Más allá de significar una vía de escape para los países tercermundistas, el acuerdo alcanzado por Bush y Blair, ampliado luego por el G-7, para condonar la deuda a varios países africanos y del mundo en desarrollo, significa un intento más por reforzar el eje “atlántico”, superviviente de la crisis iraquí. Esta estrategia del eje Bush-Blair supone varios dilemas geopolíticos para Europa, Rusia y América Latina.
De este modo, y en un intento por alejar los fantasmas iraquíes, África y el mundo subdesarrollado ingresan en la agenda política del renovado eje Bush-Blair. Esto ya venía manifestándose en el programa político de Blair tras su reelección en abril pasado, como parte de una estrategia de política exterior que llevara a potenciar la presencia británica en el escenario internacional a través de un programa asistencial ofertado como el más ambicioso de la historia.
Pero el objetivo parece ser más bien reforzar la hegemonía del eje anglosajón Washington-Londres que le permita tomar la iniciativa en un siglo XXI que se anuncia multipolar. El momento propicio que tienen Blair y Bush para desarrollar esta iniciativa hacia el Tercer Mundo será la celebración de la Cumbre del Grupo de los Siete más Rusia, en la localidad escocesa de Gleneagles, en julio próximo.
En este sentido, parece una paradoja el hecho de que, ante la violenta posguerra iraquí y la falta de credibilidad anglo-estadounidense en la invasión al país árabe (que contribuyó a restar rentabilidad política a ambos mandatarios), sirviera para apuntalar la posición política de Bush y Blair. Ambos salieron reforzados en sendas reelecciones electorales mientras el debate en la opinión pública sobre la guerra en Irak prácticamente está desvaneciéndose.
El plan para el Tercer Mundo
Hace una semana, Blair y Bush se reunieron en Washington para estudiar la propuesta británica de implementar una condonación de la deuda a países africanos y del Tercer Mundo y asistencia financiera a cambio de reformas estructurales, principalmente en materia de corrupción, democracia y derechos humanos.
Si bien en términos globales la cooperación parece garantizada, el plan Blair tuvo receptividad parcial en el mandatario estadounidense. Blair y Bush llegaron a un acuerdo para condonar la deuda de 18 países, casi todos africanos además de Bolivia, Nicaragua, Guyana y Honduras. La deuda del África subsahariana será disminuida en 40.000 millones de dólares en un periódo entre 12 y 18 meses, al cual se le agregarán otras 20 naciones previo cumplimiento de determinados requisitos. Pero Bush rechazó la oferta británica de crear una Iniciativa Financiera Internacional que permitiera inyectar más fondos a los países pobres.
Días después, durante la reunión de los ministros de Finanzas del G-7 + Rusia, el plan Bush-Blair fue presentado a nombre del ministro británico de Finanzas, Gordon Brown, considerado el eventual sucesor de Blair en la arena política inglesa. El G-7 aprobó la condonación del 100% de la deuda de los países pobres con el FMI, el Banco Mundial y el Banco Africano de Desarrollo, más no con otras instituciones privadas. Pero el plan Bush-Blair creó roces con los otros países, especialmente Alemania, Francia y Japón, quienes también presentaron una propuesta a debate.
La reunión de los ministros de Finanzas del G-7 sirvió para inaugurar la “era Wolfowitz” en el Banco Mundial. Posteriormente, Wolfowitz realizó una gira por los países africanos, con la finalidad de presentar el plan aprobado. El peregrinaje por África ha sido una constante para el eje Washington-Londres y sus aliados en los últimos meses: Bush y Blair estuvieron allí en sendas oportunidades, junto al secretario de Tesoro Paul O´Neill y el presidente del FMI Rodrigo Rato.
Los nuevos directores de orquesta
La designación del “halcón” neoconservador Paul Wolfowitz (el estratega de la guerra en Irak) como nuevo presidente del Banco Mundial, evidenció el renovado protagonismo del varias veces cuestionado eje atlantista. En sus primeras palabras como nuevo presidente, Wolfowitz insistió en la necesidad de invertir en educación para apuntalar el desarrollo económico y social mientras se mostró interesado en el plan de Blair de ayuda económica para África. Otro movimiento similar a favor de este eje fue la designación del español Rodrigo Rato como presidente del FMI.
