El gran despliegue de China

A lo largo del año 2014, las autoridades chinas hicieron gala de un amplio abanico de impulsos, bien revelador de los grandes objetivos señalados para la presente década, un tiempo que debe culminar buena parte del esfuerzo modernizador iniciado, como poco, a finales de los años setenta del siglo pasado y bautizado por Xi Jinping como el “sueño chino”.

A lo largo del año 2014, las autoridades chinas hicieron gala de un amplio abanico de impulsos, bien revelador de los grandes objetivos señalados para la presente década, un tiempo que debe culminar buena parte del esfuerzo modernizador iniciado, como poco, a finales de los años setenta del siglo pasado y bautizado por Xi Jinping como el “sueño chino”.

En el orden interno, tres han sido los principales caballos de batalla. En el ámbito económico, la transición hacia un nuevo modelo de desarrollo que incorpore factores hasta ahora desdeñados como el medio ambiente, la justicia social o la innovación tecnológica, desembocó en lo que se da en llamar la “nueva normalidad” económica. Esta, en resumidas cuentas, viene a reivindicar la interiorización de que aquel tránsito exige un ritmo de crecimiento inferior a los dos dígitos, cifras a las que China nos tenía acostumbrados desde hace varios lustros. El objetivo del 7 por ciento parece hoy el más realista y, por otra parte, mínimo exigible para alcanzar el objetivo de duplicar el PIB per cápita en 2020 con respecto a 2010, así como satisfacer la importante demanda de empleo en el gigante asiático.

El curso de las reformas, con la Zona Económica Especial de Shanghai como paradigma, avanza entre importantes dificultades. La reducción del intervencionismo administrativo y la desconcentración de competencias se desarrollan en paralelo al fomento del papel del mercado y de la economía privada. En 2014 se crearon varias decenas de millones de nuevas pequeñas empresas, convertidas en auténtico vivero del empleo. Por otra parte, la apertura de sectores estratégicos al capital privado al igual que las grandes empresas del sector público, ya sean dependientes de gobiernos locales o del central, sugiere nuevos espacios para la capitalización. Por otra parte, las reformas en el sector financiero apuntalan la internacionalización del yuan o renminbi, la moneda china, al tiempo que favorecen el engarce de este sector con el mundo financiero global, del que China permanece básicamente al margen.

Las reformas en el medio rural evolucionan contra reloj en un contexto marcado por el desinterés de las nuevas generaciones por el cultivo de la tierra y la apuesta gubernamental por culminar el tránsito de la pequeña agricultura individual a las grandes explotaciones mecanizadas que mejoren la rentabilidad y la eficiencia y, no menos importante, preserven la seguridad alimentaria de un país que solo dispone de un 7 por ciento de superficie cultivable con el 20 por ciento de la población mundial.

Las tensiones con las empresas extranjeras se han multiplicado. Las autoridades, esgrimiendo la ley antimonopolio, han expedientado e impuesto sanciones a numerosas multinacionales implantadas en el país en un ejercicio de clara protección de la industria nacional en sectores clave, ya sea por razones estrictamente económicas o estratégicas relacionadas con la seguridad.

En el orden social, la apuesta por el consumo como uno de los vectores del crecimiento económico, exige una fuerte inversión en sectores clave (educación, salud, tercera edad, etc.) que mitiguen la importancia tradicional del ahorro. Este esfuerzo, que arranca en la década anterior, se ha mantenido y debe proseguir. La cobertura del sistema de salud y de las pensiones ha experimentado algunos avances, al tiempo que arrecia el debate sobre la necesidad de aplazar la edad de jubilación (55 para las mujeres y 60 para los hombres, actualmente). La reforma del hukou –permiso de residencia- o de la política del hijo único se han abierto camino de forma experimental a la espera de que el Grupo Dirigente para la Reforma Integral sancione su generalización progresiva a escala de todo el país. En un contexto de enfriamiento del sector inmobiliario, la apuesta por la urbanización y la integración de los cientos de millones de inmigrantes rurales en el medio urbano se afianza como una de las tareas centrales de la presente década que debe apuntalar la definitiva transformación del gigante asiático en una sociedad urbana.

En lo político, la lucha contra la corrupción se ha cobrado miles de funcionarios de diverso rango a lo largo y ancho del país desatando cierto pánico en este colectivo. El Comité Permanente del Buró Político del PCCh se ha planteado el combate a la corrupción como el talón de Aquiles de la credibilidad del PCCh. Iniciado en el ámbito civil, con el paso del tiempo se ha ido desplazando a otras áreas, y muy especialmente al sector castrense, donde las luchas contra las redes organizadas al máximo nivel se han cobrado importantes trofeos. Con este planteamiento, el liderazgo chino sugiere un discurso –respaldado con acciones prácticas- de mayor acercamiento a las inquietudes cívicas con el propósito de evitar que estas deriven en un cuestionamiento de su magisterio.

