voz cantante.

Pero dejando a un lado los desafíos estratégicos habituales, el mayor problema de China es su imagen exterior. A pesar del incremento constante de sus gastos militares, no es aún China como amenaza militar la que más preocupa, sino la perspectiva de una China fuerte y poderosa políticamente no homologable. Si China acostumbra a resolver por la fuerza sus problemas internos es porque puede hacerlo y si no hace lo mismo en el exterior es porque no puede aún. Pero ¿qué pasará cuando pueda? Por mucho mundo armonioso que se proclame desde Zhonanghai, China tiene un serio problema de comunicación con el exterior, donde avanza la idea de una China ambiciosa, preocupada únicamente de su desarrollo, capaz de sacrificar cuanto sea necesario en aras de defender una estabilidad basada en el silenciamiento de toda discrepancia, desentendida de los problemas de otros (llámese Honduras, por ejemplo) y de los de todos (cambio climático), recurriendo a frases huecas dignas de la propaganda más rancia y tradicional, como hemos visto durante la reciente crisis uygur, propaganda que a nadie convence y que desvirtúa cuanta razón puedan tener las autoridades chinas a la hora de denunciar la violenta actitud de los que llama “matones”. Simplemente tropieza con la falta de credibilidad.

Y es que no basta con comprar más y más bonos del Tesoro (801.500 millones de dólares en total en junio), con enviar misiones comerciales a los países desarrollados, ni siquiera acudir en defensa de empresas en quiebra para ayudar a mantener el empleo en los países ricos…. Esas muestras de “buena fe” y de “responsabilidad” caen en saco roto cuando llevas las de perder en el frente de la comunicación, donde China puede haber mejorado el envoltorio pero sigue descuidando los contenidos. La economía no lo puede todo.   

Aunque con no pocas sombras, a las puertas del 60 aniversario de la fundación de la China Popular, el PCCh puede presentar un balance notable en cuanto al desarrollo económico del país, la reducción de la pobreza, y tantos índices que nos abrumarán en las próximas semanas, pero a pesar del esfuerzo de integración económica global de los últimos treinta años, persiste el distanciamiento del exterior. Y es verdad que existen poderosos intereses externos en que esto siga siendo así por mucho tiempo, que el foso cultural no se disipe, y que la diversidad, también en lo político, se convierta en una amenaza, al menos en tanto no abdique de sus legítimas aspiraciones a preservar la soberanía, pero la imagen en el exterior hoy es la natural consecuencia de su trayectoria interna, muy vulnerable a las críticas, y de las incógnitas que suscita tanta pasión por el crecimiento y tanto desprecio por sus consecuencias negativas y lagunas. Tan diferentes velocidades hacen saltar por los aires cualquier proclama de armonía.

Paradójicamente, cuanto más éxito pueda tener en China esa estrategia (y la tiene, a juzgar por sus niveles de aceptación), más posible es el aislamiento y la incomprensión exterior de Beijing, de forma que la simpatía que podría haber generado su lucha contra la pobreza o el hecho mismo de surgir como hipotética alternativa al imperio estadounidense, no logra seducir del todo ni siquiera a quienes aspiran desde el progresismo a lograr un mundo más digno y humano. ¿Son conscientes del problema?