Chinos a la deriva

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El incendio de un barco que servía de residencia permanente a un total de 128 pescadores frente a las costas del principal puerto de Taiwán, Kaoshiung, a 300 kilómetros de la capital, Taipei, ha dado a conocer las precarias condiciones en que desarrollan su vida y trabajo estas personas. De los siniestrados, uno, Zhang Qinjin, permanece aún desaparecido y otros 10 sufrieron heridas de diversa consideración. La mayor parte eran de origen chino y 5 procedían de Vietnam. El patrón del barco Yuanshen No. 2, era de origen taiwanés.

Según Diao Chunhe, presidente de la Comisión de Coordinación para la Cooperación Pesquera a través del Estrecho, entre 20 y 30 mil pescadores de la parte continental viven en estos barcos flotantes de propiedad taiwanesa. Abandonados a su suerte, en medio del mar, son presa fácil de los fuertes vientos y lluvias torrenciales que asolan la zona con cierta frecuencia, afectando muy seriamente a su seguridad. Los armadores taiwaneses iniciaron la captación de esta mano de obra, abundante y barata, en la década de los ochenta, evitando hablar de su regularización hasta 1998, siempre con muchas reticencias y con escasas iniciativas para mejorar sus condiciones de vida y trabajo. Tampoco las autoridades de China continental se han esmerado en urgir un comportamiento más acorde con el respeto de los derechos sociales y humanos. La falta de entendimiento y diálogo entre Taipei y Beijing perjudica gravemente la situación de estos trabajadores.

Se trata de una modalidad más del frecuente desplazamiento de líneas de producción o de explotación de recursos que procuran la obtención de elevados beneficios con un mínimo coste. En la vecina Xiamen y numerosos lugares de las provincias costeras de Fujian o Guangdong es común encontrar numerosas industrias de capital taiwanés, y también de otros países asiáticos o europeos, que, al amparo de una legislación muy permisiva de las autoridades continentales chinas a fin de atraer la inversión exterior, organizan un ciclo de trabajo, descanso y ocio que gira en torno a la propia fábrica, próxima a la danwei de la China comunista, en la que no solo se organiza el trabaja sino que dispone de departamentos específicos para planificar desde la boda de sus empleados hasta sus vacaciones. Los dormitorios colectivos y en la propia empresa cierran el ciclo vital de una mano de obra, en su mayoría procedente del campo y que aspira a una vida mejor.

La situación de los pescadores residentes en aguas del Estrecho tiene en común muchos de estos parámetros, pero carece de la más mínima organización o amparo y su actividad y existencia se desarrollan en las más precarias condiciones imaginables.

La acción de rescate de los naufragados exigió la utilización de helicópteros y otros medios similares dada la gravedad del temporal, empujado por el tifón Nakri. Los marineros afectados fueron acogidos durante varios días en las dependencias de la Lonja de Chiencheng, abordándose por primera vez, en declaraciones del primer ministro Yu Shyi-kun al diario Taipei Times, la necesidad de habilitar fórmulas de asilo temporal en las instalaciones construidas en las áreas portuarias con el apoyo de las asociaciones de pescadores. Pero a los pocos días de la tragedia muchos iniciaban el regreso al “hogar” marino, a los buques-vivienda existentes en Tunghang o Pingtung. Los pescadores no tienen confianza en las autoridades y saben que después de la tormenta llegará esa lamentable calma que es sinónimo de simple olvido.

Hasta la fecha, los únicos supuestos en que las autoridades de Taiwán admiten el alojamiento de los pescadores en la isla se refieren a casos de enfermedad o de tormentas, procurando restringir sus movimientos al entorno pesquero y garantizando la atención mínima en materia de alimentación o vestimenta. Las normas dictadas por el gobierno de Taiwán en 1998 precisan que solo cuando los vientos superen la fuerza siete (entre 50 y 61 km/hora) o existan problemas de enfermedades contagiosas a bordo, se admitirá, excepcionalmente, el eventual desembarco. Las condiciones impuestas a los marineros originarios de China continental resultan, en este sentido, manifiestamente más gravosas y discriminatorias que las ofrecidas a los pescadores procedentes de los países del Sudeste asiático, que tienen acceso libre a tierra firme. Un régimen nada comparable a la protección y garantías que en China continental se dispensa a capitales y empresarios procedentes de Taiwán. Ambas partes se han preocupado de ello.

