El “neotomanismo” de Turquía

Apartados xeográficos Middle East ARCHIVE
Idiomas Galego

La gira del primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan por Egipto, Túnez y Libia, los tres países árabes sacudidos por la ola de cambios políticos en la región, confirma la voluntad de Turquía de erigirse como el principal actor geopolítico regional y una especie de guía para el mundo árabe e islámico, una perspectiva consolidada ante la paulatina pérdida de influencia occidental en la región y el cada vez mayor aislamiento de Israel.

Con pretensiones de alzarse como una potencia emergente en el nuevo escenario internacional, Turquía deberá igualmente evaluar una serie de retos y desafíos en su nuevo rol regional, que muchos consideran como un retorno al “neotomanismo” imperial turco.

El pasado miércoles 14, el presidente francés Nicolás Sarkozy y el primer ministro británico David Cameron iniciaron una visita relámpago a Libia, específicamente a la capital Trípoli y la ciudad de Bengasi, bastión de la rebelión contra el coronel Muammar al Gadafi. Prácticamente, todos los medios informativos interpretaron esta “movida” inesperada de Sarkozy y Cameron como una iniciativa destinada a contrarrestar la próxima visita a Libia del primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan.
           
Esta iniciativa franco-británica confirma el ascendente papel de Turquía en una región aún sacudida por la “Primavera árabe”. Erdogan había llegado el lunes 12 a El Cairo para abrir una nueva etapa en las relaciones con las actuales autoridades egipcias  en el escenario post-Mubarak, incluido un pacto militar con claras pretensiones de ofrecer un nuevo marco geopolítico regional, en especial con relación a Israel y EEUU, hasta ahora los aliados estratégicos más importantes tanto para Egipto como para Turquía.
           
La visita de Erdogan a Egipto viene precedida por un nuevo capítulo en las fricciones entre Turquía e Israel, principalmente por la negativa del gobierno derechista israelí de Benjamín Netanyahu de ofrecer disculpas por el ataque militar israelí a la flotilla de paz hacia Gaza a mediados de 2010, donde murieron varios cooperantes, la mayoría turcos.

El péndulo se mueve

Desde la llegada al poder en Turquía del islamista moderado Erdogany su partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) a partir de 2002, las relaciones turco-israelíes adquirieron un notable nivel de confrontación, un hecho particularmente notable entre dos países considerados como aliados geopolíticos y militares, especialmente desde el pacto militar suscrito entre Ankara y Tel Aviv en 1996.

El ataque militar israelí al territorio palestino de Gaza entre 2008 y 2009 dio paso a una mayor intensificación de los reproches y críticas por parte de Erdogan contra Israel, que, recientemente, alcanzó su mayor nivel ante el abierto apoyo turco a la eventual proclamación de independencia para Palestina, prevista para ser discutida en la Asamblea General de la ONU del próximo 20 de septiembre.

Particularmente activo tras la Primavera árabe que se inició en enero pasado en Túnez y se reprodujo posteriormente en Egipto y Libia, Erdogan y el AKP iniciaron un proceso de “internacionalización” del modelo turco en el mundo árabe e islámico, que ha sido recibido con notable aceptación en la región. El AKP de Erdogan intenta conciliar una visión islamista democrática, basada en la estabilidad política a través de un equilibrio de poderes cívico y militar, con importantes variables en el caso turco, en especial ante la aprobación de una reforma constitucional en 2010 que recorta importantes bazas de poder político al estamento militar.

Al mismo tiempo, Turquía transita por una etapa de saludable crecimiento económico en la última década, con índices incluso comparables al crecimiento de China en el mismo período. Actualmente, Turquía es considerada la 16º potencia económica global según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), con una diplomacia multilateral hábilmente dirigida por su actual canciller AhmetDavutoglu, cuya visión estratégica sobre la nueva política exterior turca le ha valido ser considerado como uno de los diez más importantes pensadores globales de la actualidad, según la prestigiosa publicación estadounidense ForeignPolicy.

La reciente y nueva reelección de Erdogan en las elecciones generales turcas de junio pasado (su tercera victoria electoral desde 2002) confirma esa hegemonía política del AKP como actor esencial en una nueva “revolución turca” con claro perfil democrático, a pesar de que diversos sectores opositores turcos aducen del talante autoritario de Erdogan y su presunta pretensión por “hegemonizar” la política turca.

Por tanto, no deja de ser significativo que estas variables que evidencian la emergencia potencial de Turquía como un actor protagónico en el nuevo sistema internacional de alguna manera seduzca al mundo árabe. La visita de Erdogan a El Cairo provocó un furor popular pocas veces visto, principalmente en un momento delicado para las relaciones de Egipto con Israel tras los recientes ataques contra la embajada israelí en la capital egipcia, en respuesta a la muerte presuntamente accidental de cinco militares egipcios durante una incursión israelí en la península del Sinai, en persecución contra militantes palestinos.

Tanto como el inédito pacto militar turco-egipcio que advierte un nuevo escenario geopolítico regional, Erdogan espera consolidar al AKP como la referencia política más viable para el islamismo político en Oriente Próximo. En los últimos años han sido frecuentes los contactos y la cooperación ideológica y política entre el AKP y el influyente movimiento de la Hermandad Musulmana egipcio, considerado éste como la principal referencia histórica del islamismo político regional.