Las tensiones políticas han tenido su máxima expresión en el orden territorial. De una parte, la crisis de Hong Kong por la reforma del sistema electoral, abiertamente contestada por amplios sectores de esta región administrativa especial. El movimiento Occupy Central planteó a Beijing la eliminación de las restricciones impuestas a la elección directa de las máximas autoridades del otrora enclave británico, si bien el gobierno central no parece dispuesto a ceder un ápice en esta cuestión. De otra, el agravamiento de la situación en Xinjiang, con la multiplicación en paralelo de las acciones terroristas y la represión policial y militar configura un escenario de inestabilidad en una región clave para el éxito de las estrategias chinas en un contorno estratégico de gran importancia. Finalmente, la inminencia de un cambio de tendencia en la política taiwanesa, hasta ahora conducida por un KMT proclive al entendimiento con el continente, sugiere la eclosión de aguas turbulentas en el Estrecho de Taiwan.

El Estado de Derecho, la independencia judicial, el imperio de la ley, han pasado a formar parte del nuevo vocabulario político y expresión de una gobernanza moderna que se correspondería con la voluntad de un Partido que ya no aspira a ser sinónimo de vanguardia política sino de voluntad de servicio a la ciudadanía. Esta transformación no tiene como propósito una transformación cualitativa del sistema político para homologarlo con los occidentales. Por el contrario, se trata de adaptar estas experiencias para erigirlas en santo y seña de un PCCh que a punto de celebrar su primer centenario (2021), sueña con prolongar su hegemonía política administrando el “socialismo con peculiaridades chinas”.

Por otra parte, el nuevo dinamismo que presenta la política china no ha cedido un ápice a la obsesión por el control ideológico, la censura en Internet o, en general, la no permisividad con la influencia extranjera. Estas manifestaciones se han acentuado a lo largo de todo el ejercicio, instando a un efectivo blindaje contra aquellas intromisiones exteriores que podrían desestabilizar el país en una coyuntura decisiva como la presente.

Las sombras y contradicciones de este proceso no son menores y su gestión requerirá del liderazgo del PCCh una peculiar destreza. La persistencia de las desigualdades sociales o el hartazgo con los problemas ambientales señalan factores de tensión que podrían manifestarse con notoria intensidad de no efectivizarse con la presteza debida los correctores introducidos. La onda expansiva de los conflictos territoriales internos no debiera menospreciarse. Asimismo, las resistencias a las reformas, ya sea entre los clanes instalados en las elites burocráticas, en las empresas estatales o en los poderes locales, pueden derivar en frentes internos abiertos obligando al actual sanedrín del PCCh a moderar sus impulsos y aceptar compromisos de diverso signo.  

En el plano exterior, el despliegue de propuestas chinas se ha revestido de un peculiar énfasis en la diplomacia de vecindad. La promoción de la Franja Económica de la Ruta de la Seda y la Ruta Marítima de la Seda, el establecimiento de diversos corredores económicos regionales, la propuesta de creación de Fondos o del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, además del Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS, la bendición de la CICA (Conferencia sobre Interacción y Medidas de Construcción de Confianza en Asia), entre otros, señalan un peculiar envite de la diplomacia china, claramente dispuesta a reducir la influencia de EEUU en entornos sensibles y, más ampliamente, a desoccidentalizar el orden global propugnando alternativas necesariamente superadoras del status quo.

China ha pasado a la acción, multiplicando sus propuestas en todas las direcciones y continentes, desde su vecindad más próxima hasta América Latina o los PECO, con el afán de sortear los diques que pretenden contener su definitiva emergencia. Ello no obsta para seguir mimando sus relaciones con los principales actores del sistema internacional, pero busca sin duda una diversificación y reestructuración de sus prioridades.

Asimismo, la persistencia de las tensiones con sus principales competidores estratégicos (India, Japón o EEUU) ha coexistido con claros intentos de apaciguamiento y la habilitación de fórmulas de cooperación de resultado, por el momento, incierto. Las grandes apuestas económicas (inversión, comercio…) para la región de Asia-Pacífico, conjugadas con un persistente aumento del gasto militar, sugieren igualmente en no pocos países una diversificación de sus relaciones con una clara diferenciación de sus vínculos económicos (a sostener con China) y de seguridad (a afianzar con EEUU).