El Kurdistán diseña una nueva geopolítica en Oriente Próximo

La dinámica de acontecimientos que se suceden en Oriente Próximo en los últimos años y, especialmente, los efectos directos y colaterales derivados de la denominada Primavera árabe, identifican un nuevo contexto geopolítico para la causa independentista kurda, cuyas perspectivas por alcanzar sus demandas históricas de constituirse en Estado independiente o, al menos, de obtener un mayor grado de autonomía regional en contextos como Irak y Turquía, son aspectos que parecen intensificarse a pesar de los contrastes y evidentes choques de intereses en torno a este objetivo.

La dinámica de acontecimientos que se suceden en Oriente Próximo en los últimos años y, especialmente, los efectos directos y colaterales derivados de la denominada Primavera árabe, identifican un nuevo contexto geopolítico para la causa independentista kurda, cuyas perspectivas por alcanzar sus demandas históricas de constituirse en Estado independiente o, al menos, de obtener un mayor grado de autonomía regional en contextos como Irak y Turquía, son aspectos que parecen intensificarse a pesar de los contrastes y evidentes choques de intereses en torno a este objetivo.

Un hecho de especial importancia tiene que ver con la petición realizada el pasado 22 de marzo por parte de Abdullah Oçalan, histórico líder del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK por sus siglas en turco), y quien  cumple cadena perpetua desde 1999, en la que instó al cese de la lucha armada en el Kurdistán turco. Este suceso abre la perspectiva de un eventual proceso de pacificación del conflicto kurdo en este país, iniciado a partir de 1984 y cuya lucha por la autodeterminación con respecto al Estado turco provocó aproximadamente 40.000 muertos desde entonces.

El anuncio de Oçalan fue posteriormente corroborado por Murat Karayilán, líder de la cúpula militar del PKK, e igualmente gracias a la instancia del Partido de la Paz y de la Democracia (DTP por sus siglas en turco), la única formación nacionalista kurda legalizada y con representación en la Asamblea Nacional turca. El mismo incluso ocurrió en un momento simbólico para el pueblo kurdo, coincidiendo con el comienzo de la festividad del Newroz o Año Nuevo.

Este histórico anuncio impulsado por Oçalan y el PKK implica un inédito contexto para la causa kurda en Oriente Próximo. Con más de 40 millones de habitantes repartidos entre Turquía (donde habitan entre 12 y 15 millones de kurdos), Iraq, Irán, Siria y una diáspora diseminada por Oriente Próximo, el Cáucaso, Europa y EEUU, los kurdos son considerados como el mayor pueblo del mundo sin un Estado independiente.

A falta de conocer con exactitud cuál será la política que lleve a cabo el primero ministro turco Recep Tayyip Erdogan ante este eventual cese de las hostilidades, el contexto regional gravita con fuerza para la causa kurda. Un foco esencial estará fijado en el vecino Kurdistán iraquí, denominado oficialmente Gobierno Regional del Kurdistán de Irak (GRK), cuya potencialidad para convertirse en el actor preponderante de este nuevo contexto viene determinado por la constatación de una autonomía de facto con respecto a Bagdad desde la retirada militar iraquí de 1991, así como de una boyante economía, traducida en su potencialidad energética (petróleo y gas natural) e incluso hidráulica. Precisamente, en su anuncio de pacificación, Oçalan pidió a los militantes del PKK que trasladaran sus bases a la vecina Kurdistán iraquí.

Paralelo a este escenario está la situación de los kurdos de Siria, país inmerso en un conflicto interno que desde 2011 enfrenta al régimen de Bashar al Asad con una plataforma opositora en la que los movimientos pro-kurdos forman parte activa. La eventual caída del régimen de Bashar abre la posibilidad de una mayor autonomía para los kurdos sirios, perspectiva que preocupa a la vecina Turquía en caso de observar una pacificación del Kurdistán turco y ante la potencialidad del Kurdistán iraquí de convertirse en foco de irradiación de las demandas autonomistas kurdas.

