Política exterior china: orientaciones y ajustes en un mundo en cambio

En los más de veinte años transcurridos ya de reforma, la República Popular China (RPC) ha venido concediendo la máxima prioridad al empeño de la modernización del país. Contrariamente al período anterior, la ideologización, fenómeno clave en la vida interna y en su concepción de la política exterior, ha estado prácticamente ausente, apenas metamorfoseada en un nacionalismo a la carta y controlado desde las máximas instancias del poder. Ese debilitamiento ideológico es una de las principales claves que explican la “diplomacia de segundo plano” que caracteriza aún hoy el actuar de China en el campo internacional, invadido por la ola de pragmatismo que se advierte en el conjunto de la política china. Pero no la única.

El hilo de continuidad entre los procesos internos y la política exterior cabe observarlo naturalmente en la definición de las prioridades estratégicas y geográficas, en el otorgamiento de una importancia cada vez mayor al acceso a los recursos energéticos, en la preocupación respecto al futuro de Taiwán o la estabilidad regional(1). Con una tendencia, de conjunto, inocultable, la que define un creciente peso de China en los asuntos internacionales.

Los reconocidos éxitos económicos, la entrada en la OMC e incluso la organización de los Juegos Olímpicos de 2008 redoblan la confianza nacional y configuran una situación de moderada prudencia en lo que afecta a su participación en los asuntos mundiales en los que tenderá a expresar un mayor protagonismo, pero siempre en ese contexto de moderación de quien es consciente de sus limitaciones profundas, no solo en el plano estrictamente defensivo sino también en el económico, pues aún cobija inmensas bolsas de subdesarrollo y pobreza que lastran su potencialidad global.

En un momento como el actual, de proliferación de crisis internacionales graves (Irak, Corea del Norte), se ha podido percibir con nitidez el tono deliberadamente débil de las pulsaciones chinas. Y es que China tiene otras servidumbres difíciles de obviar. El denguismo asentó firmemente una doble convicción: no queremos liderar nada, no queremos ser bandera de nada; y, sobre todo, de nada que pueda hacer peligrar las relaciones con Estados Unidos (EEUU), siempre delicadas por su envergadura económica y comercial y por la presión que pudiera ejercer en el asunto de Taiwán. En el improbable caso de que las disensiones entre los aliados a propósito de Irak se resolvieran en las próximas semanas, al igual que Rusia, aunque por razones distintas, China acabará plegándose, evitando por todos los medios aparecer como la potencia catalizadora del descontento universal con el belicismo de Bush.

Bien es verdad que China tiene su propia visión del mundo y de las relaciones internacionales(2). Con respecto a la crisis de Irak, la crítica social en los diferentes medios de comunicación sobrepasa con creces la prudente calma oficial. Toleradas y estimuladas incluso, esas expresiones están destinadas al servicio político-pedagógico interno pero no revestirán una formulación diplomática concreta. La modernización del país es imposible sin esa dosis de pragmatismo. Consciente de sus avances, pero también de las debilidades, sabe que finalmente debe negociar y acordar. Así ha venido ocurriendo en recientes crisis en las que se ha visto involucrada directamente: bombardeo de la embajada en Belgrado, incidente del EP3 sobre la isla de Hainan, etc.

China tiene interpretación y posición, y probablemente coincide en su perspectiva en este asunto con buena parte del pensamiento progresista mundial, pero se medirá mucho en la defensa(3), practicando el seguidismo cauteloso o la que podíamos llamar, diplomacia de segundo plano. No es solamente el caso de Iraq. Otro tanto ocurre con Corea del Norte (RPDC), un país mucho más próximo a todos los niveles y del que puede recibir “daños colaterales” importantes de estallar una hipotética crisis que simplemente vaya un poco más allá de la belicosidad verbal del momento presente. El anuncio de reducción en el envío de alimentos por parte del PNUMA, por ejemplo, puede causar un grave problema en su frontera norte. Pero en ningún momento cabe esperar que se posicione incondicionalmente del lado de Pyongyang, pues eso, naturalmente, incomodaría a Washington.

No obstante, China postula el diálogo directo entre EEUU y la RPDC, como también lo reivindican Corea del Sur, Rusia o Japón. Una intervención china más activa cabría como opción, pero la preferencia de Pekín es el segundo plano, quizás insegura respecto de sus capacidades pero también convencida de que un protagonismo internacional mayor le traería problemas y la distraería de la principal preocupación: desarrollar un país rico y una sociedad armoniosa. Es el punto de partida que como lección transmite Sun Tzu: hacerte invencible es conocerte a ti mismo.

La multipolaridad

La lucha contra el hegemonismo y la apuesta por la multipolaridad constituyen una referencia indispensable en el discurso exterior de la RPC. En esa línea, en los primeros años de reforma, se vislumbró ya el proyecto de definición de “asociaciones estratégicas” con los principales actores de la comunidad internacional: Estados Unidos, Rusia, Unión Europea, y Japón. En los últimos quince años, esa política le ha reportado a China un mecanismo de inserción internacional importante, mejorando globalmente sus posiciones y reforzando su condición de potencia regional responsable y comprometida con la estabilidad.

