China vuelve al Centro

China ha entrado en el siglo XXI con un empuje que todos los observadores reconocen, especialmente en el ámbito económico. Su condición de motor de la economía internacional le ha sido reconocido a todos los efectos y con todos los honores por el Foro Mundial. En los últimos veinticinco años, desde que Deng Xiaoping, a finales de 1978, logró convencer al Partido Comunista de China para iniciar una nueva senda de transformación del país, no en el plano de las conciencias (como soñaba Mao) sino en el de las realidades, único medio de convertir al viejo Imperio del Centro en una gran potencia, capaz de proporcionar a sus muchos millones de habitantes un nivel de vida modestamente acomodado, el recorrido ha sido largo y no exento de dificultades. Pero los mayores problemas pueden aún estar acechando.

Hu Jintao, al frente de la cuarta generación de dirigentes, es la nueva cara emergente de China. Jefe del Estado, secretario general del Partido Comunista, su posición en la cúpula del poder, aún no es del todo confortable, debido a la presencia de otros cuadros impuestos por Jiang Zemin, su antecesor en el cargo y presidente de la Comisión Militar Central. La carrera de Hu estaba predestinada para asumir las máximas responsabilidades del país desde que Deng Xiaoping lo eligió (y preparó) para desempeñar esa tarea. Todos han respetado el deseo de Deng, aún teniendo otros preferidos y no disponiendo Hu de base de poder propio. Ello da idea del valor de los compromisos en esta sociedad y de la vigencia en ella de los valores ancestros del confucianismo, incluso en las capas más militantes de un Partido nominalmente comunista.

Desde que ha asumido su mandato, que solo podrá renovar una vez por imperativo constitucional, Hu Jintao ha debido enfrentar situaciones de alto riesgo y que nos pueden dar una idea de los desafíos que China debe afrontar y de la actitud que va a predominar entre sus dirigentes en los próximos años. Veamos algún ejemplo.

En primer lugar, la neumonía atípica. La enfermedad ha puesto a prueba la actitud de las autoridades chinas y evidenciado lo imposible de aislar a su país del resto del mundo. Existen crisis que no se pueden afrontar seriamente sin establecer un marco mínimo de cooperación con terceros. Hay integraciones que no se eligen y el país debe responder a ese reto. Probablemente la lección de la neumonía ya ha sido aprendida por las autoridades sanitarias del país y la movilización y transparencia que se registra en cuanto a la magnitud de la propagación del Sida es hoy mucho mayor que antes de este episodio. El ocultamiento no es posible y los vanos intentos en ese sentido acaban por tener consecuencias para la economía interna y para la imagen de China en el mundo, algo que preocupa cada vez más en Pekín.

La neumonía ha sido una amenaza sanitaria de alcance mundial, con foco originario en China y que sus autoridades han afrontado a remolque, de forma totalmente tradicional, procurando ocultar las carencias y evitando dar malas noticias para que la sociedad no se desanime al descubrir que no vive en el mejor de los mundos posibles y que el Partido lo resuelve todo a la perfección y con el único recurso de los medios propios. Hu Jintao ha actuado con bastante energía y el problema parece controlado, pero está por ver que se haya comprendido bien y del todo que existen otras maneras, insoslayables, de participar en los asuntos mundiales, más allá de lo económico.

En segundo lugar, la irrupción en la carrera espacial. El envío por parte de China de un vuelo tripulado al espacio culmina un largo proceso iniciado con gran modestia a finales de los años cincuenta. En la década siguiente su objetivo principal se había reorientado al desarrollo de satélites de recursos, meteorológicos, de comunicaciones y recuperables, abandonando el programa de tripulación espacial debido a sus elevados costes. En el momento de su reinicio, en 1992, esa misma razón descartó el propósito de aspirar a una estación espacial independiente, optando por el desarrollo de laboratorios tripulados o sin tripulación en el espacio, con una generosa atención a las necesidades en materia de defensa, alertados por la exhibición tecnológica de EEUU en la Guerra del Golfo del año anterior. Esa perspectiva se mantiene aún en el Libro Blanco de la navegación espacial china, aprobado por el Consejo de Estado en noviembre de 2000, según el cual, una estación espacial con participación china sería únicamente imaginable concretando fórmulas de cooperación con terceros países.