Los cambios políticos propiciados por este eje también se dirigieron a otras regiones como Oriente Medio: el antecesor de Wolfowitz en el BM, James Wolfenshon, es actualmente enviado especial a Palestina para la paz y la reconstrucción. Del mismo modo, Kemal Dervis, ex ministro de Finanzas de un estratégico aliado anglosajón como Turquía, será el nuevo director del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo. Dervis es considerado el artífice de la recuperación económica de un país que negocia su ingreso de admisión en la Unión Europea.
Aunque aparentemente desentone en esta lista, es necesario agregar la figura del socialista francés Pascal Lamy como futuro director de la Organización Mundial de Comercio. Lamy es un europeísta convencido, pero liberal y pragmático en lo económico. De este modo, las cabezas visibles de los organismos internacionales dedicados a dirigir la economía mundial, potenciar el desarrollo socio-económico y avanzar en el combate a la pobreza, serán allegados al eje Washington-Londres.
La parálisis europea
Otro apartado es Europa, cuya crisis interna tras la negativa franco-holandesa a aprobar el tratado constitucional deja a Blair en una posición de primera línea, tomando en cuenta que dentro de dos semanas Gran Bretaña asumirá la presidencia rotativa europea en un momento en que la ratificación constitucional se encuentra paralizada.
Blair está apuntalando movimientos de fuerza dentro de Europa. El líder del país más euroescéptico tendrá ahora la tarea de impulsar el proceso europeísta pero con otros protagonistas. La celebración en estos días del Consejo Europeo en Bruselas, ha propiciado el primer choque: Blair pidió al presidente francés Jacques Chirac una “limitación” del eje franco-alemán, tradicional impulsor de la integración europea, mientras presionaba porque se aprobara un plan financiero que limitara las ayudas a las regiones euro-occidentales más pobres a favor de los nuevos miembros de Europa del Este.
Por supuesto, Chirac reaccionó de forma airada ante la propuesta británica, pero sabe que su posición política se encuentra sumamente debilitada tras el “no” francés a la Constitución europea. Diferente fue el tratamiento del canciller alemán Gerhard Schröder, quien le tendió la mano a Blair en su propuesta.
En Londres avizoran cambios políticos en el eje franco-alemán. La posible victoria de la conservadora Ángela Merkel en las elecciones generales alemanas a final de año y el ascenso del liberal Nicolás Sarkozy para las presidenciales francesas del 2007, auguran un novedoso eje franco-alemán más en sintonía con el eje Bush-Blair.
Una nueva imagen
Resulta evidente que tanto Blair como Bush buscan revitalizar su imagen pública tras la guerra de Irak y la oleada de descontento mundial hacia esta acción. Enfocando hacia África y el Tercer Mundo mediante condonaciones de deuda y ayudas financieras es una estrategia clave para apuntalar una nueva imagen del eje atlantista.
En este sentido, la meta aparente es alcanzar los propuestos Objetivos del Milenio planteados por la ONU para el 2015, relativos a la reducción de la pobreza, democratización y derechos humanos, educación y combate a las enfermedades, entre otros. África sería el centro de esta propuesta, que alcanzaría a otras regiones del mundo. Esto obliga a Europa, Rusia, China, Japón y América Latina a plantearse nuevas estrategias ante el eje Bush-Blair.
Blair busca también coordinar estrategias para reforzar alianzas con países de interés como Nigeria (séptimo productor mundial de petróleo) y Suráfrica (foco del desarrollo económico regional) así como aislar regímenes potencialmente incómodos como el de Robert Mugabe en Zimbabwe, o aplacar crisis humanitarias como la ocurrida en la región sudanesa de Darfur. Por su parte, Bush cierra un círculo en torno a la indiscutible hegemonía global estadounidense, abre una alternativa de negociación ante potencias emergentes como China, Brasil, India y Suráfrica y manifiesta un marcado cerco hacia regímenes incómodos, principalmente en el hemisferio occidental.
En este sentido, las intenciones norteamericanas consideran frenar las pretensiones de revolución continental fomentadas por el eje Cuba-Venezuela. La inclusión de Bolivia entre los países condonados de esa deuda ocurre simultáneamente a la crisis política en ese país, lo cual juega en esa dirección anglosajona de ganar adeptos. Aquí también se incluyen Nicaragua y Honduras, países con los cuales Washington mantiene acuedos bilaterales en torno al ALCA.