China: país desarrollado y en desarrollo

China sube a ritmo exponencial por la escalera tecnológica. En 2010 puso en funcionamiento tanto la supercomputadora más veloz como el tren más rápido del planeta. Desde 2009 es líder mundial en patentes tecnológicas y para 2011 se estima que lo será en artículos científicos arbitrados. Tomó ya la delantera internacional en el desarrollo y comercialización de las tecnologías energéticas limpias, mientras que dos ejemplos recientes dan muestra de sus avances tecnológicos en el área militar: el “stealth”J-20, que compite en aviones de quinta generación con el F-22 Raptor norteamericano y el sistema misilístico anti navíos DF 21D, cuyo radio de acción de 1.500 kilómetros y su altísima precisión, dejarían sin capacidad de respuesta a los portaviones que se aproximasen a su aguas. En el área espacial, mientras Estados Unidos se repliega China embiste, invirtiendo masivamente en los objetivos de colocar a un hombre en la luna en 2020 y hacer el primer viaje tripulado de 80 millones de kilómetros a Marte, en 2030.

Simultáneamente, China ocupa y seguirá ocupando el primer lugar del planeta en mano de obra intensiva. La conjunción entre huelgas y aumento de salarios en empresas emblemáticas, ha hecho que la prensa occidental asocie a China con el llamado “punto de inflexión Lewis”: esa etapa particular en una economía emergente en que la mano de obra comienza a escasear, trayendo consigo inflación y disminución del crecimiento económico. Resulta absurdo, no obstante, traer a colación la tesis de Lewis cuando, según The Economist de fecha 12 de junio de 2010, China dispone de una población en edad laboral de 977 millones de personas que para 2015 subirá a 993 millones. Cierto que la política de un solo hijo irá haciendo disminuir el número de nuevos entrantes al mercado de trabajo y que éstos serán un 30% menos dentro de diez años. No obstante, la magnitud misma de las cifras involucradas y los amplios espacios tierra adentro aún por desarrollarse, hacen risible hablar de escasez de mano de obra.

Así las cosas, China puntea en los dos extremos de la escala económica: alta tecnología, en donde cada día se acerca más a Estados Unidos, y mano de obra intensiva. Esta China dual, país altamente desarrollado y al mismo tiempo en desarrollo, se ve inevitablemente sometida a importantes desafíos políticos internos. ¿Cómo hacer para que los que van adelante no aspiren a reproducir la apertura política que prevalece en Occidente? ¿Cómo hacer para que los que queden atrás no insurjan contra la brecha social?

A favor de la estabilidad de su modelo, China cuenta con una cultura política ancestral sustentada en dos premisas. Primero, la noción de que la legitimidad de todo sistema se asienta en su éxito: lo que desde fecha inmemorial se ha llamado “la bendición de los cielos”. Segundo, el confucianismo como valor, determinando el respeto a la jerarquía y a la autoridad como bases del orden social. Aunque esto último se subordina necesariamente a lo primero. Paradójicamente, sin embargo, la fortaleza del modelo viene a transformarse en su mayor debilidad: el contrato social se mantiene en tanto resulte apto para brindar resultados, rompiéndose cuando deja de hacerlo. De allí que las salvaguardas frente a las crisis puedan ser las primeras afectadas cuando la crisis emerge.

Igualmente paradójico es el hecho de que su dualidad de país desarrollado y en desarrollo, factor potencial de conflictos, puede resultar al mismo tiempo su mayor garantía para proveer resultados y evitar la crisis del sistema. Combinar niveles tecnológicos que posibiliten una movilidad social acelerada con una mano de obra lo suficientemente extensa como para garantizarse tasas sostenidas de inversión extranjera y crecimiento económico, brinda sin duda una extraordinaria flexibilidad de maniobra.