Con este viaje tripulado, China, con la boca pequeña y a la chita callando, sin los arrebatos triunfalistas de Mao cuando pronosticaba alcanzar y superar a Gran Bretaña en quince años en la producción de acero, nos envía el mensaje de que no solo aspira a producir más y más barato inundando todos los mercados del planeta sino que se prepara a marchas forzadas para estar en disposición de recuperar las posiciones de primacía científica que albergó hasta hace cuatro siglos, como nos recuerda ejemplarmente la obra de Joseph Needham.

En tercer lugar, China se ha implicado más en la solución del problema de Corea. En Pekín se han celebrado en 2003 conversaciones al máximo nivel para evitar que el conflicto en esta península se agrave y mostrando una disposición mayor para buscar alternativas compartidas y asumibles por todos. Esa filosofía se advierte también en el Libro Blanco sobre Políticas hacia la UE, aprobado en octubre de 2003, el primer documento público emitido en relación con la política exterior del país. En el se indica que la nueva dirección china impulsa un vuelco al estilo diplomático, un nuevo pensamiento basado en el concepto de “participación activa” que sugiere el fin del bajo perfil mantenido hasta ahora en las relaciones internacionales.

Quiere todo ello decir que si los anteriores veinticinco años de la reforma china se han centrado en el plano interior, modernizando la economía, desarrollando el país, familiarizándolo con las nuevas tendencias mundiales sin renunciar a su identidad, etc., la nueva etapa, que coincide con el más importante relevo generacional de la China Popular, puede adquirir un perfil más exterior. Ello puede verse favorecido por varios factores, entre otros, la superación de las mayores debilidades internas, su mayor presencia internacional, el cambio de la última década en la situación mundial y sobre todo después del 11S, y la percepción de que sin una mayor implicación en el mundo será difícil hallar alternativas a las dificultades que pudieran surgir en el proyecto modernizador. El mundo ha cambiado y no todo se puede hacer ya desde dentro.

Un ejemplo: las necesidades energéticas. Aún contando con el embalse de las Tres Gargantas, o la reciente decisión de construir 30 reactores nucleares de aquí a 2020, abriendo una nueva era atómica, China necesitará aprovisionarse de petróleo y gas para facilitar su desarrollo en las próximas décadas. Sus reservas son limitadas y hoy día es una potencia importadora. Las posibilidades conocidas en su entorno geográfico más inmediato, el mar de China meridional, es fuente de conflicto, que no desea, y que aleja deliberadamente al potenciar marcos estables de cooperación con las naciones del sudeste asiático.

Una de las primeras decisiones del nuevo equipo dirigente fue la creación de un Grupo de Trabajo interministerial que coordinará las áreas de diplomacia, defensa y energía. Esta inclusión de la energía deja entrever claramente la naturaleza de los problemas que vislumbra Pekín para los próximos años. Las expectativas que tenía en Asia Central quedaron truncadas y la guerra contra Irak sitúa sus importaciones de Oriente Medio (la mitad del total) en una difícil encrucijada. Por eso dirige su mirada hacia Rusia, impaciente con el proyecto de construcción de un oleoducto que permitirá la comercialización del crudo de los yacimientos siberianos a partir de 2005.

Así pues, con su crecimiento exponencial, China ha llegado a un punto en el que ya no es suficiente la economía interna. De su peso en la economía mundial, su ingreso en la Organización del Comercio, se derivan exigencias cada vez mayores, en la forma y en el fondo. Pekín ya ha adoptado el método estadístico internacional para evitar las críticas sobre la fiabilidad de sus datos económicos, un sistema nuevo que no estará completo hasta 2006, pero es un problema menor comparado con el que ha debido afrontar sobre la apreciación del yuan, aún sometido a debate.

En un primer momento, el gobernador del Banco Central chino, Chou Xiaochuan, se mostró partidario de estudiar la posibilidad de vincular el yuan o renminbi a una cesta de monedas de sus principales socios comerciales, eliminando el vínculo directo con el dólar, establecido en 1994. Para EEUU sería la mejor manera de combatir las consecuencias del incremento de las importaciones originarias de China, pero Pekín descarta cualquier cambio en la política monetaria que desacelere su economía.

A los contactos y presiones diplomáticas se ha sumado más recientemente la entrada masiva de dinero caliente en el país. A finales de junio pasado, las reservas de divisas alcanzaron los 346.500 millones de dólares, con un incremento de 60.100 millones en seis meses, frente a una previsión normal de 35.000 millones. En el mismo período, la inversión extranjera directa llegó a los 30.300 millones de dólares. La presencia de esta importante masa de dinero responde a las expectativas de una inminente devaluación del renminbi que producía el doble efecto de estimular la fuga de capitales nacionales y la entrada de capitales de corto plazo que desean obtener rápidos y pingües beneficios.

