Aguas revueltas

La Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ANSEA) se ha convertido en el epicentro de la política en la región de Asia Pacífico. Recientemente, la embajadora china ante la ANSEA, Tong Xiaoling, declaraba la intención de promover el desarrollo integral de la alianza estratégica bilateral. La relación iniciada hace casi 20 años ha dado un salto importante en 2010 con la entrada en vigor de una zona de libre comercio que alberga a 1.900 millones de personas. La Zona de Libre Comercio China-ANSEA, que entró en vigor el 1 de enero, ha acelerado los flujos de capital, materiales, tecnología y recursos humanos. El volumen comercial entre China y la ANSEA creció, entre enero y septiembre, un 43,7 por ciento, alcanzando los 211.310 millones de dólares. Beijing considera la situación “madura” y anuncia compromisos de inversión en numerosos campos, consciente del atractivo que su poder económico supone para los países de la zona.

La sombra que planea sobre dicha relación son las disputas por el mar de China meridional. China ha logrado solucionar sus conflictos por la isla de Heixiazi con Rusia por medio de negociaciones y ha delimitado las fronteras terrestres con todos sus vecinos, excepto India, pero no parece que el mismo guión pueda imponerse con la misma fluidez en dichas aguas. Tradicionalmente, la posición china se basa en reivindicar la soberanía promoviendo a un tiempo una solución pacífica basada en la gestión compartida de aquellos aprovechamientos que proceda. En los últimos tiempos, no obstante, la insistencia en la bilateralidad y en la no internacionalización ha ganado peso. En tal sentido, las declaraciones de la secretaria de Estado, Hillary Clinton, han despertado preocupación. Después de visitar Vietnam dos veces en cuatro meses parece haber quedado claro que EEUU busca reforzar su alianza con los vecinos de China para contrarrestar su emergencia utilizando para ello el argumento de los conflictos territoriales, aderezado con el incremento del poderío chino, tanto en el orden económico como militar. Para Beijing, las críticas a su estrategia regional son parte de las críticas al sistema político o la política cambiaria, pero no las compensa que la suficiente dinamización de medidas generadoras de confianza.

Cabe recordar que por el estrecho de Malaca, entre Malasia e Indonesia, y paso del Océano Índico al Pacífico, transita el 66% del crudo mundial, es decir, 15 veces más que por el Canal de Panamá y 3 veces más que por el Canal de Suez. China, por otra parte, es cada vez más dependiente de sus importaciones de crudo. Ello explicaría los planes del gigante asiático para reforzar su Armada. Las fuerzas marítimas de China están muy en desventaja frente a EEUU. Beijing no se siente capaz de proteger con eficacia sus principales corredores marítimos, lo que significa que la seguridad de los suministros de petróleo es comparativamente débil. Asimismo, sus estrategas no pasan por alto que las derrotas navales de la dinastía Qing frente a las potencias extranjeras precipitaron la decadencia posterior.

Hillary Clinton lleva a cabo su sexta gira por Asia, reforzada ahora con la presencia de Obama, gestionando una intensa agenda que tiene por objetivo restaurar la influencia de EEUU en la región. Washington ha asegurado que buscará un asiento en las mesas de cualquier institución regional en Asia-Pacifico donde estén en juego sus intereses políticos, económicos y de seguridad. EEUU apoya su estrategia en la alianza con Japón, Corea del Sur, Australia, Tailandia y Filipinas. Quiere integrarse en la Cumbre de Asia Oriental y además de sumarse a la iniciativa del bajo Mekong, acelera las negociaciones para lograr un acuerdo que dé paso a la Asociación Transpacífica. China, por su parte, ha rechazado la propuesta de conversaciones tripartitas sobre paz y desarrollo regionales con EEUU y Japón, calificándola de “ilusión de la parte estadounidense”.

Obama, después de los titubeos iniciales, parece apostar claramente por una estrategia de contención, especialmente en Asia meridional, donde las disputas territoriales configuran un escenario de tensión al alza que le garantiza una receptividad añadida. Puede que no le sea fácil mantener su tradicional posición de potencia dominante, pero la paralela exhibición de musculatura por parte de China le granjea no pocas simpatías entre quienes apuestan vitalmente por la afirmación de contrapesos creíbles en un contexto de acusado déficit de confianza. Este, en definitiva, es el problema a resolver.