China: ¿Más cambio sin cambio?

El pasado 16 de marzo finalizaba un nuevo período de sesiones de la Asamblea Popular Nacional (ANP) de China, sin grandes novedades en cuanto a los contenidos del debate político suscitado, pero si en lo que se refiere a los cambios introducidos en las principales instituciones del Estado. Tal y como ya se había preestablecido seis meses antes en el XVI congreso del Partido Comunista de China, al relevo en la secretaría general, Hu Jintao por Jiang Zemin, debería sumarse un “nuevo rostro” en los principales puestos de mando del proceso de reforma. Ha llegado la hora de la “cuarta generación”.

Asi, Li Peng fue sustituido por Wu Bangguo al frente del Parlamento, Zhu Rongji por Wen Jiabao al frente del ejecutivo, Li Ruihan por Jia Qinglin en la Conferencia Política Consultiva del Pueblo Chino. Los cambios han afectado también a numerosos miembros del gobierno, del Comité Permanente de la APN (el Parlamento real que sesiona ininterrumpidamente todo el año) y otras instituciones. Por otra parte, Jiang Zemin, emulando a su mentor, Deng Xiaoping, se sitúa al frente de la Comisión Militar Central, colocando además al lado de Hu Jintao a su hombre más fiel, Zhen Qinghong, en la vicepresidencia del Estado, aunque sin posibilidades de futuro de no ser por una decepción de las expectativas puestas en Hu Jintao. Formalmente, Zhen Qinghong ocupa la quinta plaza en la jerarquía del poder, pero será el autentico número dos del régimen, la figura de mayor peso político.

Ese es el nuevo mapa del poder en China (más detalles en la sección Mundo Chinés de la web de Igadi: www.igadi.org). Un cuadro pacientemente diseñado, ya no durante la larga década de Jiang Zemin, sino, en el caso de Hu Jintao, en tiempos de Deng Xiaoping, quien había fijado su atención en este líder tecnocrático, de buena formación, con experiencia en el manejo de los asuntos centrales y periféricos (Tibet) y con un sólido apego a la política de reformas desde su privilegiada posición como rector de la Escuela Central del Partido, responsabilidad que ahora asume Zhen Qinghong, y que traslada la idea de la importancia que se concede a la formación de los responsables y cuadros a todos los niveles en la interiorización del discurso modernizador del país.

Hu Jintao es un gran desconocido. Sus contactos con el exterior han pasado desapercibidos. Los viajes a Estados Unidos y Europa de 2002 se han caracterizado por la discreción, con escasa trascendencia a la opinión pública. Algunas fuentes apuntan a que el nacionalismo es su motivación principal, pero puede ser una conclusión precipitada, directamente relacionada con unas intervenciones producidas en los días siguientes al ataque contra la legación diplomática china de Belgrado.

Jiang Zemin no desaparece de la escena, evidentemente. Su posición al frente de la Comisión Militar Central le proporciona una atalaya privilegiada y esencial en el peculiar universo político chino para influir en los acontecimientos y, sobre todo, para surgir como figura providencial en tiempos de crisis, asegurando la fidelidad de las Fuerzas Armadas. Diferente es la situación de Zhu Rongji y Li Peng, que, voluntariamente o no, deberán pasar página, si bien, en ambos casos, sus sucesores han trabajado codo con codo en sus respectivos ámbitos y son grandes conocedores de lo que se espera y no se espera de cada uno de ellos. En ambos casos, el continuismo parece ser la tónica, tanto en el bajo perfil político del legislativo como en la profundización de las reformas económicas.

Todos ellos “jóvenes” en la frontera de los sesenta años, que han vivido la Revolución Cultural en la adolescencia avanzada y la autentica madurez en los inicios de la reforma de Deng, momento en que han iniciado su ascenso político, y por lo tanto, inicialmente, muy comprometidos con la reforma. Todos ellos llamados a un mandato que únicamente puede revalidarse en una ocasión y que situará a China en diez años en una nueva frontera difícil, quizás en la más delicada para la supervivencia del proyecto reformista de cambio sin cambio, promovido por Deng.

Nos adentramos, pues, a priori, en un tiempo de continuismo y calma, exento de tensiones en la cúspide del Partido, con personas de aparente bajo perfil político y mayores dotes técnicas, carentes de brillo y legitimados no por el ardor y el voluntarismo revolucionario (con sus aspectos positivos y negativos), sino por el éxito de una reforma económica que ha transformado buena parte del paisaje socioeconómico de China.

Las primeras señales del nuevo poder chino se han movido en dichos cánones. De una parte, abrazo a la teoría de las tres representaciones y nuevo impulso al cambio económico con la supresión de la Comisión Central de Planificación. De otra, prohibición, en principio provisional, de un semanario de Guangdong en el que un antiguo secretario de Mao, Li Rui, publicaba una tribuna de opinión llamando a la profundización de las reformas políticas. Ambos ejemplos son significativos de la orientación de los nuevos líderes, hombres de consenso, adoctrinados y, en apariencia, sin el empuje ni las ideas propias que podrían bien acelerar la conversión al mercado o impulsar la experimentación de nuevas formas de organización económica, social o política, derivadas de su singular y compleja identidad política y cultural.

Los desafíos de los nuevos mandatarios

¿Sus principales retos? Si la estabilidad de la estructura institucional y partidaria no parece apta para sorpresas, los nuevos dirigentes, felices por el tránsito pacífico a la cuarta generación de la República Popular, si deberán enfrentar retos importantes.