Los pareceres en China no son uniformes en torno a esta cuestión. Lin Yifu, célebre y reputado economista, apuesta por mantener la estabilidad de la tasa de cambio del renminbi, señalando que carecen de fundamento las críticas que culpan a la moneda china de los problemas de las economías de algunos países desarrollados, en especial Estados Unidos, el más insistente. Además, según este responsable del Centro de Investigación Económica de la Universidad de Pekín, una apreciación afectaría negativamente a una economía como la china que presenta aún presiones de deflación y que se encuentra con una capacidad de producción en exceso. La apreciación afectaría negativamente a las exportaciones y sobre todo agradaría a los capitales especulativos pero no beneficiaría la marcha de la economía nacional, una máxima que en China cuenta lo suyo.

Otros analistas, como Chen Mingxing, economista del Centro de Información Estatal, son partidarios de abordar la reforma del actual sistema de cambio, optando por dejar flotar el renminbi dentro de un ámbito más controlable y más amplio, abandonando la rigidez actual que puede dificultar el acompañamiento de la reestructuración de la economía mundial. Pero el debate no ha hecho más que empezar.

Paradójicamente, los movimientos y discusiones en torno al futuro de la moneda china evidencian la creciente significación internacional de su economía, pero igualmente la importancia de que su proceso de integración en la economía internacional se produzca de forma tranquila. Esa tranquilidad dependerá en buena medida de su capacidad para conservar aquellos mínimos resortes de soberanía que le permitan mantener un adecuado nivel de dominio sobre las variables fundamentales que inciden en su desarrollo.

Esa inevitable implicación en los temas mundiales no debe hacerle olvidar, por otra parte, que en el país y en el ámbito social son muchas aún las cuestiones pendientes. No es fácil manejar la economía en una sociedad de más de mil trescientos millones de habitantes, pero el olvido del impulso social puede tener efectos desastrosos sobre el proceso de reforma. Hasta ahora, salvo la crisis de 1989, los conflictos, múltiples a pequeña escala, se han ido solapando. Motines y enfrentamientos de diverso tipo se han desatado en numerosos lugares de su geografía, pero sin afectar a la estabilidad general del proceso. Esa suma de gotas puede desbordar el vaso si no se toma en serio la disposición de medidas de amortiguación de los efectos de las reestructuraciones en los sectores más vulnerables, en especial la gran empresa estatal, que experimenta un profundo cambio.

La reciente crisis de la neumonía ha evidenciado las inmensas flaquezas del sistema sanitario chino. Pero no se trata de la excepción, sino de la regla. Un repaso al sistema educativo, del subsidio de desempleo, las pensiones, etc., nos advierte del insuficiente acompañamiento en lo social de las reformas económicas. Ese equilibrio debe ser objeto de particular atención. Las autoridades han puesto en marcha diferentes iniciativas experimentales, que han reforzado con una nueva conquista del Oeste chino, un espacio territorial gigantesco marginado de la bonanza costera, pero su prioridad es secundaria. De aquí a los Juegos Olímpicos de 2008, serán muchas las inversiones a hacer y numerosos los cambios en la geografía infraestructural del país, pero sin el diseño de un sistema social China no entrará en el siglo XXI, al menos con buen pie. Más tarde o más temprano eses olvidos acaban pasando factura.

De Hong Kong a Taiwán

Otra prueba más de la imposible separación de lo interior y exterior y de la progresiva asunción china de la interdependencia, la hemos observado en la última crisis política vivida en la Región Administrativa Especial de Hong Kong. A seis años de la retrocesión, miles de ciudadanos se manifestaban en contra del intento de desarrollar legislativamente el artículo 23 de la Ley Básica de Hong Kong que contempla la posibilidad de dictar normas para “prohibir cualquier acto de traición, secesión, sedición o subversión contra el Gobierno Popular central”, el robo de secretos estatales o el establecimiento de vínculos con organizaciones o grupos políticos del exterior. La principal paradoja de la iniciativa radicaba en el hecho de ser la propia autonomía quien, al parecer de motu propio, instigaba una reforma que acabaría con el clima de tolerancia política de la región, clima que otorga una singularidad especial a Hong Kong y que, de ser suprimido, abriría el camino a la homologación con el continente, entrando aceleradamente en la fase terminal de una coexistencia que había nacido, en palabras de Deng Xiaoping, para durar, al menos, cincuenta años.