No obstante, las incertidumbres se intensifican al no conocerse con exactitud hasta qué punto es factible una agenda de desarme y apertura de negociaciones en el Kurdistán turco y, principalmente, en observar cómo manejarán este contexto tanto el gobierno de Erdogan como el políticamente influyente estamento militar turco. Hay que tomar en cuenta que, ante el actual escenario de petición de paz, el estamento militar turco podría calificar esta coyuntura como una victoria de carácter militar contra el PKK, hecho que puede obstaculizar cualquier iniciativa real de pacificación y de reconocimiento de la autonomía kurda, a pesar de que Erdogan y el DTP vienen trabajando en los últimos meses con una amplia agenda política de pacificación y reforma constitucional.

Desde la perspectiva geopolítica, Ankara teme que el actual contexto regional intensifique las presiones de los kurdos por constituir un Estado propio a través de una especie de “corredor estratégico” entre Turquía, Siria e Irak que, a todas luces, transformaría el mapa regional y alteraría los intereses estratégicos turcos.


Complejas apuestas geopolíticas

De este modo, el histórico contexto de eventual pacificación en el Kurdistán turco abre un compás de espera traducido en la posibilidad de una negociación abierta que acabe con este conflicto secular entre turcos y kurdos, el cual explotó precisamente desde el nacimiento de la actual República turca en 1923.
La irrestricta visión de unidad nacional de la naciente República turca trastocó dramáticamente las aspiraciones kurdas por establecer un Estado independiente en el sureste del país, una aspiración curiosamente estipulada en el plan de paz presentado por el presidente estadounidense Woodrow Wilson tras la finalización de la I Guerra Mundial y de la desmembración del Imperio otomano en 1918.

La reciente oferta de paz de Oçalan y del PKK puede, al mismo tiempo,  abrir una hipotética crisis política en Ankara entre el primero ministro Recep Tayyip Erdogan y el poderoso estamento militar, así como entre otros grupos y partidos políticos, principalmente el Partido de Acción Nacionalista (MHP por sus siglas en turco), sin olvidar la presión política que puede emanar de grupos nacionalistas de extrema derecha, tales como los tristemente célebres “Lobos Grises”, abiertamente contrarios a la autodeterminación curda.

Tras el anuncio del cese de las hostilidades contra el Estado turco por parte de Oçalan y del PKK, el foco de atención se dirige ahora hacia el gobierno de Erdogan y su capacidad real para negociar una pacificación que, eventualmente, implicaría una apertura política a las demandas kurdas de autodeterminación.

Una perspectiva que aparentemente no parece disfrutar de buena sintonía por parte del estamento militar turco y de sus aliados, los cuales consideran al PKK como una “organización terrorista”, calificativo igualmente aceptado por la Unión Europea y EEUU. De este modo, los militares turcos pueden interpretar que este anuncio de fin de las hostilidades por parte del PKK evidenciaría su aparentemente definitiva “derrota militar” ante el Estado turco y que, por tanto, debería dar paso a su definitiva derrota política.

Pero este argumento puede verse desfasado ante el contexto actual. Desde su llegada al poder en 2002, Erdogan intentó solucionar políticamente el conflicto kurdo a través de una serie de concesiones de carácter táctico, enfocadas en el reconocimiento oficial y la aceptación pública de la lengua y cultura kurdas. Incluso, el impulso de Erdogan otorgado a la Alianza de Civilizaciones a partir de 2004 dio esperanzas a los kurdos de alcanzar, de forma oficial, una solución a su conflicto.

No obstante, desde 2007 Erdogan viene afrontando una serie de pulsos políticos internas, con el evidente peso del estamento militar turco, temeroso de observar una autonomía en el Kurdistán. Los sucesivos triunfos electorales de Erdogan en los comicios presidenciales de 2007 y 2012 y en el referéndum de reforma constitucional de 2010, actualmente en discusión.

Esta reforma constitucional busca aprobar una nueva Carta Magna de carácter más progresista, que sustituya a la draconiana Constitución de 1982 confeccionada por el entonces régimen militar de Kenan Evren y que suprimió desde entonces las aspiraciones autonomistas curdas. En la actualidad, Erdogan goza de un notable apoyo popular, legal e institucional tanto a nivel interno como externo que, a todas luces, le permite amortiguar momentáneamente cualquier tipo de presión por parte de los militares turcos.