En el ámbito interno, el acento debería ponerse en la reducción de los desequilibrios y desigualdades. La sensibilidad de los dirigentes chinos a este respecto ha crecido en los últimos años, pero la realidad se ha agravado. Por ello, los esfuerzos por lograr una mayor y mejor redistribución de la renta, haciendo depender el crecimiento (8% en el primer trimestre de este año) no tanto de la inversión extranjera, orientada con dificultad a las zonas del oeste y centro de China, sino del consumo interno, para evitar que la situación pueda llegar a ser insostenible.

La estrategia de desarrollo acelerado de China necesita con urgencia una dimensión social. Atrás han quedado las penurias de otra época. Los nuevos dirigentes no dispondrán del margen de tolerancia de la “tercera generación”, con una perspectiva histórica y una legitimidad que, pese a todo, les hacía más respetables a los ojos de buena parte de la sociedad china. Después de casi un cuarto de siglo de reforma es hora ya imprimir un nuevo ritmo que extienda el milagro económico a las capas más desfavorecidas y olvidadas, so pena de que se olviden también los imperativos sociales que dicen guiar la reforma china.

A la par de los cambios estructurales, en los ámbitos financiero, fiscal, laboral y social, etc., los nuevos reformistas deberán digerir las consecuencias prácticas de la aprobación de la “teoría de las tres representaciones” que, en suma, pretende legitimar la incorporación de los nuevos ricos al Partido, para evitar su marginación o la búsqueda de la satisfacción de otros intereses al margen de las estructuras políticas tradicionales. Ya presentes en buena medida en las instituciones, está por ver en que medida altera la naturaleza de clase del Partido Comunista, iniciando quizás aquí, su lenta transformación en una entidad interclasista que, siguiendo el modelo de Taiwán, pueda en la próxima década abrir paso a un pluralismo efectivo con admisión de la alternancia en el poder, hoy rechazada con la fórmula de la “participación en el poder”.

Esa inclusión de las fuerzas “avanzadas” del país incorpora demás un reto ideológico de envergadura que influirá en el agravamiento de la erosión de las principales señales de identidad del comunismo chino.

La difícil relación con Estados Unidos

En el ámbito exterior, las dificultades pueden ser mayores. Los nuevos dirigentes se hallan presos de una contradicción. De una parte, necesitan y desean mantener un nivel de diálogo o entendimiento razonable con Washington, a quien le unen, de una parte importantes lazos económicos y empresariales;de otra, la necesidad de evitar una alteración unilateral del statu quo de Taiwán. Pero la Administración norteamericana parece haber decidido hace ya tiempo que China es su gran rival estratégico y en la actual política de “ejercicio del poder para impedir que surja un poder alternativo”, todas las miradas de la Casa Blanca se dirigen hacia el viejo Imperio del Centro.

La sensación de cerco que se respira en Zhonnanghai es cada vez más evidente. De Asia Central a Irak se le están cortando todas las vías ideadas para superar el desabastecimiento energético chino. En Beijing no se alberga esperanza alguna en cuanto a una retirada de las tropas desplegadas en dichas regiones. Una vez presentes, harán todo lo posible por asegurar su estacionamiento permanente a fin de condicionar los proyectos y ambiciones de las potencias rivales. En China, a la vista de lo sucedido con Irak, se interioriza cada vez más la idea de un enfrentamiento con EEUU como algo inevitable y que se puede producir en un futuro no muy lejano.

En ese camino, la alianza estratégica con Rusia se antoja esencial. En serio peligro a raíz de los sucesos del 11S, hoy parece sin embargo que Moscú, sin abandonar Europa, está reorientando buena parte de su estrategia petrolera hacia Asia, con el fin de iniciar la explotación de los yacimientos siberianos, de magnitud desconocida. En mayo de este año, Putin debe confirmar la próxima construcción de dos oleoductos de una longitud aproximada de ocho mil kilómetros, uno hacia Japón y otro hacia China. Rusia es aún el tercer productor mundial de petróleo, después de Arabia Saudita y Estados Unidos. El primer oleoducto en ser construido será el “chino”. Los trabajos deben iniciarse de inmediato y su finalización está prevista para el año 2005. Hoy las importaciones chinas de petróleo dependen de Oriente Medio en un cincuenta por ciento. La vía rusa parece la más segura para garantizar el alto nivel de aprovisionamiento que exige su acelerado desarrollo.

Sortear con habilidad a EEUU, evitando el enfrentamiento directo, parece ser la opción elegida por los nuevos dirigentes chinos que no evitan serias críticas a la Administración Bush en su planteamiento imperial. China sigue apostando por la multipolaridad. No obstante, aún participando en el coro de voces críticas a la política estadounidense, no es previsible que asuma una posición de liderazgo. Los debates en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas a propósito de la resolución presentada por EEUU, Reino Unido y España, evidenciaron su diplomacia de segundo plano, discreta pero abiertamente discrepante.

Conclusión

En apariencia, pues, el nuevo equipo dirigente chino no supone más que un importante cambio de personas a la cabeza del país, sin sorpresas en cuanto a las designaciones ni a sus planteamientos políticos. Aún así, sería un error pensar que dichos cambios carecen de importancia y vale la pena observar todos y cada uno de sus movimientos a partir de ahora para advertir la presencia de algún atisbo o señal de innovación, especialmente aquellos no directamente relacionados con la inevitable secuencia de sustituciones y nombramientos que deben contribuir a fijar las respectivas bases de poder.

Cabe señalar que si bien comparten los principios y objetivos generales del proyecto reformista no estamos ante individuos clónicos y las cambiantes circunstancias del mundo en que vivimos pueden exigir mayor audacia y atrevimiento del que a ellos mismos les gustaría aplicar.