El miedo a China

Ha sido la excusa de fondo ideada por la India para justificar la realización de sus pruebas nucleares, velozmente secundadas por Pakistán. Pero se trata también de un argumento cada vez más recurrente en todo tipo de análisis internacionales: ¡cuidado con China!. Y no pocos asienten con comprensión.

Desde hace años, Lester R. Brown (Worldwatch Institute) no para de hacer proyecciones alarmistas respecto de las consecuencias mundiales del progreso, tan asombroso, de China. Según sus pronósticos, criticados también por otros analistas occidentales, como muy tarde en el año 2030, China padecerá una fuerte insuficiencia de alimentos y como consecuencia los cereales escasearán en todo el mundo. En términos de polución, nos aguardaría una situación no menos preocupante. Los chinos, no sin cierto sarcasmo, cuentan que durante el Período de las Primaveras y los Otoños (770-476 a.n.e.) un hombre del estado de Qi no tenía descanso ni para comer ni para dormir por miedo a que el cielo se desplomara. Aún asi, hoy se preocupan de estos temas mucho más que hace algunos años.

Quizás el primero en disparar otras alarmas fue Samuel P. Huntington con su teoría del choque de las civilizaciones. Según este profesor de la Universidad de Harvard, en la posguerra fría, la fuente principal de conflictos en el mundo no va a ser ideológica o económica si no que vendrá determinada por el hecho civilizatorio. Huntington clasifica las civilizaciones en ocho categorías y una de ellas es la confuciana. Su teorización concluye que las no occidentales desafiarán a las occidentales e identifica a las civilizaciones confuciana e islámica como las más peligrosas para nuestros intereses y valores, pues su poderío militar se está ampliando considerablemente en las respectivas áreas de influencia.

Bernstein y Munro, autores de The coming conflict with China, aún reconociendo que China es hoy más abierta y está más comprometida internacionalmente que nunca, consideran que se está convirtiendo en una gran potencia rival de Estados Unidos en el Pacífico. Para Munro, “impulsada por el sentimiento nacionalista, el ansia de redimir las humillaciones del pasado y la elemental ambición de lograr poderío internacional, China aspira a sustituir a Estados Unidos como potencia dominante en Asia”. Nunca podrán ser socios, concluyen, sino adversarios.

La noción de China como una amenaza gira sobre todo en torno a su crecimiento económico y su fuerza militar. Cuando eran mucho más pobres de lo que hoy son, la lástima y cierta condescendencia podrían ser los sentimientos predominantes en muchos occidentales respecto a China. La ironía nos permitía incluso especular sobre la inmensa población china, “capaz de invertir la órbita de la tierra con la mera sincronización de un leve salto”. Pero ahora emerge como un nuevo polo de poder mundial que por sus dimensiones demográficas y territoriales ni puede ser obviado ni es fácil de acorralar. En consecuencia, asistimos a una relectura poco tranquilizadora de las relaciones de China con el mundo en general y con Occidente en particular. Ante la perspectiva de más de 1.200 millones de chinos, la quinta parte de la población mundial, trabajando a todo ritmo para vendernos sus productos a bajo precio, cuesta reprimir un sentimiento de invasión.

En las antípodas de esas primeras reflexiones podemos situar otras voces no menos autorizadas como la de Zbigniew Brzezinski, ex-asesor del presidente Carter, quien en The Grand Chessboard afirma que es impensable un equilibrio de poder estable en Eurasia “sin una comprensión estratégica cada vez más profunda entre Estados Unidos y China”. Asumiento la necesidad de evitar temores excesivos respecto del creciente poderío chino, Brzezinski, que denuncia esa creciente obsesión por China como potencia global y amenazante, apuesta con claridad por comprometer a Beijing en un diálogo estratégico para acomodarla constructivamente en el ámbito regional y mundial. Pero además relativiza y con argumentos la posibilidad de que China se transforme en una gran potencia a corto plazo. Incluso en lo militar, asegura, no está en condiciones de realizar un esfuerzo preocupante sin afectar negativamente al crecimiento económico a largo plazo, en similares condiciones a los efectos registrados en la economía soviética por causa de la carrera de armamentos. Aún multiplicando por tres, como sugiere Munro, sus cifras oficiales de gasto militar, su presupuesto queda muy por debajo en relación al de los de los demás miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

Con la mejora de su economía, China percibe que hoy tiene una oportunidad de oro para satisfacer sus intereses estratégicos. ¿Expansión de su influencia o eliminación de posibles amenazas? En los últimos años ha resuelto o encauzado los numerosos litigios fronterizos que le enfrentaban a sus muchos vecinos. Subsisten los desacuerdos sobre las islas del mar de China meridional, pero ha mejorado notablemente sus relaciones con la practica totalidad de los países de la zona, situando en un plano privilegiado las de contenido económico. Bien es cierto que no ha descuidado la cooperación militar (muy estrecha con Myanmar por ejemplo que le facilita el acceso al Indico, o con Pakistán, por supuesto), pero tienen por delante una ardua tarea para modernizar sus fuerzas armadas. Incluso la propia India tiene dos portaaviones, mientras que China, con una franja costera enorme, no cuenta aún con ninguno. Pese al indiscutible reforzamiento de sus capacidades defensivas, lo que siempre impone cautelas, aún es un gigante con pies de barro en numerosos aspectos.

Que en la discusión de los problemas de seguridad de toda la región se tome en consideración a China, como ya viene ocurriendo en temas como Corea del Norte o Camboya, parece lo más lógico. Por eso es necesario reforzar y perfeccionar los mecanismos de cooperación y defensa existentes en la zona, complementando los de carácter económico y comercial, de forma que se moderen las tendencias hegemonistas. Un discurso que alimente la desconfianza, que busque los espacios de confrontación y no de entendimiento, solo conseguirá alentar el nacionalismo chino, una atractiva tentación para suplir con un nuevo imaginario el déficit de legitimidad producido por la erosión de continuas incrustaciones de “peculiaridades” capitalistas en un edificio político maoísta amenazado por la ruina.

Lu Xun, uno de los escritores chinos más famosos de este siglo, acostumbraba a decir que “a través de las épocas, los chinos han visto a los extranjeros de dos formas: o hacia arriba, como seres superiores, o hacia abajo, como animales salvajes”. Pongamos las cosas en su sitio, disuadamos con firmeza a quienes se empeñan en lo contrario y no desgraciemos la oportunidad histórica de tratarnos de igual a igual.