¿Tenía problemas Pekín en Hong Kong lo suficientemente graves como para arriesgarse a dar ese paso? El miedo a la inestabilidad y a la pérdida del control del proceso de reforma constituye un eje esencial de la lógica política de los dirigentes de Zhonnanghai. La crisis de la neumonía atípica había evidenciado la imposibilidad de sostener una política de control informativo global que encuentra en Hong Kong mecanismos de alivio que escapan al dictado administrativo y cuestionan por lo tanto no solo la autonomía real de los dirigentes locales sino también la veracidad de la información procedente de Pekín, internacionalmente carente de crédito. El clima de transparencia existente en Hong Kong ha favorecido al conjunto de la opinión pública internacional y obligado a las autoridades continentales a ofrecer más información de la que, probablemente, estarían dispuestas a ofrecer de buen grado. Ese “daño” no ha sido menor y las autoridades se disponían a aprender la lección y enmendar las fugas metiendo en cintura a quienes sueñan con poner contra las cuerdas al inmenso gigante chino desde el otro lado del sistema.

Pero Hu Jintao ha dado marcha atrás. De aprobarse la nueva legislación, la desconfianza podría hacer quebrar todas las expectativas. Hong Kong nunca dejará de ser una importante referencia para el desarrollo regional, especialmente en el sur de China, pero la obsesión por el control político puede derivar en una asfixia que, progresivamente le haga perder esa condición de centro financiero y comercial de proyección internacional que actualmente simboliza. La preservación de la autonomía parece una cuestión vital pero difícil de asentar en la práctica por la escasa tradición descentralizadora de la administración china.

Desde otra perspectiva, cuanto ocurre en la antigua colonia británica impacta al otro lado del Estrecho. Desde Taipei, al tiempo que se enviaba a los hongkoneses un interesado mensaje de solidaridad, se acusaba a China de violar el acuerdo de retrocesión. Las dificultades de Hong Kong para hacer valer su autonomía y sostener la singularidad de su sistema político entrañan para la sociedad taiwanesa un valor pedagógico inocultable: ¿se puede confiar en la palabra de Pekín? No, dice su presidente Chen Shuibian, quien ha vuelto a la carga en las últimas semanas con la idea de ensayar un referéndum en la isla, primero sobre el futuro de la cuarta planta nuclear o el ingreso en la Organización Mundial de la Salud, quizás sobre los misiles que apuntan a Taiwán desde el continente, pero dejando la puerta entreabierta a una consulta sobre la reunificación con China o la independencia.

El Parlamento taiwanés aprobó la legislación reguladora del referéndum. La propuesta gubernamental pretendía definir los caminos para hacer posible una consulta sobre la soberanía del país, hoy “provincia rebelde” de China. Sin embargo, los legisladores, de mayoría opositora al presidente Chen Shui-bian, descartaron expresamente la convocatoria en temas sensibles como “el cambio de bandera nacional, del nombre del país, del himno nacional y del territorio así como la soberanía”. En Beijing, Zhang Mingqing, portavoz de la oficina de asuntos de Taiwán del Consejo de Ministros, advertía nuevamente contra el peligroso rumbo impulsado por los independentistas del Partido Democrático, asegurando que no permanecerán “sentados con los brazos cruzados”, y que China adoptará acciones para impedir “a toda costa” la independencia de Taiwán.

Con todo, las restricciones impuestas a la normativa impulsada por el gabinete de Chen bien pueden satisfacer a China y aliviar sus temores. De ser un proyecto para contar con los medios legales para proclamar la independencia, el mecanismo resultante ha derivado en una hipotética fórmula para fortalecer la democracia favoreciendo la participación ciudadana en la toma de decisiones sobre asuntos de gran importancia. En suma, que Taiwán podría llegar a ser una especie de Suiza oriental. Ha sido con ese cambio de orientación como el texto ha conseguido el apoyo de la mayoría opositora, inicialmente inclinada a rechazarlo de plano. A pesar de ello, el presidente Chen advierte que el texto aprobado le autoriza a convocar consultas sobre asuntos relacionados con la seguridad nacional en caso de que Taiwán se sienta amenazado por fuerzas exteriores.