A pesar de los contenciosos que pudieran enfrentarla con todos y cada uno de los actores citados, con todos ellos ha logrado establecer marcos formales de entendimiento a los que remitirse en caso de tensión. Con Japón y Estados Unidos, las dificultades son importantes, mientras que con la Unión Europea y, sobre todo, con Rusia, la mejora del clima bilateral es ostensible. En los dos primeros casos, la economía impone su dinámica ascendente pero las reservas de naturaleza política o estratégica dificultan la creación de un marco de confianza. En el caso de Rusia, se diría que, con matices, la situación es casi la inversa, pues pese al entendimiento estratégico la entidad de los intercambios económicos es escasamente relevante. Respecto a la Unión Europea se advierten dosis de ambigüedad.

China otorga una gran importancia al manejo de sus relaciones con estos actores y sus vicisitudes y complejidades, cada vez más intensas en una situación internacional tan fluida, acaparan buena parte de su atención. En especial, Estados Unidos, con quien resulta complicado disipar el nivel de desconfianza existente, nutrido por el contencioso de Taiwán y las dificultades de Washington para hacer un hueco en el orden regional a una potencia cuya emergencia resulta difícil de obviar. El inmenso potencial del mercado chino actúa como elemento de moderación e integración de las relaciones bilaterales y beneficia a ambas partes. Esa percepción ha influido en el terreno ganado por el pragmatismo, también en la administración Bus, después de unos momentos iniciales de cierta inestabilidad. Aún así, la desconfianza permanece.

Con Rusia, los progresos han sido mayores. El punto de partida era conocido y bien diferente, pero desde la visita de Gorbachov en 1989 hasta el Tratado de 1991, el recorrido ha resultado muy provechoso, especialmente en el orden político. En lo económico y financiero, la delicada situación rusa dificulta el desarrollo de la cooperación que aún alberga unas inmensas potencialidades. No obstante se puede constatar su concentración en ámbitos de gran valor estratégico, ya sea en el orden energético (rusos y chinos, por ejemplo, construyen un oleoducto que debe transportar el petróleo de la región siberiana de Irkusk hasta Dalian, en el norte del país) o militar.

Japón es aún el vecino temido, por la historia, y amado, por su activo papel en la financiación del desarrollo del país. En el dominio estrictamente económico y comercial, las relaciones con Tokio no podrían ser más estrechas, con un crecimiento exponencial de las inversiones en el continente y un flujo bilateral que le convierte en un socio esencial. La obstinación japonesa por negar su nefasto papel en la reciente historia china, simbolizada en esa procesión reiterada de los máximos dirigentes del país al templo de Yasukuni, dificulta el establecimiento de una sólida e inquebrantable base para la aproximación bilateral, aún hoy con pies de barro.

China desea multiplicar sus vínculos con la Unión Europea. La fórmula del “diálogo político” que sirve de guía al trabajo de la Comisión facilita el desarrollo de los contactos bilaterales en un marco, por regla general, exento de tensiones, a pesar de las reiteradas declaraciones políticas del Parlamento, más crítico con las carencias en materia de derechos humanos o en relación a Tibet o Taiwán. En Pekín se valora muy positivamente el rechazo de principio a cualquier política de hostilidad, premisa significada por Bruselas, y ello le permite encontrar en Europa un más fácil entendimiento tanto de las deficiencias de su situación interna como en los problemas regionales o en los grandes asuntos internacionales(4). Europa, por otra parte, es pieza clave en cualquier estrategia de diversificación de riesgos y dependencias exteriores.

En el marco estrictamente regional, la estabilidad es la preocupación máxima de la diplomacia máxima. La coexistencia de un pujante desarrollo económico con múltiples tensiones de diverso tipo (fronterizas, nacionalismos, proliferación nuclear, guerrillas, tráficos ilegales, explotación de recursos energéticos, etc) obliga a extremar las cautelas. A su alrededor ha procurado “tender puentes” que permitan aparcar las diferencias y desarrollar los ámbitos de interés común, una estrategia que, por el momento, ha logrado congelar buena parte de los principales contenciosos. Además, aún sin cuestionar la sacrosanta soberanía e independencia del país, China ha dado muestras de un mayor interés por implicarse en la seguridad regional, comprometiendo más su participación en ANSEA, ámbito especialmente idóneo para calmar los temores de sus vecinos ante la incontenible emergencia, económica hoy pero también política y estratégica, mañana mismo.