Sopesando un “corredor kurdo”

El temor del estamento militar turco y de sus aliados políticos, con fuertes conexiones en la centralizada estructura burocrática así como de importantes sectores empresariales y comerciales, se enfoca en la vecina Kurdistán iraquí, cuya autonomía política y principalmente sus enormes riquezas petroleras e hidráulicas, le confieren un peso geopolítico estratégico, con relevante capacidad de influencia en el contexto kurdo regional.

En los años anteriores a la llegada al poder de Erdogan, Turquía impulsaba una serie de proyectos energéticos e hidráulicos que transitaban precisamente por los territorios del Kurdistán turco e iraquí. Desde su autonomía de facto en 2003, el Gobierno Regional del Kurdistán en Irak (GRK) viene realizando acuerdos energéticos con multinacionales extranjeras, como Exxon Mobil, para exportar crudo del norte de Irak a través de los oleoductos de Kirkuk y Mosul e, incluso, utilizando la ruta de oleoductos hacia la localidad turca de Ceyhan.


La aparición de la rebelión siria en febrero de 2011, en especial con el apoyo de los kurdos sirios a la plataforma opositora contra el régimen de Bashar al Asad, activó los temores turcos sobre una “regionalización” del conflicto kurdo. Precisamente, antes de la crisis siria de 2011, Ankara y Damasco venían agilizando entre 2004 y 2008 un acercamiento diplomático, económico e incluso militar de carácter estratégico, cuyas opciones se fraguaban en la perspectiva de Erdogan por acentuar una serie de negociaciones entre Siria e Israel que, eventualmente permitieran alcanzar un tratado de paz y reconocimiento entre ambos países, finalmente obstaculizados por razones geopolíticas.

Las preocupaciones en Ankara se intensificaron con la crisis de los refugiados sirios en la frontera con Turquía y ante la posibilidad de que los movimientos políticos y, especialmente, los grupos armados kurdos de Siria, con el presunto apoyo del PKK y eventualmente de algunos líderes guerrilleros y políticos del Kurdistán iraquí, aprovecharan la situación para crear una especie de “corredor estratégico” kurdo que asfixiara a Ankara.

A finales de 2011, unas 15 formaciones políticas kurdas en Siria se formaron el Consejo Nacional Kurdo (CNK) como entidad miembro del Consejo Nacional Sirio (CNS), presionando por constituir un Estado federal en Siria que respetara la autonomía kurda. En abril de 2012, la CNS se vio obligada a aprobar una Carta Nacional sobre la Cuestión Kurda, que recogía una gran parte de estas demandas de reconocimiento de la identidad kurda y de autodeterminación.

Posteriormente, en julio de 2012, el Partido de la Unión Democrática (PYD), próximo al PKK turco, y el CNC, acordaron crear en Erbil, capital del Kurdistán iraquí, un Consejo Supremo Kurdo cómo nueva entidad política, movilizada por milicias armadas que se desplegaron en la frontera siria con Turquía una vez se retiraran las tropas leales al régimen de Bashar( ).

Esta perspectiva, así como el definitivo deterioro de las relaciones entre el gobierno de Erdogan y el de Bashar en función del público apoyo de Ankara a la CNS, dio paso a que el gobierno turco activara desde mediados de 2012, una serie de iniciativas de carácter político y diplomático, destinadas a frenar o bien adelantarse ante eventuales escenarios de irredentismo kurdo frente sus fronteras.

De este modo, Erdogan adelantó negociaciones con Oçalan y el BDP, para intentar abrir un escenario de cese de las hostilidades en el Kurdistán turco en un momento en el que el PKK especulaba con el retorno de la lucha armada. Asimismo, Erdogan propició un acercamiento entre Ankara y el gobierno del Curdistán iraquí de Masud Barzani, a través de una visita a Erbil en julio de 2012 por parte del ministro turco de Exteriores Ahmet Davitoglu. El objetivo turco era garantizare una eventual “neutralidad” por parte de Barzani y de su gobierno ante cualquier escenario que abriera con respecto a los kurdos en Turquía y Siria.

 

Otro escenario, con menor impacto regional de momento, tiene que ver con la situación de los kurdos en Irán, principalmente asentados en la provincia del noroeste del país persa. Si bien Teherán lleva a cabo una prolongada lucha contra el Partido por una Vía Libre para el Kurdistán (PJAK), principal movimiento kurdo en Irán muy próximo al PKK, aun no se observa un grado de influencia en el Kurdistán iraní de los recientes acontecimientos acaecidos con los kurdos en los demás países de la región.