Intentando quitar hierro a las propuestas de Chen, el vicepresidente del Consejo para los Asuntos de China Continental, Chen Ming-tong, asegura que lo aprobado en nada afecta a la política taiwanesa hacia Pekín. “Esta es una reforma democrática, que aspira a establecer en Taiwán una democracia plena y no un acto para fomentar la independencia”, asegura. Tratando de reducir la alarma, este alto funcionario hacía públicos los resultados de una encuesta del Centro para la Investigación de Elecciones de la Universidad Nacional Chengchi, según los cuales casi el ochenta por ciento de los ciudadanos de Taiwán aceptaban la idea de mantener el actual status quo existente entre los dos lados del Estrecho. La encuesta también reveló que solamente un 7,4 por ciento de los entrevistados apoya la propuesta china de “un país, dos sistemas”, rechazo reforzado con un sentimiento de percepción de hostilidad de China hacia Taiwán que es valorado por un 69,4 por ciento de los entrevistados.

El Partido Democrático Progresista milita a favor de la taiwanización del país. La soberanía pertenece al pueblo, proclama, y debe ser este quien decida en referéndum sobre su futuro. De la reclamación genérica de independencia a la posibilidad concreta de la consulta, el nerviosismo continental ha ido en aumento, realizando maniobras militares en las provincias del Sur situadas enfrente de Taiwán cada vez que había elecciones, crispando más una situación que, paradójicamente, empujaba al electorado en la orientación contraria a la deseada por Beijing.

Hu Jintao tiene aquí otro reto complicado. En los años de mandato de Chen, China ha perdido influencia política en Taiwán y ganado influencia económica. Pekín es como una esponja para Taipei: no hay forma de frenar la atracción de capitales, a pesar de la desconfianza y la inseguridad que aún presiden las no-relaciones bilaterales, una situación propia de la guerra fría y bien impropia si nos atenemos al próximo ejemplo coreano. Desde 1995 no hay diálogo, pero el negocio crece y crece. La inversión taiwanesa en China continental supera los 60.000 millones de dólares, a pesar de existir un régimen restrictivo para el comercio y la inversión directa en China, hoy más suavizado y difícil de evitar por la escasa autoridad política existente sobre el mercado y las empresas, que se conducen buscando su propio interés.

Con un nuevo liderazgo en el Partido y en el Estado, en China se analizan con lupa las posibilidades de consolidación del PDP al frente de Taiwán, a prueba en marzo próximo. El programa inmediato de Chen se centra en promover el referéndum y una nueva Constitución. Sus propuestas deben abrirse camino en un mapa político habitado por dos grandes espacios. De una parte, el Kuomintang y el Partido Pueblo Primero de James Soong y el Partido Nuevo. Son los llamados azules. Aceptan la existencia de una China expresada de diferente manera en los dos lados del estrecho y conectan mejor con las tesis de Beijing. Para los verdes, PDP y la Unión Solidaria de Lee Teng-hui, se debe hablar de dos países, dos realidades políticas diferentes.

¿Lecturas? En primer lugar, el abandono de la moderación soberanista del PDP, apoyado en un lenguaje equívoco, tiene mucho de estratagema electoral y constituye una arriesgada apuesta de Chen. Segundo, la actitud dialogante de la oposición, ha permitido desactivar los elementos más polémicos de la propuesta y dificultar su implementación hasta niveles que la hacen prácticamente imposible en lo más delicado, la independencia. Tercero, China tiene la última palabra, pero la ausencia de diálogo le obliga a gesticular. Pekín se enfrenta a una tesitura delicada: transmitir firmeza sin adoptar acciones que refuercen electoral y políticamente a su rival más peligroso. Su hostilidad es el mejor argumento de Chen.

Estados Unidos: más que gùke (cliente), menos que tóngzhí (camarada)

El otro gran frente de preocupación es Estados Unidos. Las relaciones económicas y comerciales avanzan a buen ritmo, pero hay desentendimientos de fondo. De enero a octubre de 2003, los intercambios comerciales se habían incrementado un 30,7% en relación al mismo período del año anterior. EEUU no sabe como resolver el déficit comercial con China. Las presiones monetarias o la guerra del textil no han dado el resultado esperado. Wen Jiabao, el primer ministro chino, de visita en EEUU el pasado mes de diciembre, no ha cedido a las presiones de Bush. Al menos, por el momento.