Las autoridades de Taipei acusan a las continentales de falta de interés e incluso de impedir una negociación que resuelva de una vez por todas esta situación, agravada en los últimos meses con la aparición de diversos tipos de documentos de identidad que dificultan, aseguran, las labores de verificación y control. Un portavoz gubernamental, Chuang Suo-hang, ha asegurado que mientras China continental no regularice la situación de sus propios pescadores, proporcionando a cada uno de ellos documentos regulares con garantías de autenticidad, no es posible suavizar los férreos controles aduaneros, oficialmente destinados a evitar el tráfico de drogas o de armas, por otra parte, a pesar de tanta modernización, aún tan presentes hoy como hace décadas o siglos, en las actividades de piratería y contrabando que se amparan en las turbulentas aguas de los mares de China.

La gravedad del accidente del buque Yuanshen No.2 provocó la inmediata denuncia y condena por parte de las agrupaciones de pescadores de China continental y obligó al gobierno de Beijing a extremar la prohibición de las actividades de “cooperación e intercambio de servicios” entre las dos orillas del Estrecho. Como consecuencia de esta suspensión, unos cinco mil barcos de bandera taiwanesa se vieron obligados a amarrar en los puertos, al no disponer de trabajadores suficientes para salir a faenar. Diputados del Partido Pueblo Primero, en la oposición al presidente Chen Shui-bian (Taiwán), anunciaron que esa prohibición se puede levantar pronto, pero que el gobierno debe arbitrar nuevas medidas para encarar esta situación desde una perspectiva más integradora y humanitaria. Según uno de sus portavoces, Cheng Mei-lan, en declaraciones recogidas por la Agencia Central de Noticias, los buques taiwaneses necesitan entre 20 y 30 mil pescadores continentales para desarrollar su actividad en condiciones normales; por ello deben implementarse fórmulas para superar las actuales carencias y proporcionar unas condiciones de trabajo minimamente dignas a todos ellos.

En el año 2000, Taiwán ordenó la creación de cinco “centros de operaciones” o puntos de desembarco en los que atender las urgencias de estos pescadores. En la actualidad, solo Tungkang, en Pingtung County, se encuentra en fase de realización. Las demás, Nanfangao (en Ilan County), Patoutzu (en Keelong City), Nanliao (en Hsinchu County) y Wuchi (Taichung County), se encuentran operativas. En ellos la máxima autoridad es el oficial de inmigración, quien supervisa todas las tareas y vigila las instalaciones. Igualmente, en el perímetro taiwanés se delimitan hasta 21 áreas concretas en las que se autoriza la instalación de estas peculiares danwei flotantes.

Durante esta crisis los representantes de las asociaciones semioficiales que en China y Taiwán se ocupan del diálogo bilateral, han conversado telefónicamente en varias ocasiones y acordaron la organización de un grupo de trabajo que debe reunirse en Beijing en fechas próximas. La parte taiwanesa ha iniciado el diálogo interno, entre los representantes del ministerio de agricultura y pesca y los de la industria del sector, anunciando que está dispuesta a incrementar los salarios y beneficios sociales de los marineros de la China continental, además de dotarles de los correspondientes seguros. Lo que no está claro aún es si permitirán a los pescadores desembarcar en Taiwán en vez de obligarles a vivir masificados en los barcos, extremando una situación de práctico abandono en las aguas del estrecho y que sería muy fácil de suavizar.

La negociación, sin embargo, a la vista de los antecedentes, puede dilatarse y una vez superada la tensión, anímica e informativa, del momento, puede pasar a segundo plano la urgente necesidad de adoptar las medidas legales necesarias que aseguren la protección y todos los derechos de estos trabajadores, utilizados hoy como un ingrediente más del propio proceso de diálogo bilateral que se sitúa muy por encima de sus aspiraciones y problemas. En las relaciones China-Taiwán, cada negociación, cada paso adelante, puede rápidamente convertirse en un paso en falso, habida cuenta de la precariedad del diálogo y las miserias de un patriotismo con tendencia a ridiculizar aquellos contenidos que afectan a intereses considerados menores.

Las nuevas dificultades surgidas este verano como consecuencia de las declaraciones del Presidente de Taiwán, Chen Shui-bian, en las que reafirmó, primero, su apuesta por el actual statu quo (“cada parte, un país”) y anunció, después, la intención de impulsar una iniciativa legislativa para crear el marco de una consulta futura sobre la independencia, dejan entrever un nuevo parón en el diálogo bilateral, otra vez bajo mínimos, que afectará a todos los asuntos pendientes. En Beijing, preocupados por el diseño del escenario que se abre después del inminente XVI Congreso del Partido Comunista de China, las declaraciones de Chen se consideran interferencias sediciosas y harán lo posible por erosionar su imagen, aunque ello vaya en detrimento de las no menos legítimas aspiraciones de los más débiles y víctimas desgraciadas de tan particular tira y afloja.