La carrera sucesoria en China

Pasado el feliz trago del ingreso en la Organización Mundial del Comercio (OMC) y la exitosa visita de George Bush, los dirigentes chinos concentran ahora toda su atención en la preparación del inminente relevo de Jiang Zemin. El XVI Congreso del Partido Comunista de China está previsto para el próximo otoño y la magnitud de los cambios previstos exige, en primer lugar, una adecuada preparación y, en segundo lugar, la fijación de unas reglas de juego que limiten los “daños colaterales” del proceso. Existe el temor fundado de que nuevos escándalos de corrupción, algunos semisepultados como el de Xiamen, puedan ser utilizados como arma arrojadiza para eclipsar las posibilidades de algunos candidatos y sus padrinos. Es llamativa, por ejemplo, la reciente protesta desarrollada sin represión policial, en pleno centro de Beijing, contra el hijo de Li Peng, Li Xiaoyong, acusado de haber llevado a la ruina a numerosos pequeños inversores al cerrar su empresa, dedicada al corretaje de materias primas agrícolas. Al parecer, su padre no está implicado directamente en el escándalo, pero el affaire le deja una posición incómoda justamente cuando numerosas voces alertaban sobre sus resistencias y presiones.

Se trata de un cambio muy importante pues no solo abandonará sus cargos Jiang Zemin, quien probablemente mantendrá por un tiempo la presidencia de la Comisión Militar Central, sino también la mayor parte de los miembros del Comité Permanente del Buró Político (Li Peng , Zhu Rongji, Li Ruihuan, Li Lanqing, Wei Jiangxin). A primera vista, por razones de edad, unicamente permanecería en su puesto Hu Jintao, de 58 años. También se verán afectados, por tanto, el Gobierno y la Asamblea Nacional, pero el eje central de la nueva situación vendrá determinado por los cambios en el Partido, “donde reside la clave para llevar a feliz término las cosas en China”, como enfatizaba Jiang Zemin en el discurso conmemorativo del 80 aniversario de la fundación del PCCh en el pasado mes de julio.

¿Está clara la sucesión? Hu Jintao, que visitó hace unos meses casi de incógnito varias capitales europeas, Madrid incluída, actual vicepresidente del Estado y responsable del Secretariado del Partido, es el sucesor con más posibilidades, pero no tiene todos los ases en la mano y deberá aceptar las proyecciones que le impongan los demás. Hombre de aparato, académicamente formado en China y experimentado en las Juventudes Comunistas y en el trabajo en provincias con minorías nacionales (Guizhou y Tibet), tiene a su favor que nadie parece tener un candidato propio en el que insistir y ello puede favorecer su consolidación como aspirante más firme. Promovido en su día por Deng Xiaoping y Hu Yaobang, tiene en contra una relación venida a menos con Jiang Zemin.

Cuando los mecanismos de traducción formal de la representatividad no funcionan, más aún en una sociedad como la china tan deudora de la milenaria tradición autocrática y en la que, como señaló Fairbank, el monopolio del poder y la politización caminaron siempre a la par, conviene fijar la atención en pequeñas acciones y gestos que a pesar de su aparente insignificancia pueden sin embargo dejar entrever algún significado político. El equilibrio de fuerzas, las relaciones personales, el parentesco, etc, adquieren así una dimensión sustantiva que en condiciones de normalidad en modo alguno podrían alcanzar.

La atención principal se centra en tres figuras del Secretariado, auténtico “vivero” del futuro Comité Permanente. Wen Jiabao y Luo Gan son figuras en ascenso. Ambos cuentan con el apoyo de Jiang Zemin con quien mantienen una buena relación, especialmente el primero. La otra gran figura del momento es Zeng Qinghong, miembro también del Secretariado y desde hace algún tiempo acompañante habitual de Jiang Zemin en muchas de sus comparencias públicas. Ortodoxo y con sensibilidad de izquierda, tiene a su favor además un parentesco acreditado. Su padre, Zeng San, fue un dirigente muy prestigiado de la primera generación, víctima de la Revolución Cultural, primero responsable de los servicios de inteligencia y más tarde acusado de espía y encarcelado.

La actitud ante Falun Gong aparece hoy como un elemento que sirve de singular referencia para ubicar a los diferentes personajes. En primer lugar, por el desafío que representa al Partido en términos de implantación y movilización social. En segundo lugar, por cuanto supone de identificación con el proyecto denguista que tanto insiste en la construcción de las dos civilizaciones (material y espiritual), en la formación de una generación en la que los ciudadanos no solo vivan mejor sino que además tengan ideales, cultura, moral y disciplina. A este respecto, aún coincidiendo todos ellos en la caracterización negativa y peligrosa de la secta, la sensibilidad de Luo Gan y Wen Jiabao, en cuyas fotos oficiales aún presenta la vestimenta típica del maoísmo, están más próximas a Jiang Zemin. Por el contrario, la actitud ante el movimiento inspirado por Li Hongzhi, es motivo de acentuada discordia con Hu Jintao. Perteneciente a una familia de larga tradición intelectual, Hu Jintao, aún criticando la secta, desaconseja la fórmula represiva como vía idónea para atajar Falun Gong.

No parece que en esta ocasión pueda el Ejército Popular de Liberación desempeñar un papel especialmente relevante. El ministro de defensa, Chi Haotian, que también se jubila, asegurará el visto bueno castrense a los relevos. Hu Jintao se ha cuidado de reiterar guiños a sus intereses. Baste recordar su comparecencia pública para alentar las manifestaciones antiamericanas a raíz del bombardeo de la legación diplomática de Belgrado durante la guerra por Kosovo. No obstante, tratarán de concentrar su presión en aquellos segmentos de mayor proyección de sus intereses: política exterior y Taiwán. Si bien Tang Jiaxuan probablemente continuará en el cargo, Qian Qichen, viceprimer ministro y responsable de las relaciones con Taiwán, también se jubilará. Al Ejército le importa especialmente incrementar su influencia en la toma de decisiones respecto a la política hacia Estados Unidos.

Por último, los factores sociales e ideológicos confluirán en el debate sucesorio. El desempleo y la precariedad afectan ya a uno de cada siete empleados urbanos. El número de despedidos del sector público desde el inicio de las reformas en 1997 se eleva a 13 millones y solamente la mitad han podido ser recolocados. Mientras la pobreza rural se había reducido a 50 millones de personas en 1997, hoy deambulan en los medios urbanos 32 millones de desamparados que antes no existían. El impulso social sigue siendo muy débil en China.

Por otra parte, aunque la vigencia de la búsqueda de la verdad en los hechos, enunciada como norma máxima de los tiempos de la reforma, reduce enormemente la intensidad de la reflexión ideológica, la pugna sobre la orientación final del proceso incidirá en la conformación de los equilibrios en el seno del nuevo equipo dirigente del país.