China ante la nueva crisis norcoreana

La nueva escalada de tensión en la península coreana con intercambio de fuego entre Pyongyang y Seúl en torno a la isla de Yeonpyeong, en la controvertida frontera marítima, supone un desafío añadido para China, al tiempo que refleja con claridad las insuficiencias de su diplomacia a la hora de asegurar la estabilidad de esta zona, de interés vital desde el punto de vista geopolítico y estratégico.

Apartados xeográficos Península Coreana
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La nueva escalada de tensión en la península coreana con intercambio de fuego entre Pyongyang y Seúl en torno a la isla de Yeonpyeong, en la controvertida frontera marítima, supone un desafío añadido para China, al tiempo que refleja con claridad las insuficiencias de su diplomacia a la hora de asegurar la estabilidad de esta zona, de interés vital desde el punto de vista geopolítico y estratégico. 

Ayer mismo, Beijing clamaba por la reanudación del diálogo hexagonal mientras el enviado especial de la Casa Blanca para Corea del Norte, Stephen Bosworth, negaba en Seúl la existencia de una crisis ante las noticias de que Pyongyang seguía adelante con su programa de enriquecimiento de uranio, vulnerando las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU. 

La presencia en la zona de Bosworth fue aprovechada por Corea del Norte para escenificar su rechazo al intento de imponer condiciones previas para reanudar las conversaciones a seis bandas, iniciadas en 2003 y suspendidas en septiembre de 2009. El pasado 17 de noviembre, la prensa oficial norcoreana advertía que solo cabían dos posibilidades: o diálogo o confrontación.

China se ha mostrado reiteradamente a favor de la desnuclearización de la península, un objetivo que ansía lograr mediante el impulso de la vía negociadora, pero ni sin sanciones ni con ellas parece posible habilitar un espacio de encuentro que, al menos, congele la tensión en tanto no se encuentran soluciones duraderas a este contencioso.

Beijing viene reclamando, por otra parte, cierto reconocimiento de su posición e influencia regional, al tiempo que las relaciones con su periferia inmediata (desde la península coreana a Japón o el mar de China meridional) parecen enturbiarse cada día más, urgiendo una mayor implicación en el orden de la seguridad. Por otra parte, el incierto proceso norcoreano sugiere la intensificación de la cooperación con Washington, que siempre ha administrado con cierta ambigüedad y hoy atraviesa circunstancias complejas ante la desconfianza por el empeño en involucrarse más intensamente en los problemas de la región, quizás con el avieso propósito de contener y/o condicionar el proceso de reforma y emergencia del gigante asiático. 

China, una vez más, optará por enfriar este nuevo episodio, pero de cerrarse en falso como los anteriores, no solo no pondrá fin a los temores de una espiral de violencia incontrolada sino que, ante lo incierto de la compleja sucesión norcoreana, bien pudiéramos acercarnos un poco más al desbordamiento del conflicto.