Los cien días de Chen Shui-bian

“El mapa de nuestros sueños no tiene límite”, aseguraba un radiante Chen Shui-bian el pasado 20 de mayo, al tomar posesión de su cargo como nuevo Presidente de Taiwán. Ante los invitados, sus palabras resonaban en la Sala Chiehshou del Palacio Presidencial de Taipei con la fuerza del optimismo de quien había conseguido poner fin a 55 años de gobierno ininterrumpido del Kuomintang (KMT). Ahora, cuando se cumplen cien días de aquella ceremonia, el escepticismo parece haber ganado ya algún terreno a tanto derroche de ilusión. En tan breve pero significativo período, el Presidente taiwanés no ha logrado plasmar ningún resultado en relación a los ejes fundamentales de su programa de gobierno.

En primer lugar, en el ámbito interno, la lucha contra la corrupción y la política social, dos mandatos inequívocos de su electorado, han encontrado importantes dificultades. Si bien nadie discute que hasta una tercera parte de los fondos presupuestarios del gobierno se prodigan por cauces ilegales y corruptos, o que las vinculaciones del crimen organizado con segmentos del aparato gubernamental son más que evidentes, las críticas no han cesado de lloverle al ministro de justicia, Chen Ding-nan, y su proyecto de nueva oficina contra la corrupción, concebida según el modelo existente en Hong Kong. A ello se ha unido la nula fortuna en el esclarecimiento del llamado “caso Yin”, que tiene como principal implicado a un oficial de la marina asesinado en 1993 cuando se disponía a revelar la corruptela descubierta en la compra de varias fragatas a París (caso Dumas en Francia). Chen, necesitado de una advertencia ejemplar, prometió llegar hasta el fondo en este asunto, pero sin conseguirlo por ahora.

Tampoco en la política social ha podido concretar avances. Las mejoras prometidas en materia de asistencia sanitaria, acceso a la vivienda o pensiones de jubilación se han empantanado en discusiones con el Yuan legislativo (Parlamento), controlado por el KMT, y no entrarán en vigor hasta el próximo año. Por otra parte, los ajustes presupuestarios impuestos a las dos municipalidades que dependen directamente del Gobierno (Taipei y Kaoshiung) han originado un primer enfrentamiento institucional con el poder local, especialmente en Taipei. Su alcalde, perteneciente al KMT, no ha dudado en trasladar dicho recorte al gasto social, culpando de ello al gobierno central. Los intentos de reducir algunas ventajas corporativas (ejército o enseñanza) han experimentado una idéntica dinámica de resistencia y aplazamiento.

El cambio de Chen Shui-bian está presidido por la moderación. El nombramiento de Tang Fei como primer ministro expresaba esa política de mano tendida. Tang Fei es miembro del KMT y fue ministro de defensa en el gabinete de Vicent C. Siew. Algunos, sin embargo, han interpretado el gesto como una muestra de debilidad. El grupo parlamentario del KMT exige un gobierno de coalición y está en guardia ante la eventualidad de verse salpicado por los escándalos de corrupción que pueden aflorar en cualquier momento. Chen asegura que no tolerará desafíos y ha amenazado con disolver el Parlamento y convocar elecciones anticipadas. Pero la crisis política más grave se ha producido ante la ineficacia demostrada para salvar a cuatro trabajadores que quedaron atrapados en las inundaciones en el río Pachang. Tang Fei puso su cargo a disposición del Presidente y el viceprimer ministro, Yu Shyi-kun, debió dimitir. La tragedia afectó seriamente a la confianza e imagen pública del nuevo gabinete.

En cuanto a las relaciones con Pekín, también las expectativas se mueven a la baja. Consciente de que su pasado soberanista le exige demostrar moderación para ganar credibilidad, se ha empeñado en la búsqueda de una pronta normalización de relaciones con el continente. Pero la propuesta de Tsai Ing-wen, presidenta del Consejo para los Asuntos de China continental, de abrir el comercio, las comunicaciones y el transporte directo entre sus islas y las ciudades costeras del continente, los llamados tres mini-enlaces, ha entrado en vía muerta. Tampoco la iniciativa de una cumbre bilateral con el Presidente chino, Jiang Zemin, ha cosechado mejor fortuna. Y, por el momento, no se ha confirmado la aceptación de la invitación de Koo Chen-fu, presidente de la Fundación para los Intercambios a través del Estrecho, a su hómologo Wang Daohan para visitar Taipei.

Esta insistente, aunque infructuosa, búsqueda de puentes con el continente ha generado cierta ansiedad en los aliados diplomáticos de Taipei. A las numerosas visitas y contactos protocolarios mantenidos en estos meses, se ha sumado ahora la gira iniciada el pasado día 13 de agosto, la mayor de toda la historia de Taiwán, por varios países de Centroamérica y África. También, al igual que en años precedentes, el actual ministro de asuntos exteriores, Tien Hung-mao, ha animado la petición de inclusión del regreso de Taiwán a la ONU en la agenda de la próxima sesión plenaria de la Asamblea General. En el actual contexto de cierta confusión interna y crítica abierta de la lentitud gubernamental, resultaría nefasto perder algún aliado.

China se mantiene a la espera hasta conocer el límite del ablandamiento de Chen Shui-bian. Para reanudar el diálogo paraoficial, Pekín pone como condición la aceptación del concepto de “una China”, es decir, la renuncia a cualquier veleidad independentista. En su toma de posesión, Chen declaró sin rodeos que no cambiaría el nombre del país, ni proclamaría la independencia, ni convocaría un referéndum sobre el tema, pero habló también de “una China futura”. La adjetivación no es del gusto de Pekín. De un matiz a otro, los soberanistas de Taipei se han visto obligados a enterrar la reivindicación de una relación “de estado a estado”, formulada por el ex-presidente Lee Teng-hui, y, en su lugar, han debido actualizar un viejo proverbio chino (se puede dormir en la misma cama sin tener los mismos sueños) para aproximarse a la tesis continental. A regañadientes, Chen ha aceptado el concepto de “una China”, si bien habla de “diferentes interpretaciones”.

Este nuevo giro ha arreciado las críticas en su propio partido, mientras el KMT se frota las manos. En un reciente encuentro organizado por el Comité Nacional para la Política Exterior Americana en New York, el alcalde de Taipei, Ma Ying-jeou, no sin ironía, llegó a reclamar incentivos de Pekín para compensar tan notable cambio de postura del Presidente. Asi las cosas, a pesar de sus esfuerzos, Chen no ha logrado encontrar aún el lenguaje apropiado para entenderse con Pekín y, sin avances en la política interna, corre el riesgo de defraudar las enormes ilusiones depositadas por la sociedad taiwanesa en su esperanzador mensaje de cambio.