La narrativa de la prensa económica occidental en estos días es que los países desarrollados se reactivan mientras las economías emergentes se desaceleran a niveles preocupantes. Se dice así que Estados Unidos resurge, que Europa volteó la esquina de la crisis para adentrarse en la recuperación y que Japón está abandonando años de deflación para retomar la senda del crecimiento. Paralelamente se plantean escenarios altamente pesimistas para China y por extensión para todos aquellos países que dependen de manera significativa del comercio con ese país. Todo esto tiene el sabor de la moda con falta manifiesta de sentido de la perspectiva.
La narrativa de la prensa económica occidental en estos días es que los países desarrollados se reactivan mientras las economías emergentes se desaceleran a niveles preocupantes. Se dice así que Estados Unidos resurge, que Europa volteó la esquina de la crisis para adentrarse en la recuperación y que Japón está abandonando años de deflación para retomar la senda del crecimiento. Paralelamente se plantean escenarios altamente pesimistas para China y por extensión para todos aquellos países que dependen de manera significativa del comercio con ese país. Todo esto tiene el sabor de la moda con falta manifiesta de sentido de la perspectiva.
Se señala que el crecimiento de la economía estadounidense podría pasar de menos de 2% este año a cerca de 3% el próximo y se ensalzan el efecto multiplicador de los hidrocarburos de esquisto y los avances tecnológicos en ciertas áreas. Nadie duda que esto último introduce elementos novedosos en la ecuación económica estadounidense, susceptibles de paliar en importante medida la crisis estructural de su economía. Pero de allí a las villas y castillos que se pintan hay un largo trecho por recorrer. La deuda pública de ese país pasó los 16 billones (millón de millones) de dólares y superó a su PIB, su déficit presupuestario en 2012 superó por cuarto año consecutivo al billón de dólares y el servicio de su deuda alcanzó en 2011 al 19% de su presupuesto federal. A partir de 2011 sus 77 millones de “baby boomers”, la generación nacida entre 1946 y 1964, comenzaron a calificar para beneficios de pensión y salud. Dicho proceso le representará al país gastos equivalentes a cuatro veces el tamaño de su economía en 2010. Ello, en medio de agudos problemas estructurales en materia de educación, infraestructuras y manufactura y de importantes déficits por parte de muchos de sus estados y ciudades.
La Unión Europea, por su parte, evidenció un 0,3% de crecimiento en el segundo trimestre de 2013, con lo cual técnicamente salió de la recesión. Buenas noticias sin duda. Sin embargo se estima que para el año en su conjunto la economía del bloque se contraerá en medio punto y el desempleo rondará 12%. De no ser por el 0,7% de crecimiento alemán y el 0,5% francés el resto languidecería, lo cual evidencia una Europa dividida. No sólo las economías de Italia y España se achican cada vez más sino que la propia Holanda, expresión del pujante Norte de Europa, se contrajo en 0,2% el último trimestre. En la Europa del Sur la brecha que existe entre el desempeño económico y los niveles de crecimiento requeridos para superar los problemas de desempleo y deuda, luce inconmensurable. La deuda pública del bloque sobrepasa los 14 billones de dólares, lo que representa alrededor del 90% del PIB regional, con una carga desproporcionada para algunos de sus miembros. Japón, de su lado, creció 2,6% el último trimestre. Magnífico luego de una larga deflación. No obstante su deuda pública es superior a dos veces el tamaño de su PIB, siendo porcentualmente la mayor del mundo industrializado y superando los 10 billones de dólares. A ello se suma una factura de energía importada en ascenso ante la crisis profunda de su modelo de energía atómica.
Mientras se ensalzan los logros anteriores, haciéndose abstracción de las cargas y vulnerabilidades, se pinta un cuadro negro para China por el hecho de que su economía debe crecer este año 7,5% y no el 9% promedio que evidenció durante décadas. Poco cuenta que esa sea la propia meta gubernamental con miras a afianzar su economía. Poco cuenta también que todas las informaciones recientes sean positivas: Sus exportaciones crecieron 5% el último trimestre y su comercio exterior 8% el último semestre; la producción industrial avanzó 10% en julio y 9% en junio; el consumo aumentó 13% el último trimestre, las inversiones extranjeras saltaron en 20% en relación al año pasado y su inflación se estabilizó en 2.7%. A la vez, se olvida por completo que su deuda pública es apenas del 34% de su PIB; que sus reservas internacionales, con 3, 29 billones de dólares, son las mayores del mundo; que sus bancos no sólo disfrutan de alta liquidez sino que el Estado dispone de amplio espacio fiscal para recapitalizarlos en caso de problemas y de que, ese mismo espacio fiscal estatal, permitiría estimular el crecimiento de la economía si así se lo desase.
Por otro lado se da por descontado que los proveedores de recursos naturales están condenados al decrecimiento económico ante la contracción de la demanda en China. Ello olvida que de acuerdo al decimo primer plan quinquenal chino entre 600 y 700 millones de personas deberán trasladarse del campo a las ciudades en los próximos años, objetivo reafirmado por el Primer Ministro Li Keqiang en fecha reciente. Lo anterior implica la construcción de cientos de nuevas ciudades en los espacios interiores del país. Hasta el momento en que dicho proceso toque techo la demanda de commodities duros, es decir metales, minerales e hidrocarburos, tendrá piso. Es decir, un nivel más allá del cual no podrá bajar. Por otro lado, no se toma en cuenta que los mil trescientos y tantos millones de ciudadanos chinos no sólo seguirán alimentándose sino que seguramente lo harán mejor dado que las políticas oficiales priorizan el consumo doméstico. Eso significa que los commodities blandos, es decir los alimentos, verán mantener o aumentar su demanda. No debe olvidarse al efecto que para el 2020 la clase media china debe estar llegando a los 700 millones de personas y que ésta está llamada a transformarse en la mayor turbina de crecimiento económico en el mundo. Así las cosas, la demanda de los commodities duros se mantendrá en tanto su proceso de urbanización siga su curso, mientras que la de los commodities blandos no tiene plazo de caducidad. Más aún, la demanda algunos commodities duros como los hidrocarburos seguirá expandiéndose mientras la clase media lo haga haciendo. Todo ello significa que en medio de las fluctuaciones que puedan sufrir los precios de los recursos naturales, éstos están sostenidos por un piso.
Pero más allá de los proveedores de recursos naturales a China está la situación general de las economías emergentes. Mientras los intereses bancarios se mantienen cercanos a cero en Estados Unidos, la Unión Europea y Japón, estos promedian 6% en las economías emergentes. Es decir, aún queda mucha tela donde rebajar para incentivar sus economías. Los estímulos fiscales, un lujo fuera de alcance para la mayoría de las naciones desarrolladas, están disponibles en el caso de los países emergentes. Sus bancos, por lo demás, disponen de mayor capital y de menores problemas de capitalización que sus contrapartes europeas. Sus reservas internacionales, a la vez, son lo suficientemente amplias como para protegerlos contra la caída de sus exportaciones. En síntesis, de acuerdo a los estándares de las economías desarrolladas los países emergentes evidencian fortalezas múltiples.
Así las cosas, estamos ante el típico caso de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. La tesis que cobra cuerpo en la prensa económica occidental resulta a todas luces subjetiva y descontextualizada. Problemas hay sin duda en China y en las economías emergentes, pero de allí a plantear una visión dicotómica en la cual las economías desarrolladas suben y las emergentes bajan, hay un largo camino. Comparativamente hablando estas últimas se encuentran bajando una cuesta mientras que las desarrolladas aún siguen bordeando el precipicio.