Por tanto, el AKP espera igualmente erigirse como esa referencia política para otros movimientos islamistas regionales que son actores políticos clave en las transiciones que vive actualmente el mundo árabe, especialmente en Túnez y Egipto pero también en otros escenarios como Jordania o la actualmente convulsa Siria, así como hacia el movimiento islamista libanés Hizbuláh o el palestino Hamas.

El apoyo de Erdogan a los rebeldes libios y sus críticas hacia la cruenta represión del régimen sirio de Bashar al Asad contra los manifestantes opositores, revela también un nuevo cambio de orientación de la política exterior turca, distanciada de regímenes autocráticos como losl de Gadafi y Bashar y condescendiente con los nuevos actores políticos que demandan cambios democráticos.

El caso libio es significativo debido a que desde 2003, Turquía posee importantes convenios energéticos en Libia, entonces suscritos con el régimen de Gadafi. La crisis libia iniciada en marzo pasado y la posterior guerra civil con intervención de  la OTAN y la ONU provocó la huida de cerca de 4.000 ingenieros turcos que trabajaban en compañías turcas que operaban en campos petroleros y de gas natural en Libia, beneficiados por el proceso de apertura energética iniciado por Gadafi a partir de 2004.

De allí que la visita relámpago de Sarkozy y Cameron a la nueva Libia post-Gadafi posea un carácter estratégico para evitar que Turquía se convierta, de forma inesperada, en una referencia clara para la incierta composición del futuro gobierno libio que, de algún modo, altere los intereses occidentales en ese país.

¿Rival o socio para Occidente?

Desde la creación de la República de Turquía en 1923, con claro carácter secular y laico, la orientación geopolítica turca estuvo invariablemente dirigida hacia Occidente, bajo la concepción de superar el pasado otomano así como la preponderancia del Islam en todos los órdenes de la vida pública turca.

El reconocimiento turco al Estado de Israel en 1949 (que le granjeó una fuerte enemistad dentro del mundo árabe y musulmán), la inclusión de Turquía en la OTAN a partir de 1952 y sus constantes (e infructuosos) intentos por ingresar en la Unión Europea desde 1963, calibraron esta indudable orientación pro-occidental de la Turquía republicana.

Pero el nuevo sistema internacional del siglo XXI observa una inédita reorientación de las prioridades geopolíticas turcas, que coinciden con el ascenso al poder de Erdogan y el AKP a partir de 2002. Turquía fue uno de los mayores críticos de la guerra de Irak de marzo de 2003, rechazando las presiones de Washington para permitir que las bases turcas de la OTAN pudieran bombardear a Irak, tal y como ocurriera con la guerra de 1991.

Los constantes obstáculos presentados por Bruselas para la admisión definitiva turca han posibilitado que, hoy en día, el ingreso turco a la Unión Europea no constituya ni siquiera la prioridad máxima de la nueva política exterior turca, así como un creciente desencanto de la sociedad turca hacia la UE. Actualmente, los índices de antiamericanismo y decepción con Europa crecen de forma acelerada en la sociedad turca.

La diplomacia de Davutoglu ha acercado a Turquía hacia nuevos actores emergentes, como China, Rusia, Brasil, Sudáfrica, así como hacia Irán y Siria, abiertos enemigos occidentales, aunque la coyuntura actual manifiesta una crisis abierta en las relaciones con Damasco, debido a que Turquía ha recibido millares de refugiados sirios que huyen de  la represión del régimen.

La actual crisis turco-israelí confirma igualmente este distanciamiento turco con EEUU y Europa. Paralelamente, Davutoglu ha abierto nuevas perspectivas de relación diplomática en América Latina, África y el sudeste asiático, escenarios anteriormente inéditos e impensables para la diplomacia turca.

No obstante, desde Occidente se sigue observando con atención la importancia de Turquía como aliado estratégico en una zona tan convulsionada como Oriente Próximo, el Cáucaso y Asia Central, factores que aún definen la estratégica relación entre Turquía y Occidente.

Turquía es un tradicional aliado de la OTAN mientras desde Washington se observa con beneplácito que este país juegue un rol protagónico como referencia para el nuevo mundo árabe, principalmente por el éxito de Erdogan y el AKP de conciliar un Islam democrático y hasta “laico”.A nivel estratégico, Washington prefiere ver a un tradicional aliado como Turquía erigirse como referencia y potencia regional en Oriente Próximo, especialmente a fin de contrarrestar la posible implicación e influencia política y religiosa de Irán en la región.

Si bien existen fricciones por la relación turca con Irán (que incluso posibilitaron en 2010 a un inesperado pacto entre Turquía, Brasil e Irán para apoyar el programa nuclear de Teherán) y la crisis con Israel, Erdogan y Davutoglu sigue trazando como objetivos esenciales mantener una relación igualitaria y de equilibrio con Tel Aviv y Washington, aunque éstos ya no sean actores preponderantes e imperativos para la diplomacia turca.

La gira de Erdogan por Egipto, Túnez y Libia define la prioridad de una nueva Turquía, fortalecida en el escenario regional y con claras pretensiones de alzarse como “potencia emergente” global, al nivel de China o Brasil. Por ahora, Sarkozy y Cameron ya tomaron nota de las potencialidades del “neotomanismo” de Erdogan.