China se esfuerza por desarrollar una relación constructiva con EEUU, pero no resulta fácil. El ataque contra Irak, se afirma en Renmin Ribao del 22 de marzo de 2003, forma parte de la estrategia neoimperialista de EEUU que aspira a dominar el mundo. En Pekín crece el convencimiento de que los últimos movimientos de la Administración estadounidense, desde el ataque a Afganistán a la guerra contra Irak, están dirigidos a contener la emergencia de China, el rival estratégico más importante de Washington en los próximos quince años. Los analistas, tanto civiles como militares, llaman la atención sobre el cerco de bases e intereses americanos que están proliferando en toda la periferia china, a fin de dificultar el incremento de su expansión pacífica y crecen los pronósticos de un enfrentamiento directo e inevitable entre los intereses de ambos países a medio plazo.

En ese contexto, huyendo de todo propósito de fraguar un nuevo bloque antihegemónico, China trata de fortalecer sus relaciones con Rusia, tanto a nivel bilateral como a través de la Organización de Cooperación de Shanghai, en la que ambos participan junto a otros cuatro estados de Asia central. La cooperación también está presente en el entorno regional más próximo, el sudeste asiático, participando con la ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático) en los foros de seguridad, y alentando el proyecto de creación de una zona de libre cambio que abrirá un mercado común para 2.000 millones de personas en una década. Pekín ha conseguido además firmar en junio pasado un pacto de colaboración con India, que deja atrás varias décadas de mutuo recelo. El entramado atiende no solo a cuestiones económicas o de seguridad antiterrorista, sino también a aspectos culturales, económicos o sociales, con especial énfasis en la lucha contra la pobreza.

Esa red cooperativa ha cosechado un éxito importante en América Latina. Brasil y China han establecido una relación estratégica que impulsará los intercambios comerciales y la cooperación Sur-Sur que aquí ya cuenta con una expresión especial en el lanzamiento de recursos terrestres desarrollados en común por ambos países. Argentina también se ha sumado a este proceso, circunstancia que es vista con preocupación en EEUU porque puede congelar aún más su proyecto del ALCA.

Esta red china prioriza los países en desarrollo con quienes comparte puntos de vista comunes en muchos temas internacionales: la negativa a aceptar la guerra como única solución frente al terrorismo, prioridad a las soluciones políticas y a la diplomacia, papel central para Naciones Unidas en el sistema internacional, rechazo del unilateralismo, apuesta por la multipolaridad, etc. No hay en ello ningún atisbo de solidaridad ideológica, que por el contrario le hubiera conducido a estrechar vínculos con países como Corea del Norte, Laos, Vietnam o Cuba. Desde 1991, con todos ellos ha mejorado sus relaciones, pero en ningún caso ha pretendido actuar como una versión oriental y sustitutiva de la extinta URSS.

Reflexión final

¿Cuál será el lugar de China en el mundo? En el exterior, China buscará en primer lugar, más y mejores garantías para la supervivencia del régimen. Esa ha sido la clave esencial para impulsar un proceso de reforma que ha desnaturalizado las bases ideológicas de un país que se define como socialista y en el que las incrustaciones capitalistas asoman por doquier. ¿Será la nueva política exterior china el otro brazo del sistema económico que ayude a alejar a China de un hipotético socialismo o encontrará aquí las referencias esenciales para construir un orden mundial más equilibrado y justo? El pragmatismo y la prioridad a los intereses nacionales serán la norma en el comportamiento de China y debiera ser equilibrado con el compromiso en los ámbitos mundiales, con una sustancial moderación de la reivindicación de su absoluta libertad de acción, aceptando que la interdependencia y la multipolaridad pueden exigir nuevos modos de conducta y concesiones que nunca deben ser interpretadas como la retrograda expresión de la simple intervención en los asuntos internos de otro tiempo.

China, como en el pasado glorioso que tanto impregna su memoria histórica, puede volver a ocupar una posición central en el desarrollo mundial en el presente siglo, pero en ese camino no todo dependerá del nivel de desarrollo económico alcanzado; deberá demostrar también que aspira a construir una sociedad internacional más justa y próspera para todos. Ello significa que en su proceso interior debe asumir un mayor compromiso con la modernización social; y en el exterior, expresar una participación más activa y de respaldo a aquellas fuerzas que reivindican una sociedad más libre y segura.