No obstante, el contexto del Kurdistán en Irán puede explotar en cualquier momento, y más en una coyuntura establecida por el pulso de Teherán con la ONU y, principalmente, EEUU e Israel, debido al avance del programa nuclear iraní.

Diversas informaciones consideran que desde 2012, comandos del Kurdistán iraquí vienen realizando operaciones de cooperación con el PJAK con la finalidad de recrear otra especie de “corredor kurdo” que desestabilice al régimen iraní( ), principalmente a través de bases militares en las montañas de Qandil próximas al norte de Irak.

Este hecho puede afrontar un escenario colateral que afecte los intereses kurdos: el de potenciar un reacercamiento entre Turquía e Irán, dos rivales geopolíticos regionales que, desde que estalló la crisis siria en 2011, se han distanciado enormemente tomando en cuenta la alianza tradicional de Teherán con el régimen de Bashar y el activo apoyo diplomático y político del gobierno turco a los rebeldes sirios.

No obstante, antes de la crisis siria, Erdogan había logrado crear un espacio de entendimiento con Irán a través de acuerdos energéticos y por el apoyo público turco (así como de Brasil) hacia el programa nuclear iraní en 2010. Precisamente, este acercamiento hacia Teherán provocó una silenciosa crisis entre Erdogan y los militares turcos.

La incierta “paz kurda”

Con todo, el contexto actual puede igual obedecer a un estratégico pulso político y geopolítico lanzado por Oçalan y el PKK, con la evidente anuencia del BDP, hacia un Erdogan que deberá ahora mediar toda serie de negociaciones con los militares y otras fuerzas políticas para alcanzar una solución política satisfactoria en el Kurdistán turco.

Una solución que, a ojos de los kurdos, se orienta a focalizar un proceso de eventual desmilitarización a cambio de una descentralización política por parte de Ankara, de mayor autonomía política y de reconocimiento de sus derechos históricos. Resulta importante considerar que el anuncio de Oçalan no estipula la concreción de un Kurdistán independiente sino el reconocimiento de los derechos políticos y civiles de los kurdos.

Con esto, el contexto actual revitalizaría la legitimidad e incluso popularidad del BDP dentro de la comunidad kurda, asentándose como el principal interlocutor de los kurdos a través de un movimiento pacifista, un escenario que colocaría igualmente al PKK en una coyuntura particularmente delicada, toda vez la reacción del gobierno de Erdogan y del estamento militar turco no satisfagan las demandas kurdas.

Paralelamente, la oferta de la “paz curda” traduce otro escenario estratégico: el de considerar al Kurdistán iraquí como el foco de viabilidad de un eventual Estado kurdo de facto que modificaría substancialmente el mapa geopolítico en Oriente Próximo. La petición de Oçalan de que los militantes guerrilleros del PKK se trasladen al Kurdistán iraquí coloca de igual modo en una posición complicada al gobierno de Barzani. Aproximadamente, unos 6.000 guerrilleros kurdos del PKK (coloquialmente denominados peshmergas) están asentados en el territorio del Kurdistán iraquí, principalmente en las montañas Kandil al norte del país árabe, muy cerca de la frontera con Irán

En lo que se refiere al proceso de paz en Turquía, el Partido de la Justicia y Desarrollo (AKP en turco) gobernante en Ankara, junto al pro-kurdo BDP, iniciaron a comienzos de abril las negociaciones necesarias para impulsar el proceso de paz, a través de la conformación de un Comité de Sabios.

En el centro de la discusión está el proceso de reforma constitucional en Turquía, bajo el cual el AKP y el BDP impulsan una cláusula que limite la actual definición nacionalista del Estado turco aceptando la utilización del kurdo como lengua cooficial, medida radicalmente rechazada por las dos formaciones opositoras en la Asamblea turca( ), siendo estas el ultranacionalista MHP y el kemalista Partido Republicano del Pueblo (CHP por sus siglas en turco). Otro tema que crea tensión política son las condiciones del desarme del PKK, tomando en cuenta que la principal guerrilla kurda desconfía de que el estamento militar turco aproveche la situación para acabar con diversos militantes y guerrilleros, tal y como ocurrió con el alto al fuego decretado en 1999.

