Un espacio chino

Las implicaciones del proyecto espacial chino van mucho más allá de la ciencia. En el plano interno, es expresión del contundente éxito de la política de reforma iniciada hace ahora veinticinco años, cuando Deng Xiaoping impulsó la creación de un socialismo con peculiaridades chinas, pluralizando las formas de propiedad y abriendo paso a los mecanismos de mercado en la gestión económica. La transformación que China ha experimentado desde entonces es bien conocida y por ello el viejo Imperio del Centro está hoy en condiciones de competir y cooperar, codo con codo, con las dos únicas potencias que mantienen programas espaciales, EEUU y Rusia. Sin la mejora de su base industrial y su nivel tecnológico, ambos débiles hace un cuarto de siglo, el salto al espacio sería inimaginable. Por otra parte, el éxito del envío de la “Nave Sagrada” (Shenzhou) permite una vez más al Partido presentarse ante los millones de ciudadanos chinos como el garante de la estabilidad y del bienestar, reafirmando su legitimidad por la vía empírica de la modernización del día a día y su autoridad para reclamar de la sociedad su adhesión inquebrantable. En suma, que el Partido lo está haciendo bien y no hay razones ni para la crítica ni para el cambio.

En el ámbito externo, es evidente que el programa espacial sitúa a China entre los grandes y refuerza su proyección internacional como la gran potencia emergente y a la que, inevitablemente, se tendrá que hacer sitio, también en el espacio. En principio, su programa se orienta al desarrollo de laboratorios tripulados o sin tripulación en el espacio, descartando, a priori y por su elevado costo, la construcción de una estación espacial independiente. Aún así, como se recoge en el Libro Blanco de la navegación espacial china, aprobado por el Consejo de Estado en noviembre de 2000, este programa permite a Beijing incorporarse al desarrollo de una de las tecnologías más influyentes de la sociedad moderna, reforzando su autonomía y capacidad de innovación independiente, estimulada por los intentos norteamericanos de poner freno a la nueva competencia.

Pero quizás lo más sobresaliente de esta nueva etapa en el desarrollo del país, conocida la permanente invocación histórica de sus dirigentes, sea el reencuentro con la vieja capacidad china de asombrar a propios y extraños por su inmensa calificación científica. Joseph Needham nos recuerda que los chinos fueron los más constantes y precisos observadores de los fenómenos celestes en todo el mundo, con anterioridad al Renacimiento. Su decadencia general también afectó a la ciencia. Deng la incluía entre las cuatro modernizaciones esenciales que debían permitir el resurgir del dragón. Y el dragón ya vuela, bien lejos. Contar con esta capacidad llenará de orgullo al país y por un momento alejará otras penas.