Un análisis de Daniela Pichler

Austria: hechos y no solo palabras

El pasado fin de semana, Alexander van der Bellen ganó la segunda vuelta de las elecciones presidenciales austríacas contra el candidato de extrema derecha Norbert Hofer. No obstante, un 49,7 por ciento de los sufragios, sumando un total de 2.223.458 de austríacos, votaron a favor de un candidato que promovía el avance del racismo y de la xenofobia, teorías conspirativas y de terror y el rechazo de una sociedad abierta y multicultural. 

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El pasado fin de semana, Alexander van der Bellen ganó la segunda vuelta de las elecciones presidenciales austríacas contra el candidato de extrema derecha Norbert Hofer. No obstante, un 49,7 por ciento de los sufragios, sumando un total de 2.223.458 de austríacos, votaron a favor de un candidato que promovía el avance del racismo y de la xenofobia, teorías conspirativas y de terror y el rechazo de una sociedad abierta y multicultural. 


Ante todo, Norbert Hofer representó un desafío evidente al Gobierno de la gran coalición entre socialdemócratas y conservadores, una coalición cada vez menos apreciada por gran parte de la población austríaca por su falta de acción y su incapacidad para ofrecer soluciones claras a los desafíos políticos y sociales actuales. 

¿Pero es la extrema derecha la única solución para cambiar un sistema político que ya no es conforme a las exigencias de la época presente? 

Aunque la Presidencia de Austria sea una institución más bien simbólica que política, las elecciones pusieron sobre la mesa un nuevo escenario político. 

Mucho se comentó que lo sucedido es una muestra del auge de la derecha en Europa y Austria en particular, ya que la mitad de los austríacos que fueron a las urnas no rechazaron al extremismo de derecha del FPÖ (Partido Liberal austríaco). Con su voto el pasado 22 de mayo, apoyaron la campaña electoral de Hofer, la cual giraba alrededor de un simple slogan populista: “los austríacos primero”. Pero ¿cómo la extrema derecha pudo movilizar un número tan grande de gente, la mayoría de ellos sin interés ni conocimientos políticos?

Cuando el río suena, agua lleva 

Claro está que estos más de dos millones de austríacos, sus opiniones y necesidades no van a desaparecer sólo porque quien ganó las presidenciales se llama Alexander van der Bellen. El mero hecho de que millones de personas hayan votado por un candidato de extrema derecha no se puede ignorar, pero tampoco hay que negar el hecho de que muchos de ellos votaron simplemente por Hofer para forzar un cambio en la política actual  -exigido desde hace tiempo- aunque como bien sabemos ni las elecciones presidenciales ni el candidato de extrema derecha puede ser la manera apropiada para conseguir ese cambio. No obstante, mostró que el potencial de un giro hacia la extrema derecha es manifiesto y está creciendo. Debemos observar minuciosamente los movimientos políticos de los populistas en los próximos años, tanto en el país como en el exterior, porque esta elección no puede ni debe marcar tendencias. 

La desilusión con el “establishment” y un gesto positivo

Un pequeño detalle que sucedió en la política austríaca después de la primera vuelta de las presidenciales merece una atención especial, aunque no se habló mucho de él en los análisis del resultado del pasado fin de semana. El canciller federal de Austria, Werner Faymann, del partido socialdemócrata, dimitió dos semanas después de la primera vuelta de las elecciones - siendo sustituido por Christian Kern, quien enseguida se presentó como agente del cambio- pocos días antes de la segunda vuelta. Tal vez esta renuncia de Faymann mitigó en lo preciso la fatiga de los austríacos hacia la gran coalición aliviando la desesperación de un total de 31.026 personas - que desde muchos años atrás deseaban un cambio y a cuyo objeto hubieran votado a favor de Hofer. Tal vez esta iniciativa les permitió recordar sus valores y votar por Alexander van der Bellen. Fueron los 31.026 votos decisivos. 

Uno puede valorar libremente a Faymann y su labor como canciller. Probablemente, las críticas serían muchas. Pero su partida fue una acción definitiva, una decisión clara que llegó en el momento preciso. 

Tal vez los políticos austríacos deberían dejarse inspirar por este mensaje simple: el electorado quiere, y se merece decisiones claras y soluciones tangibles. Y si los políticos desean su voto, harían bien en ofrecérselas.

El extremismo rebota

Un día después de conocerse el resultado oficial de las elecciones, Alexander van der Bellen recibió amenazas de ultraderechistas que llamaban a “luchar” y cometer “atentados”, llegando incluso a difundir la dirección personal del presidente electo. Junto a las denuncias de que el resultado era un “fraude” y que no reconocían a van der Bellen como presidente, forman parte de las tácticas clásicas de la extrema derecha: intimidar a las personas y poner en entredicho los hechos con argumentos insostenibles. La respuesta de van der Bellen fue inteligente: hizo un llamamiento a la reconciliación tras las elecciones e insistió en que quiere ser el presidente de todos y ganarse la confianza de la mitad de la población que votó por su contrincante.

Los austríacos siguen agitados. Las palabras bonitas son cosa del pasado. Si queremos impedir ese giro hacia la extrema derecha, en los próximos años debemos constatar que las palabras van de la mano de los hechos.