Respecto a los países en desarrollo, en general, China apuesta por la política de cooperación Sur-Sur y sostiene un espacio residual de las proclamaciones de antaño, con un lenguaje que insiste en la necesidad de un nuevo orden económico internacional que no erosione la soberanía de cada país, acompañado de gestos como la anulación parcial o total de la deuda contraída por algunos países africanos sobre endeudados. En su conjunto, el valor político del heterogéneo conjunto de países que podríamos agrupar bajo este epígrafe, es esencial para China. Se trata del escenario en el que libra una de sus más importantes batallas, la del aislamiento diplomático de Taiwán, por una parte, y la base esencial de apoyo para evitar situaciones difíciles en algunos organismos internacionales en los que se pretenda condenar algunas políticas cuestionadas de Pekín.

Después del 11S

La irrupción del terrorismo como fenómeno global ¿ha alterado y en qué medida las orientaciones básicas de la política exterior china? Pekín va a seguir perseverando en su estrategia. Los principios básicos y las orientaciones generales se mantendrán, al igual que sus diferencias con el ritmo y maneras de conducir la batalla antiterrorista por parte de Estados Unidos, pero no sin ajustes. El 11S y la búsqueda de la hegemonía por parte de Washington ha precipitado ante la diplomacia china el mayor desafío estratégico del presente, evitar la erosión de su ámbito de intereses y de tradicional influencia.

Como consecuencia del despliegue militar en Asia central y del unilateralismo exacerbado de la administración Bush, ha crecido en China la sensación de estar sometida a un creciente cerco de contención. Su estrategia de asentamiento de la Organización de Cooperación de Shanghai (con Rusia, Kazajstán, Kirguizistán, Tayikistán y Uzbekistán) se ha visto seriamente condicionada por los efectos de la guerra contra Afganistán, amenazando la seguridad de su Oeste y coartando tanto la posibilidad de expansión en la región como su acceso a las reservas de petróleo y gas natural de la zona, fundamentales en cualquier estrategia de seguridad petrolera para nutrir su pujante economía.

El antiterrorismo, se dice en Pekín, brinda a EEUU el argumento incuestionable para viabilizar su condición de líder mundial, irrumpiendo en ámbitos geográficos de los que estaba ausente y extendiendo su esfera de influencia a todo el planeta, sin rivalidad posible. La cooperación antiterrorista, con matices en la definición de la raíz del problema y sin concesiones al multilateralismo, no tiene la suficiente consistencia como para borrar viejas rivalidades. Y los ritmos e intensidades de la cruzada de Bush no facilitarán el entendimiento.

En relación a Taiwán, termómetro vital de la salud de las relaciones bilaterales, conviene señalar que EEUU no ha modificado un ápice su punto de vista (sí lo ha matizado con Rusia en relación a Chechenia). Bush ha citado expresamente incluso la posibilidad de proporcionar ayuda militar a Formosa, mientras se multiplican las visitas de altos funcionarios, se estrechan los vínculos en materia de defensa y se estimulan las medidas de confianza mutua. En suma, no una pieza más del replanteamiento bilateral de las relaciones a la vista de las nuevas prioridades (lucha contra el terrorismo) sino la inequívoca demostración de la persistencia del espíritu de cerco y contención que lamentan las autoridades chinas.

Conclusiones

China va a seguir primando el desarrollo como primer objetivo. En consecuencia, procurará acentuar su perfil de potencia responsable y discreta, privilegiando la estabilidad regional. En esa línea, con el horizonte de 2008, los nuevos dirigentes podrían intentar la reanudación del diálogo suspendido con Taiwán ““que celebrará elecciones presidenciales en 2004- e incluso intervenir más activamente en el contencioso coreano si se concede prioridad a la negociación y EEUU retoma los contactos directos con Pyongyang.

China prestará un apoyo mitigado a la estrategia antiterrorista de Estados Unidos. Ello se debe a la percepción de que está destinada a justificar una intervención que de otro modo no sería admisible, en ámbitos considerados de interés estratégico o de influencia. El antiterrorismo de la administración Bush no es inocente y en su cara oculta permite y facilita el avance de las fuerzas estadounidenses en todo el mundo. China no desea un orden americano en Asia.

Pekín, a sabiendas de que su margen de maniobra es muy limitado pero que su desarrollo económico es muy vulnerable a las crisis exteriores (inversiones, exportaciones, aprovisionamiento energético), incrementará su presencia en el mundo para acentuar su capacidad de control de la evolución actual. Cabe desear que ello redunde en una mayor importancia de los factores cooperativos, en la actualidad moderadamente presentes en su política exterior.


Notas:

(1) Xulio Ríos. La política exterior china. En Pablo Bustelo, Fernando Delage. El nuevo orden internacional en Asia-Pacífico. Pirámide, Madrid, 2002, pp.223-234.

(2) Yang Baoyun, "Confiance et prudence": la diplomatie chinoise au début du XXI siècle. La revue internationale et stratégique, nº 44, invierno 2001-2002, pp.99-110.

(3) Fu Bo. Les silences diplomatiques de la Chine. En Le Monde diplomatique, marzo 2003.

(4) Klaus Rupprecht, European and American Approaches Towards China as an Emerging Power, China Aktuell, febrero 2001, pp.169-179.