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En su periplo por tierras americanas, el presidente chino, Jiang Zemin, realiza una importante escala de cuatro días en Cuba. A la sombra de la reciente crisis con Estados Unidos, los mandatarios chino y cubano tendrán ocasión de criticar de nuevo la prepotente actitud estadounidense en relación a terceros países y felicitarse mutuamente por esa compartida voluntad inquebrantable de tratar a Washington de igual a igual. El antihegemonismo constituye el núcleo principal de la política exterior de ambos países que, a pesar de sus evidentes disparidades, anhelan el mismo deseo de una configuración multipolar del nuevo orden internacional. Esta coincidencia adquiere cada día más relevancia en el plano bilateral y empuja a ambos países a entenderse más a fondo.

Los intercambios entre China y Cuba han evolucionado en los últimos años de forma muy estrecha aunque desigual. Los contactos políticos han sido frecuentes y al máximo nivel. Tanto Jiang Zemin, como Li Peng, Zhu Rongji, Li Lanqing o Hu Jintao han visitado la isla. Y a Oriente ha viajado el propio Fidel, su hermano Raúl, Ricardo Alarcón o Carlos Lage. La Habana tiene gran interés en dar el salto de la fraternidad política e ideológica a la construcción económica. Algunas empresas chinas llevan varios años implantadas en Cuba. En la actualidad, funcionan once empresas mixtas, pero sus inversiones en sectores clave como las telecomunicaciones o el turismo, aún son escasas. Fidel aguarda y desea una implicación mayor del país oriental en su desarrollo económico.

Cuba sigue con mucho interés el proceso de cambio en China, aunque, como es conocido, es infinitamente menos atrevida. Les une la ideología, pero les separa la intensidad del pragmatismo. Fidel no es tan audaz como Jiang Zemin. Estratégicamente comparten la gestión de una transición que debe evolucionar “de una relativa imperfección a una perfección relativa”; y, tácticamente, ambos cultivan el nacionalismo como irrenunciable aglutinador social. Fidel le recordará a Jiang Zemin que Cuba fué el primer país de Sudamérica que reconoció a la China Popular y que también los chinos tienen en la isla un monumento a sus caídos en la guerra por la independencia con una inscripción en la que puede leerse: “No hubo un chino desertor, no hubo un chino traidor”. Mientras buena parte de los sinólogos y analistas occidentales consideran que China galopa ya a caballo del capitalismo, en La Habana existe el convencimiento de que en China se está dando un rodeo para construír el socialismo. El Partido es la garantía. Con cesiones mutuas, (los chinos a la ideología, los cubanos, al pragmatismo), ambos dirigentes podrían, a partir de ahora, establecer las bases de una nueva relación más llena de contenidos visibles.