Un virus en el Partido

A estas alturas, las autoridades chinas son conscientes del enorme desafío que deberán afrontar en las próximas semanas y meses para vencer la neumonía atípica. ¿Ha sido siempre así? A buen seguro que no. Un tiempo precioso se ha perdido desde que se detectó el primer caso, en noviembre del pasado año, sin que las más elementales normas de prevención y seguimiento se pusieran en marcha. En realidad, una reacción oficial del Gobierno no se produce hasta el 14 de abril, cuatro meses después. Demasiado tarde para evitar, por ejemplo, que entre los infectados se generalice el propio personal sanitario que ha estado en contacto con los primeros enfermos. Hoy representan la tercera parte de las víctimas y de poco sirve que sarcásticamente honren a los muertos con el título de “mártires revolucionarios”.

Existen factores que dificultan el desarrollo de una lucha eficaz contra la epidemia. Se ha hablado, mucho y claro, de las enormes deficiencias del sistema de salud chino que en los últimos veinte años se ha quedado muy atrás respecto a las necesidades y problemas de una sociedad más compleja, dinámica y con mayores exigencias. Según fuentes oficiales chinas, en las últimas décadas han surgido hasta 27 clases nuevas de enfermedades contagiosas en el mundo, y de ellas 15 se localizaron en China. Pero ha servido de bien poco para tomarse en serio el problema.

Deficiencias y excesos forman parte del mismo desequilibrio. No solo faltan médicos, enfermeras o camas en los hospitales, también se ha mencionado el uso abusivo de antibióticos como causa que pudiera facilitar la resistencia de la enfermedad en los pacientes. Otro factor importante es el debilitamiento de aquellos controles que no sean estrictamente políticos en una sociedad que en aras del desarrollo sostiene a una población flotante que más que duplica la población española. El gobierno tiene ahora muy serios problemas para supervisar la epidemia en varias zonas del país o asegurar su control estricto en muchas zonas rurales. A la eliminación de los severos controles del maoísmo no sucedió una mínima organización racional que vertebrase, sobre otras bases, el conjunto del país.

Y todo ello ha disparado el “sálvese quien pueda”. El aflojamiento de la ética revolucionaria y el escaso eco de las llamadas a la moral, ya sea socialista o confuciana, ha obligado al gobierno a disponer medidas administrativas para evitar la generalización del rechazo de los enfermos de las familias urbanas pobres y de las zonas rurales, prometiendo costear los gastos originados. Cada vez es más frecuente la presencia de personal médico y sanitario militar en el débil e insuficiente sistema civil, con una doble misión que va más allá del servicio profesional para adentrarse en el ejemplo de la dedicación y el abnegado sacrificio, valores de otro tiempo y hoy en claro retroceso.

China puede pagar un elevadísimo precio por desatender la dimensión social del proceso de reforma. El país ha experimentado en las últimas dos décadas un inmenso cambio en los modos y condiciones de vida. Todo ello, el auge de las actividades comerciales y las transformaciones de todo tipo, han provocado un enorme trasiego que hoy juega a la contra. Más allá de especulaciones conspirativas tan populares en numerosos sectores locales, quizás no sea tan casual que el primer caso se detectara en la provincia de Guangdong, donde se concentra casi el 40 por ciento de las exportaciones del país y que ha conocido tasas de crecimiento medio anual del 15 por ciento.

Hu Jintao, ¿el Breve?

En el ámbito económico, el impacto de la epidemia puede ser muy serio. Difíciles de evaluar aún en su totalidad, los efectos negativos a nadie escapan. Sin duda va a desacelerar el ritmo de las inversiones extranjeras ““50.000 millones de dólares en 2002, superando a EEUU-; propiciará la contracción de la demanda interna, como podemos percibir ya en esas desoladoras imágenes de calles y tiendas vacías; afectará al desarrollo de su comercio exterior ““cuando había alcanzado la quinta posición en volumen de comercio en el mundo, por delante ya del Reino Unido-. En suma, el clima general de incertidumbre afectará, en primer lugar, al turismo, a los transportes, y reducirá no solo los movimientos de personas, también de capital y mercancías.

Todo un reto, pues, para Hu Jintao, el nuevo líder chino. La sociedad dirige su mirada hacia el Partido. En sus manos está toda la capacidad disponible para hacer frente a esta crisis. El pacto tácito de bienestar a cambio de lealtad, puede comenzar a resquebrajarse. La destitución de Zhang Wenkang, ministro de salud, y de Meng Xuenong, alcalde de la capital, ha evidenciado la falacia del discurso de la separación entre Partido y gobierno. Su credibilidad está en entredicho y un miedo hace perder otro, el de expresar el desasosiego ante una incompetencia que nace de la idea de que el Partido lo puede controlar absolutamente todo.

Paradójicamente, en medio de la crisis, Hu dispone de una ocasión única para fortalecer su imagen ante la opinión pública e incrementar su base de poder interno, aún débil. La lucha empieza siendo contra la neumonía pero puede acabar con serias divisiones o cambios en la cúpula del Partido y del gobierno. El reflejo de la evolución de la enfermedad en los medios de comunicación ““un pilar clave del aparato del Partido que no conoce la reforma-, puede dar la pauta del nivel de consolidación de Hu y de su capacidad para introducir personas afines y reforzar el combate a la enfermedad. De lo contrario, sus rivales, bien podrían verse tentados de aprovechar la difícil coyuntura para propiciar el dramático fracaso de su breve dinastía, dando al traste (¡un virus, quien lo diría!), con la transición más planeada y tranquila de la reciente historia china.