Lo que cuesta llevarse bien

La apretada agenda internacional de los dirigentes chinos se ha esgrimido como la causa oficial del aplazamiento del XVI Congreso del Partido Comunista al próximo 8 de noviembre. En esa agenda, se incluye el encuentro que este fin de semana, mantendrán George W. Bush y Jiang Zemin. Las relaciones chino norteamericanas se han intensificado en los últimos tiempos. Bush visitó Beijing en febrero de este año y Hu Jintao, el actual vicepresidente y primero en la línea de sucesión, visitó la Casa Blanca en mayo de 2002. En los cuatro meses siguientes a los ataques del 11S, los máximos dirigentes de China y Estados Unidos se reunieron en dos ocasiones, ofreciendo como resultado más palpable la normalización de los intercambios militares y un nuevo concepto para definir sus relaciones: “la asociación de cooperación constructiva”. ¿Significado? China no es un socio estratégico, como en tiempos de Clinton, pero tampoco un competidor estratégico, como en los primeros meses del mandato de Bush. Esos cambios e inestabilidades irritan a China, a la que cada vez le cuesta más llevarse bien con Estados Unidos.

Es verdad que el 11S permitió la irrupción de un nuevo marco bilateral, de intensidad suficiente como para superar el incidente del avión espía sobre la isla de Hainan o el ataque “accidental” a la legación diplomática de Belgrado. Pero en Beijing se piensa que Estados Unidos no está convencido de que ambos países pueden compartir intereses más importantes que los económicos. China y Estados Unidos están del mismo lado en la lucha contra el terrorismo, pero ¿es suficiente para pasar de la contención a la cooperación? Un informe del pasado mes de julio del Departamento de Defensa y otro del mismo mes del Congreso, alertaba sobre la “amenaza” china y la necesidad de apoyar a Taiwán, asunto estrella que sigue deteriorando las relaciones bilaterales. Pero no es el único.

Dueño de una posición clave en la región de Asia-Pacífico, Washington ha tomado, por primera vez, el espacio estratégico de India y las áreas de unión de Asia central y el Medio Oriente, lugares controlados en un tiempo por Gran Bretaña, y ha ocupado el espacio estratégico dejado por la ex URSS después de su desintegración, sin que llegara a ser llenado por Rusia. En este contexto, en Beijing, son conscientes de que le dejan sin espacio para extender su influencia en Asia.

El despliegue estadounidense en Asia central, el regreso a Filipinas después de retirar sus bases en 1992 con vistas a consolidar el dominio marítimo en el sudeste asiático, etc, todo suena a presión sobre China. Cualquier análisis de las acciones militares de Estados Unidos permite descubrir que cada vez que este país lleva a cabo una empresa de este tipo lo hace pensando en objetivos de largo alcance, es decir, en la defensa de políticas de poder y de hegemonía, así como en el establecimiento de un mundo unipolar. Estas percepciones no calman los ánimos a pesar de ser esta la tercera cumbre en un año.

De ahí también la relevancia que en Zhonnanghai se otorga al establecimiento de la Organización de Cooperación de Shanghai. Para China, esta nueva entidad es una cuestión de futuro y de confianza que pasa por la consolidación de su estructura. En ella participan, además de Rusia y China, Kazajstán, Kirguiztán, Tadzhikistán y Uzbekistán. La aprobación de una Carta fundacional, el acuerdo para la creación de una agencia contra el terrorismo en la región (China está muy preocupada por el auge del extremismo en el Turquestán oriental), decisiones adoptadas recientemente en San Petersburgo, cimientan un impulso con vocación de permanencia a través de la creación de un Secretariado ubicado en Beijing. Esta política, sin duda, dará lugar a la hostilidad estratégica del Pentágono.

Un doble mecanismo determina las relaciones del viejo Imperio del Centro con Estados Unidos: cooperación en el ámbito económico y comercial (Estados Unidos es el segundo socio comercial de China y esta viene siendo el cuarto de Estados Unidos); competición en el ámbito estratégico e ideológico. ¿Podrán más los intereses comunes que las divergencias? Que China se mantenga lo suficientemente débil como para no convertirse en una amenaza para Estados Unidos parece ser hoy una condición sine qua non para que las relaciones bilaterales funcionen bien. El objetivo de alcanzar la modernización y convertirse en una potencia mundial no concuerda con el unilateralismo de Estados Unidos. Más allá de los juegos de palabras, para Bush, China es un rival potencial, un futuro competidor militar con grandes recursos, de quien puede necesitar para neutralizar a Corea del Norte, pero a quien nunca reforzará apoyando la estrategia de unificación con Taiwán.