La pequeña isla de Taiwán se enfrentará el próximo día 20 de marzo a una jornada decisiva. De una parte, elige presidente entre dos candidatos: Lien Chan, jefe de filas del Kuomintang (KMT), en alianza con su homólogo del Partido Pueblo Primero, de James Soong; y Chen Shui-bian, actual presidente que aspira a la reelección, junto con Annette Lu, su vicepresidenta, ambos del gobernante Partido Democrático Progresista (PDP). Pero por otra, los ciudadanos deberán pronunciarse en referéndum sobre dos preguntas relacionadas con el inicio de las negociaciones con China continental y sobre el reforzamiento de la capacidad de autodefensa si Beijing no renuncia al uso de la fuerza para avanzar en la unificación del país.
La decisión de vincular referéndum y comicios presidenciales es arriesgada, pero en ella puede residir la clave de un hipotético, aunque difícil, triunfo de Chen Shui-bian. En efecto, al proponer la consulta, realizada al amparo de la recién aprobada legislación sobre referéndums, el presidente Chen ha condicionado todo el debate electoral que gira, de 7 de la mañana a 10 de la noche, horario de la campaña sin jornada de reflexión, en torno a la taiwanización de la isla y las relaciones con el continente. Esa estrategia le ha permitido al presidente Chen recuperar parte de la popularidad perdida entre los desencantados por su gestión en el dominio económico o social y los defraudados por su aggiornamento en la reclamación independentista; frenar el ascenso de su aliado rival, el ex presidente Lee Teng-hui, de la Unión Solidaria de Taiwán, y también pro-independentista; y situar a la defensiva a su oponente, que ha respondido a las movilizaciones multitudinarias con iniciativas simbólicas como donaciones de sangre o similares.
Y es que en torno a la consulta, Chen ha impulsado en las últimas semanas acciones sociales de indudable relieve. En la llevada a cabo el pasado 28 de febrero, una cadena humana inspirada en la rebelión lituana de 1989 contra la presencia soviética, han participado, según diversas fuentes, más de un millón de personas. Taipei ha querido expresar así su rechazo a la actitud hostil de China, exigir el desmantelamiento de los 500 misiles que apuntan a la isla, y denunciar la política continental de desarrollo del poderío militar en las zonas cercanas a Formosa así como toda la estrategia de reforzamiento de la Armada (adquisición en Rusia de submarinos y otros buques de guerra) para intimidar a Taiwán.
Los sondeos apuntan a una elección muy reñida en la que el presidente Chen, siempre en segunda posición, se acerca a Lien cada vez más. El elevado porcentaje de indecisos, más del quince por ciento, le permite abrigar esperanzas y complicar cualquier vaticinio fiable.
Por el momento, China mantiene la calma y prefiere obviar toda demostración de fuerza que en anteriores ocasiones ha deparado resultados muy contrarios a los deseados. En Beijing ahora se prefiere hablar con el lenguaje de los números y no con el de las amenazas belicosas, y se recuerda que la inversión de Taiwán en China continental alcanzó en 2003 la cifra de 3.400 millones de dólares, o que el volumen comercial asciende a 58.400 millones de dólares, que 60.623 empresas de capital taiwanés se han instalado en el continente, y se hacen guiños a la clase empresarial de la isla garantizando la defensa de sus intereses legítimos y prometiendo más facilidades para las empresas taiwanesas que aspiren a entrar en sus mercados, si la cosa va bien. Los “azules”, partidarios de la unificación, incluso han sido autorizados para hacer campaña en Shanghai para atraer a los comerciantes taiwaneses al mar de calma que representa su opción frente al arriesgado soberanismo de Chen, cabeza visible de los “verdes”, multiplicando la oferta de vuelos a la isla para participar en la jornada electoral.
El presidente Chen, haciendo valer su incuestionable condición de demócrata, se ha esforzado mucho en convencer a EEUU de la bondad de su propuesta: palabras de admiración para John Kennedy, afirmaciones de exaltación democrática, mensajes sin cifrar acerca de la importancia de reforzar la independencia de Taiwán para dificultar la construcción de un imperio hegemónico y autoritario chino. Pero Bush, ya en diciembre pasado dio garantías a Wen Jiabao, primer ministro chino de visita en Washington, de que nada haría por alterar la calma en las relaciones a través del Estrecho y desautorizó nuevas ventas militares a la isla, incluidos los radares de detección de misiles. Los azules acusan a Chen de debilitar la alianza de EEUU y Taiwán, al cruzar el límite de lo tolerable por parte de Beijing. ¿Tiene Washington más necesidad de Taiwán que de China? EEUU acaba de colocar la primera piedra de su nueva embajada en Beijing, que será el edificio más grande y más costoso construido en el extranjero por el departamento de Estado. En 2008 debe estar acabado y acogerá a unos setecientos funcionarios.
Chen, convencido de que a EEUU le interesa mantener a Taiwán alejado de la influencia política y estratégica continental, apuesta por reforzar la “identidad nacional”, avanzando en la integración económica pero no en la reunificación política. Los signos de identidad de la isla son, según Chen, la democracia y esa nueva demografía que supone la incorporación de nuevas generaciones de ciudadanos que no han padecido los rigores de la separación a causa de la guerra civil y que se sienten ciudadanos de Taiwán, integrados en la cultura china pero sin el más mínimo sentimiento patriótico. Ello supone un signo de diferenciación muy claro con su rival, que asume la idea de Taiwán como parte de China. Chen, como señalaba a Time recientemente, rechaza la idea de convertir la isla en un segundo Hong Kong. Si gana estas elecciones y el referéndum, una nueva Constitución, prevista para 2006, coincidiendo con el veinte aniversario de la fundación del PDP, culminaría la primera fase de la fabricación de ese nuevo país, colocando a China ante la decisión más trascendente de su historia reciente.