Momias que despiertan y guerreros de terracota

Las revoluciones en curso en los países arabo-africanos revelan la extrema fragilidad de regímenes aparentemente anclados en una estabilidad a prueba de crisis, abriendo el debate sobre la viabilidad de procesos idénticos en otras latitudes con sistemas políticos similares.

Para realizar cualquier tipo de paralelismo entre la situación del norte de África y China conviene fijar la atención en tres factores. Primero, el malestar social es un denominador común. También en China existe descontento por el alza de los precios de los alimentos, de la vivienda, por la exacerbación de las desigualdades, etc., bien es verdad que atemperados por otras tendencias que le otorgan el poder cierto margen de maniobra. Entre estas procedería destacar el hecho de que el mandato de Hu Jintao (iniciado en 2002) presenta como característica esencial el deseo de aproximarse a la sociedad. Sin duda, es el más social de los gobiernos de los últimos treinta años, si bien los efectos de sus políticas dejan un sabor agridulce, quedando por muy debajo de las expectativas y las necesidades reales. Buena muestro de ello son fenómenos inéditos como el suicidio de obreros o los ataques a guarderías, registrados en 2010. Ello es indicativo de un profundo descontento, de despertares dramáticos, que, por el momento, no encuentra canales colectivos de expresión.

El segundo factor a tener en cuenta es el papel de las fuerzas armadas y de los cuerpos de seguridad, también en China uno de los pilares esenciales del poder. El grado de proximidad entre el PCCh y el Ejército es absoluto. Solo una crisis muy grave podría conducir a una división de las lealtades que tendría su origen en el propio PCCh, como ocurrió durante la crisis de Tiananmen en 1989.

El tercer elemento es la apropiación personalista del poder, fenómeno no sólo presente en el norte de África sino en igual medida en realidades ideológicamente más próximas a China como Cuba o Corea del Norte, por citar dos casos. La nueva institucionalidad auspiciada por el PCCh permite hablar de una apropiación partidaria, pero no personal, respetándose las reglas de dos mandatos como máximo, la jubilación a los 70 años, la observación de los consensos internos, etc. Dichos mínimos, una reacción del propio PCCh para evitar la reiteración de cultos a la personalidad que tantos estragos causó en el pasado, alivian relativamente la presión y sugiere un equilibrio entre continuidad y cambio que modera el fantasma de la más irritante absolutización del Estado.

Las revoluciones norteafricanas, que en China fueron observadas primero desde una cautela reprobatoria pasando más tarde a una neutralidad distante, aportan además dos valores sustanciales. En primer lugar, el referido a Internet, destacando su papel como instrumento dinamizador del cambio social. En crisis recientes vividas en China (la última fue la de Xinjiang), las autoridades pudieron comprobar la utilidad de las nuevas tecnologías para facilitar el desarrollo de las protestas. Las cautelas serán redobladas y la respuesta del gobierno chino al reciente discurso de Hillary Clinton en la universidad George Washington donde anunció que EEUU incrementaría su apoyo al uso de Internet como instrumento para presionar a los estados autoritarios, usando la tecnología virtual como instrumento para desestabilizar y cambiar regímenes, alentando así una nueva ola democratizadora, apunta a la edición de una guerra fría en la Red que acentúe tantos caminos separados como sea posible.

Lo segundo, al igual que ocurrió con el Nobel de la Paz a Liu Xiaobo, estos hechos intensificarán el debate interno y las dudas acerca del futuro de la reforma política, su orientación o graduación. Cuanto ocurre en los países norteafricanos y aledaños explicita el elevado precio a pagar por la lentitud de las reformas. Hasta ahora, los reiterados anuncios de una mayor democratización del régimen no se han efectivizado de forma clara y suficiente. Las autoridades chinas, con tanta impronta en otros ámbitos, van a la zaga y están a la defensiva en esta materia. La reacción no puede limitarse ahora a preservar una estabilidad política conforme a los cánones al uso, primando el control y la represión sobre el reconocimiento de libertades y derechos elementales que hoy constituyen la base irrenunciable de cualquier normalidad.