La presidencia de Donald Trump trajo consigo una profunda desarticulación de las alianzas estadounidenses.
Richard Hass acuñó la noción de “doctrina de la abdicación” para referirse el proceso de egoísmo nacional militante y de desinterés frente a los intereses globales que caracterizó a dicho período (“America and the Great Abdication”, The Atlantic Magazine, December 28, 2017).
La presidencia de Donald Trump trajo consigo una profunda desarticulación de las alianzas estadounidenses.
Richard Hass acuñó la noción de “doctrina de la abdicación” para referirse el proceso de egoísmo nacional militante y de desinterés frente a los intereses globales que caracterizó a dicho período (“America and the Great Abdication”, The Atlantic Magazine, December 28, 2017).
Entre las expresiones de dicho fenómeno se encontraron el retiro de Estados Unidos de la Asociación Tras-Pacífica; la imposición de tarifas sobre el acero y el aluminio a sus principales socios comerciales; la renuncia al Acuerdo Climático de París; la renegociación ventajista del NAFTA; la amenaza de retirar a Estados Unidos de la OTAN; la referencia a Alemania como un “cautivo de Rusia”; el calificativo de “delincuentes” dado a los socios de la OTAN; las declaraciones pro-BREXIT; la designación de la Unión Europea como “enemigo económico” y la amenaza de imposición de tarifas a ésta; el darle la espalda a los socios del G7, propiciando la fractura de esta agrupación. Y así sucesivamente. De manera no sorpresiva, el rechazo a las políticas estadounidenses pasó a convertirse en el denominador común que unió a a los aliados tradicionales de ese país. Desde Trudeau a Merkel, pasando por Macron y Tusk, el planteamiento fue el mismo: Washington había dejado de ser un socio confiable.
Ello ocurría pocos años después de que el unilateralismo prepotente de George W. Bush hubiese ya erosionado profundamente el sistema de alianzas estadounidenses. Más aún, se enmarcaba dentro de una profunda fractura societaria en Estados Unidos con implicaciones profundas en política exterior. Demócratas y Republicanos, en efecto, habían pasado a habitar en planetas distintos en esta materia. ¿Cómo seguir confiando en un país signado por una política exterior errática, sumergido en la polarización y capturado por un populismo extremista?
Sorprendentemente, la invasión rusa a Ucrania revivió a una Alianza Trasatlántica que según Macron se hallaba sometida a “muerte cerebral”. La consistencia de esta revitalización, sin embargo, está aún sometida a prueba. Los costos y la duración de dicha guerra, así como los resultados de la próxima elección presidencial estadounidense, determinaran lo que ocurra. El muy posible regreso de Trump a la Casa Blanca devolvería a la OTAN a la sala de terapia intensiva.
Pero más allá de las alianzas estadounidense en territorio europeo, cabría preguntarse de la consistencia de éstas en relación a la Guerra Fría que dicho país sostiene con China. Aquí las cosas son aún mucho menos claras en relación a sus aliados europeos. Las oportunidades económicas que China ofrece a estos constituyen desde luego harina de otro costal. En 2020 el intercambio comercial de la Unión Europea con China alcanzó 709 millardos de dólares frente a los 671 millardos que le representó su comercio con Estados Unidos. Brecha esta que no hará más que incrementarse con cada año que pase. No en balde, los europeos han reclamado el derecho a mantener una autonomía estratégica frente a China, desvinculada de las políticas de Washington. De hecho, ya desde los tiempos de Obama los aliados estadounidenses, y no sólo los de Europa, desoyeron los llamados de Washington para establecer un boicot en torno al Banco Asiático de Inversiones e Infraestructuras propiciado por Pekín.
No resultaría exagerado decir, por tanto, que los verdaderos aliados de Estados Unidos frente a China son pocos. Ellos se integran dentro de un grupo de mini coaliciones superpuestas: El Quad (Diálogo de Seguridad Cuadrilateral), la alianza de inteligencia de los Cinco Ojos y el AUKUS. En total, se estaría hablando de cinco países que se sienten igualmente amenazados por China o que mantienen raíces anglosajonas comunes con Estados Unidos: Japón, Australia, India, Nueva Zelandia y Canadá.
De los cinco países referidos, la consistencia de propósito de India está aún por demostrarse. Si bien es cierto que Nueva Delhi se siente profundamente amenazada por la agresiva postura china en relación al diferendo fronterizo de la región Askai Chin así como por la proyección de la Armada de ese país en el Océano Índico, también lo es la proverbial autonomía de acción de la India. Esta la ha hecho siempre reacia a las alianzas. De hecho, a pesar de su membresía en el Quad, India se ha negado a aplicar sanciones a Moscú y ha aumentado sus compras de petróleo ruso.
Pero incluso en el caso de los otro cuatro aliados citados, la solidez de su compromiso pareciera resultar relativo. Ello, si se lo mide en función de las experiencias previas. Tales países, o bien se negaron a sumarse al boicot de Washington frente al Banco Asiático de Inversiones e Infraestructuras o se negaron a hacerlo ante el bloqueo estadounidense a la empresa china Huawei, líder en tecnología de Quinta Generación. En ambos casos, las oportunidades económicas privaron sobre las consideraciones geopolíticas.
A diferencia de su Guerra Fría con la Unión Soviética, Washington se enfrenta a China sin saber a ciencia cierta con quien cuenta a su lado.