La Asamblea china: ¿Puro teatro?

El conjunto de propuestas y debates que se han venido planteando en la reunión anual del Parlamento chino y que han sido aprobadas con una mayoría aplastante ““solo 10 votos en contra y 17 abstenciones- sugiere algunas reflexiones. En primer lugar, en el plano de la reforma política, asunto eternamente ausente en lo sustancial en el largo proceso de cambio en China. El reconocimiento de la pluralidad en las formas de propiedad, con especial mención de la propiedad privada ¿podría conllevar la aceptación también del pluralismo político? Un mayor reconocimiento de los derechos humanos ¿implicará una profundización en la democratización del sistema? Ciertamente, esos dos aspectos, los más sobresalientes de las modificaciones constitucionales que se han aprobado, junto a la inclusión de la teoría de la triple representación en el frontispicio constitucional, sugieren matices y se podría pensar en la afirmación de una lenta tendencia hacia una mayor democratización del sistema político, una dificultad principal en el horizonte de la estabilidad china para los próximos años y la primera e incuestionable para alcanzar uno de los principales objetivos de la reforma, la unificación del país con Taiwán.

Pero sorpresas aparte, es difícil que esa liberalización formal acarree algún tipo de liberalización política real. Wang Yukai, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Xinhua lo tiene claro: la reforma política no puede obviarse pero debe tener lugar dentro del sistema. Es decir, debe ser una reforma gradual y de arriba hacia abajo, pero sin procurar el cambio del sistema político y social vigente. Debe proveer de medidas para controlar los abusos de poder de los funcionarios del Partido, pero no subvertir el mandato del Partido. Reforma no es sinónimo de división de poderes sino de adecuación del poder a las nuevas situaciones generadas en el contexto del avance de la reforma económica.

Más bien nos hallamos ante otra muestra de la evidente capacidad de adecuación de los dirigentes chinos y una versión más de su concepción instrumental de formulaciones que ellos mismos definen como ajenas, especialmente clara en lo que se refiere a la propiedad privada, pero también en el segundo aspecto, los derechos humanos. Bien es verdad que se ha recorrido un largo camino desde 1991, año en que China, coincidiendo con el derrumbe soviético, dejó de oponerse frontalmente a esa concepción. Hasta entonces, la contraposición y el sistema de prioridades entre derechos económicos, sociales y culturales, y los derechos civiles y políticos, había marcado uno de los más duros conflictos ideológicos de la guerra fría. Es evidente, sin embargo, que si bien China, inteligentemente, ha incorporado los derechos humanos a su discurso formal, en términos generales no ha ocurrido así con sus implicaciones prácticas.

Dos son las principales razones que han justificado la demora de recepción en la vida y el sistema político. De una parte, el relativismo cultural. Según esta lectura, la tradición propia, o lo que es lo mismo, la excepcionalidad de los valores asiáticos, hunde sus raíces en la subordinación del individuo a los intereses colectivos y establece considerables diferencias respecto al exacerbado individualismo occidental. Además, socialmente, en el Imperio celeste, se encontraría más extendida y arraigada por la acción de los muchos siglos de impregnación confuciana que por las breves décadas de marxismo-leninismo, pensamiento Mao Zedong.

De otra, el subdesarrollo. China es un país que ha progresado mucho pero aún en vías de desarrollo y primero debe solucionar sus problemas económicos; después vendrá la reforma política. Para ilustrar este argumento con frecuencia se recurre en Beijing al ejemplo de la transición en los países del Este: la política precedió a las reformas económicas con efectos desastrosos en la mayor parte de los casos; o, sensu contrario, a algunos países asiáticos en los que el proceso inverso, impulsado desde arriba y lentamente, ha resultado más exitoso. Temerosa de la anarquía, China se suma así a la tesis, bastante reaccionaria por cierto, de quienes opinan que sólo a partir de un determinado nivel de bienestar se pueden imaginar elevados niveles de democracia y de libertad.

Pero hay más. No es una mera cuestión de tiempo y riqueza. La dirigencia china reivindica una comprensión “correcta” del reconocimiento de los derechos humanos en su país. ¿Que quieren decir? El ejercicio de los derechos civiles y políticos debe enmarcarse en el perfeccionamiento del sistema legal y la ampliación de la democracia socialista. El sentido final de las reformas en este plano no es otro que el fortalecimiento de la legalidad, la institucionalización de un estado de derecho que no implique la desnaturalización del actual poder político: ¿la cuadratura del círculo?

Bienvenidas las reformas, pero democracia y pluralismo, al menos por el momento, no serán sinónimos en China. Profundizar la democracia significa, a lo sumo, mejorar el sistema de asambleas populares desde el nivel central hasta los niveles de base. El sistema multipartidista en China se contempla como un mecanismo de participación en el poder (a través de la Conferencia Política Consultiva del Pueblo Chino donde se integran los demás partidos legales) y nunca de oposición o alternativa al Partido Comunista. Y en tal orden de cosas no existen ni fisuras ni tensiones en el actual equipo dirigente. El cierre de filas es total.

En segundo lugar, y aquí podría hallarse uno de los signos de identidad del nuevo equipo que lidera Hu Jintao, cabe destacar como materia de esta Asamblea, el giro social. Oficialmente se ha interesado destacar que en el informe de gestión presentado por el primer ministro, Wen Jiabao, solo 20 de los 107 minutos que ha durado su exposición, se han dedicado a ensalzar los logros del ejercicio anterior. Como no podía ser de otra forma en un dirigente que por primera vez comparecía ante el Parlamento, su mirada se ha dirigido hacia el futuro y apuntando dos ideas esenciales: no vale el crecimiento a cualquier precio, es necesario reintroducir el concepto de la prosperidad común. Ello significa que cobrarán fuerza en los próximos años la justicia social o el desarrollo sostenible y se adoptarán políticas más activas para corregir las desigualdades y desequilibrios sociales y territoriales.

Hu Jintao, que ha dejado sentir su liderazgo con decisiones atrevidas (la política de comunicación durante la epidemia de SARS, la supresión de las reuniones lujosas de la dirigencia china en el balneario de Beidaihe, o la nueva obligación del Buró Político de rendir cuentas ante el Comité Central del Partido) quiere cerrar la etapa del “enriquecerse es glorioso” ““y unos a cuesta del sudor de otros- para enfatizar la necesidad de “enriquecerse todos juntos”. La supresión del igualitarismo maoísta, recuerda Hu Angang, economista de la Universidad Xinhua, ha derivado en la aceleración de versiones muy extremas de la desigualdad, que ahora se intentarán corregir.

Cambios y giros, pues, que amplían la reforma y acentuarán la complejidad social, haciendo inevitable un mayor pluralismo de ideas que con toda probabilidad repercutirá también en la actividad política con suficiente fuerza como para alterar su funcionamiento tradicional. En anticiparse o resistirse puede radicar la viabilidad futura del régimen chino.