Cuatro décadas de titularidad en la ONU

La relación de China con la ONU expresa una trayectoria pletórica de singularidades muy pronunciadas. En primer lugar, porque el ingreso de la República Popular China en la organización fue en extremo laborioso y complicado. Por sí sola esta es causa suficiente para comprender por qué China atribuye a la ONU una dimensión especial. En segundo lugar, porque más contemporáneamente la adhesión de Beijing al multilateralismo tiene en la ONU su expresión más acabada, convirtiéndola en un referente básico de su política exterior.

China firmó la declaración de Moscú de 1943 (junto a la URSS, Reino Unido y EEUU). Participó en la conferencia de Dumbarton Oaks en 1944 y al año siguiente firmó la carta de la ONU. Tras el triunfo de Mao en 1949, los telegramas que Zhu Enlai enviaba a New York para recuperar la representación en la ONU caían en saco roto por la presión de Washington a favor de la China del KMT refugiada en Taiwán. La URSS llegó a retirarse del Consejo de Seguridad por la negativa a admitir a la Nueva China, circunstancia que fue aprovechada para legitimar la intervención de EEUU en Corea bajo la bandera de la ONU. En los años sesenta, con el auge de las nuevas independencias en Asia y África, sus apoyos fueron creciendo, pero no sería hasta 1971 (1) que contaría con los apoyos necesarios para restaurar sus derechos con la subsiguiente expulsión del gobierno de la República de China. La decisión se abrió camino a la par que la normalización de las relaciones con EEUU, que se produciría formalmente en 1978.

El perfil general de la participación de China en Naciones Unidas desde 1971 a hoy se ha mantenido deliberadamente bajo, cuidando de no “enarbolar la bandera” ni encabezar ninguna “ola”. Solo en muy contadas ocasiones ha ejercido su derecho de veto y ha procurado siempre eludir la confrontación o liderar bloques, promoviendo posiciones de corte conciliador y mediador. Por otra parte, en los últimos años, ha multiplicado su presencia en las operaciones de mantenimiento de la paz, que siempre había abordado con reservas y distanciamiento.

La mayor contundencia la ha reservado en la contienda diplomática con Taiwán en relación a los reconocimientos de terceros países y al propio empeño de Taipei de retornar a la ONU. Taiwán plantea ser un nuevo Estado, no disputar el asiento de la República Popular China, pero Beijing no acepta la representación simultánea, aunque la tregua diplomática vigente ha abierto algunos espacios a la participación en ámbitos sectoriales como la OMS. Solo existe una China en el mundo…. Otro tanto podríamos decir de las posiciones que considera de principio en materias como los derechos humanos o demás asuntos relacionados con su sistema político o, en un tercer plano, sus ambigüedades en orden a los matices del ejercicio del derecho a proteger, tan en candelero tras el final de la guerra fría. China sigue consagrando como principio básico del orden internacional el derecho a la no injerencia en los asuntos internos.

Todo ello es expresión de una concepción de la política exterior que tras el inicio de la reforma y apertura (1978) plantea la necesidad de un ambiente internacional pacífico para culminar su modernización, alejando las viejas consignas del maoísmo que trasladaban al sistema internacional los órdagos de la lucha de clases pero sin plegarse del todo a los cánones y exigencias occidentales. El impulso de las políticas de cooperación enfatiza la importancia creciente de los organismos internacionales y la necesidad de concebir una diplomacia cada vez más global. Esta China está en el mundo.

Su cada vez mayor importancia económica y política junto a sus dimensiones y trayectoria le confiere un status complejo, en el que pueden identificarse pertenencias de signo a priori contradictorias en las que sobresale aún su vocación tercermundista (claramente recogida en su posición respecto a la reforma de la ONU, reclamando que se tenga en cuenta una representación igualitaria de las regiones geográficas de forma que pueda incrementarse la presencia de los países en desarrollo), complementada con una participación cada vez más activa en los foros de los países desarrollados donde sus capacidades múltiples gozan de inevitable reconocimiento.

El esfuerzo diplomático de China, que se ha visto multiplicado en los últimos años, otorga una gran trascendencia al diseño de estructuras y políticas capaces de viabilizar sus intereses en todo el mundo, en especial, en aquellos entornos geopolíticos de mayor valor estratégico. No obstante, la ONU sigue desempeñando un papel central en un discurso que doctrinariamente reniega de la búsqueda de hegemonías.

La Resolución 2758 (XXVI) de la Asamblea General de la ONU, aprobada el 25 de octubre de 1971, reconoció a la RPCh como única representante legítima de China ante Naciones Unidas.