En todo caso, Erdogan tendrá ahora las cartas políticas clave para intentar impulsar una solución negociada para el Kurdistán turco que, eventualmente, satisfaga a todos los actores involucrados. Un proceso paralelo con otras iniciativas de carácter regional, en especial ante el desenlace de la guerra civil siria y de la posibilidad de reconducción de las deterioradas relaciones con Israel, tradicional aliado geopolítico y militar turco.

Israel mueve sus fichas

En este sentido, mientras Oçalan lanzaba su oferta de paz a Erdogan, el primero ministro israelí Benjamín Netanyahu ofreció públicamente disculpas a Turquía por el ataque militar israelí a la flotilla turca de apoyo a Gaza en 2010, suceso que provocó una eventual ruptura de relaciones entre Ankara y Tel Aviv.

El factor israelí dentro del contexto kurdo puede resultar esencial para clarificar la posibilidad de apertura de nuevos escenarios geopolíticos en la región. Una revelación sobre este contexto de esta eventual relación entre Israel y los kurdos, en especial por parte del Gobierno Regional del Kurdistán en Irak (GRK) fue realizada por el periodista estadounidense Seymour M. Hersh( ), a través de una serie de informaciones sobre la actuación de los servicios secretos israelíes apoyando a las milicias y guerrillas del Kurdistán iraquí durante la ilegal guerra de marzo de 2003 contra el extinto régimen iraquí de Saddam Hussein.

Incluso, hoy en día la relación entre Tel Aviv y el GRK parece tener continuidad, aunque por canales secretos. En febrero pasado, el diario israelí Yedioth Ahronoth informó sobre la visita de una delegación de alto nivel del GRK a la capital israelí para concretar posibles acuerdos de cooperación, principalmente en materia agrícola. Este periódico señalaba que la visita kurda se mantuvo en el más absoluto secreto( ).

Las revelaciones de Hersh certificaron que Israel apoyó tácitamente la autonomía de facto del Kurdistán iraquí, con la eventual perspectiva de considerar la creación de un Estado kurdo que le sirviera “colchón estratégico” contra “rivales” y “enemigos” israelíes, en especial Irán e Iraq.

En este sentido, informaciones secretas revelan que comandos del Mossad israelí, apoyados en diversas milicias kurdas del norte de Irak y de Irán, vendrían operando recientemente dentro del territorio iraní con la finalidad de golpear a la Guardia Republicana Islámica, el principal cuerpo militar pretoriano sobre el que se sustenta el régimen iraní( ).

Estas informaciones certifican que los servicios secretos israelíes estarían apoyando al movimiento Moyahedin-e-Khalq (MEK), un grupo disidente iraní responsable desde 2007 de los asesinatos de científicos nucleares iraníes y que lleva operando muchos años en el norte de Iraq. Este apoyo israelí se amplía hacia el propio PJAK de los kurdos al noroeste de Irán, a través de apoyo logístico y de armamentos( ). Todo ello obviamente en el marco de la “guerra secreta” que vienen librando Israel e Irán en los últimos tiempos.

Al mismo tiempo, este eventual escenario de conformación de un Estado kurdo de facto en el Norte de Irak, con marcada irradiación hacia los países vecinos, actuaba como medida de persuasión por parte de Tel Aviv hacia el gobierno de Erdogan, en especial por el apoyo de éste a la causa palestina y ante la perspectiva de observar una Turquía geopolíticamente ascendente que alterara los intereses israelíes.

Todo esto deja en una delicada y compleja situación al gobierno de Barzani y del Kurdistán iraquí, cuyas iniciativas políticas y cuasi-diplomáticas en los últimos años le habían permitido trazar una especie de marcos de entendimiento con Turquía, Israel e Irán (todos ellos rivales geopolíticos en Oriente Próximo), para focalizar la posibilidad de crear un Estado kurdo autónomo y reconocido regionalmente. Con todo, el contexto actual se abre como inédito e histórico para las aspiraciones estatales kurdas.

 

Artigo escrito para o XXV SIMPOSIO ELECTRÓNICO INTERNACIONAL (SEI) “El nuevo mapa político de la región MENA tras las revueltas árabes" do Centro de Estudios Internacionales y para el Desarrollo (CEID) de Arxentina. Maio de 2013.