Bush escucha a Jiang

El Gobierno de Beijing ha minimizado el descubrimiento de un gran número de micrófonos en el Boeing 767 que Estados Unidos vendió a China para uso de su presidente, Jiang Zemin, asegurando que no afectará a las relaciones entre ambos países.

Este no es un hecho aislado sino revelador de las dificultades objetivas existentes para construir un marco bilateral de relaciones China-EEUU basado en la mínima confianza. Bush y Jiang, que ya mantuvieron un encuentro en Shangai en octubre en el marco de la Cumbre de la APEC (Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico), tienen previsto una reunión el próximo mes. Algunos analistas han señalado que la fuerza reordenadora del 11 de Septiembre bien podría dejar atrás el mal sabor del incidente del avión EP3 o del bombardeo de la embajada de Belgrado, e incluso que China habría obtenido buenas ventajas de apoyar la estrategia estadounidense ante la represión en Tíbet o Xingjiang, o en relación a Taiwan.

Es verdad que Jiang Zemin es consciente de la necesidad de mantener buenas relaciones con Estados Unidos en un difícil equilibrio, sin quedarse fuera de juego, pero sin implicarse en operaciones que no puede controlar. China, a diferencia de Rusia, por ejemplo, no secundó las acciones militares promovidas por Washington a raíz del 11-S y observa con mucha preocupación el estacionamiento de tropas de EEUU en las bases militares próximas a su territorio. Le inquieta especialmente la legitimación de la expansión del ámbito de actuación de la OTAN mucho más allá de las fronteras europeas.

En la reunión de la APEC no hubo piña en torno a Estados Unidos. Sólo Japón y Corea del Sur justificaron su estrategia. Y es que inicialmente China es más perjudicada que beneficiada. Su relación con Rusia -ahora volcada hacia Occidente-, se ha quedado en cuarentena.

El futuro del Grupo de los Cinco (Rusia, China, Kazajstán, Kirguiztán y Tadjikistán) está en entredicho; su influencia en Pakistán, creciente en los últimos años, ha venido a menos. La guerra ha quitado a China de en medio en todos estos escenarios en los que había incrementado sustancialmente su presencia y proyección.

Las relaciones entre Estados Unidos y China se encuentran en una fase de observación mutua. En Beijing toma cuerpo la idea de que la estrategia de contención prima en el enfoque de la Administración Bush que, a diferencia de la anterior, cuenta con una mayoría de especialistas en Asia oriental que son expertos en Japón pero no en China, asegura Liu Xiabo, director del East Asian Institute de la Universidad de Columbia.

Esta circunstancia provoca cierto debate en las más altas instancias del gobierno y del Partido en Beijing. Mientras unos procuran sortear los continuos altibajos, desmontando uno a uno los problemas que van surgiendo y apostando por un tiempo de espera para que el pragmatismo reoriente las tensiones, otros sectores, especialmente el Ejército, exigen más firmeza.

Lo cierto es que la contundencia del 11-S permitía pensar, a priori, en una participación activa de China en la cogestión de la crisis, pero Bush optó por desperdiciar una ocasión excelente para plasmar el tan cacareado entendimiento civilizatorio en contra del terror. ¿Irán los confucianos después de los musulmanes? Huntington dixit.