El presidente taiwanés, Chen Shui-bian, ha anunciado la convocatoria de un referéndum el próximo 20 de marzo, coincidiendo con la celebración de unos comicios presidenciales en los que aspira a la reelección. El contenido de la consulta pudiera ser el futuro de la cuarta planta nuclear o el ingreso en la Organización Mundial de la Salud, pero no está del todo descartada la cuestión de la soberanía. Como es sabido, el Partido Democrático Progresista (PDP) que lidera y actualmente gobierna este Estado de hecho, pero no de derecho, hizo de la reivindicación independentista su principal seña de identidad. Sin embargo, en los últimos años había moderado su discurso, cediendo espacio a su derecha, al Kuomintang, y a su izquierda, a la Unión Solidaria, del ex presidente Lee Teng-hui. El balance electoral de esa moderación ha evolucionado a la baja.
El Parlamento taiwanés aprobó la semana pasada la legislación reguladora del referéndum. La propuesta gubernamental pretendía definir los caminos para hacer posible una consulta sobre la independencia del país, hoy “provincia rebelde” de China. Sin embargo, los legisladores, de mayoría opositora al presidente Chen Shui-bian, descartaron expresamente la convocatoria en temas sensibles como “el cambio de bandera nacional, del nombre del país, del himno nacional y del territorio así como la soberanía”. En Beijing, Zhang Mingqing, portavoz de la oficina de asuntos de Taiwán del Consejo de Ministros, advertía nuevamente contra el peligroso rumbo impulsado por los independentistas del PD, asegurando que no permanecerán “sentados con los brazos cruzados”, y que China adoptará acciones para impedir “a toda costa” la independencia de Taiwán.
Con todo, las restricciones impuestas a la normativa impulsada por el gabinete de Chen bien pueden satisfacer a China y aliviar sus temores. De ser un proyecto para contar con los medios legales para proclamar la independencia, el mecanismo resultante ha derivado en una hipotética fórmula para fortalecer la democracia favoreciendo la participación ciudadana en la toma de decisiones sobre asuntos de gran importancia. En suma, que Taiwán podría llegar a ser una especie de Suiza oriental. Ha sido con ese cambio de orientación como el texto ha conseguido el apoyo de la mayoría opositora, inicialmente inclinada a rechazarlo de plano. A pesar de ello, el presidente Chen advierte que el texto aprobado le autoriza a convocar consultas sobre asuntos relacionados con la seguridad nacional en caso de que Taiwán se sienta amenazado por fuerzas exteriores.
Intentando quitar hierro a las propuestas de Chen, el vicepresidente del Consejo para los Asuntos de China Continental, Chen Ming-tong, asegura que lo aprobado en nada afecta a la política taiwanesa hacia Beijing. “Esta es una reforma democrática, que aspira a establecer en Taiwán una democracia plena y no un acto para fomentar la independencia”, asegura. Tratando de reducir la alarma, este alto funcionario hacía públicos los resultados de una encuesta del Centro para la Investigación de Elecciones de la Universidad Nacional Chengchi, según los cuales casi el ochenta por ciento de los ciudadanos de Taiwán aceptaban la idea de mantener el actual status quo existente entre los dos lados del Estrecho. La encuesta también reveló que solamente un 7,4 por ciento de los entrevistados apoya la propuesta china de “un país, dos sistemas”, rechazo reforzado con un sentimiento de percepción de hostilidad de China hacia Taiwán que es valorado por un 69,4 por ciento de los entrevistados.
El Partido Democrático Progresista (PDP) milita a favor de la taiwanización del país. La soberanía pertenece al pueblo, proclama, y debe ser este quien decida en referéndum sobre su futuro. De la reclamación genérica de independencia a la posibilidad concreta de la consulta, el nerviosismo continental ha ido en aumento, realizando maniobras militares en las provincias del Sur situadas enfrente de Taiwán cada vez que había elecciones, crispando más una situación que, paradójicamente, empujaba al electorado en la orientación contraria a la deseada por Beijing.
En los años de mandato de Chen, China ha perdido influencia política en Taiwán y ganado influencia económica. Beijing es como una esponja para Taipei: no hay forma de frenar la atracción de capitales, a pesar de la desconfianza y la inseguridad que aún presiden las no-relaciones bilaterales. Desde 1995 no hay diálogo, pero el negocio crece y crece. La inversión taiwanesa en China continental supera los 60.000 millones de dólares, a pesar de existir un régimen restrictivo para el comercio y la inversión directa en China, hoy más suavizado y difícil de evitar por la escasa autoridad política existente sobre el mercado y las empresas, que se conducen buscando su propio interés.
Con un nuevo liderazgo en el Partido y en el Estado, en China se analizan con lupa las posibilidades de consolidación del PDP al frente de Taiwán. El programa inmediato de Chen se centra en promover el referéndum y una nueva Constitución. Sus propuestas deben abrirse camino en un mapa político habitado por dos grandes espacios. De una parte, el Kuomintang y el Partido Pueblo Primero de James Soong y el Partido Nuevo. Son los llamados azules. Aceptan la existencia de una China expresada de diferente manera en los dos lados del estrecho y conectan mejor con las tesis de Beijing. Para los verdes, PDP y la Unión Solidaria de Lee Teng-hui, se debe hablar de dos países, dos realidades políticas diferentes.
¿Lecturas? En primer lugar, el abandono de la moderación soberanista del PDP, apoyado en un lenguaje equívoco, tiene mucho de estratagema electoral y constituye una arriesgada apuesta de Chen. Segundo, la actitud dialogante de la oposición, ha permitido desactivar los elementos más polémicos de la propuesta y dificultar su implementación hasta niveles que la hacen prácticamente imposible en lo más delicado, la independencia. Tercero, China tiene la última palabra, pero la ausencia de diálogo le obliga a gesticular. Beijing se enfrenta a una tesitura delicada: transmitir firmeza sin adoptar acciones que refuercen electoral y políticamente a su rival más peligroso. Su hostilidad es el mejor argumento de Chen.