El sorpresivo anuncio del presidente de Taiwán, Chen Shuibian, a favor de la aprobación de una legislación específica que permita llevar a cabo la consulta sobre la independencia de Taiwán, obedece a una doble circunstancia. En primer lugar, al fracaso de la política de acercamiento al continente. Mediado su mandato presidencial, la moderación del talante independentista le ha servido de muy poco. En Beijing, hace unos días, en la ceremonia conmemorativa del 75 aniversario de la fundación del Ejército Popular de Liberación, ante la plana mayor del Partido y del Gobierno, Chi Haotian, ministro de defensa, enfatizaba que “nunca abandonaremos el uso de la fuerza” para lograr la reunificación de la patria. Por otra parte, mientras el Presidente de Taiwán anunciaba ante el décimo Congreso Nacional del gobernante Partido Democrático Progresista (PDP) celebrado recientemente, su voluntad de sincronizar las actividades del Partido y del gobierno asumiendo ambas jefaturas en un Congreso extraordinario a celebrar en abril próximo, la agencia continental Xinhua comunicaba el establecimiento de relaciones diplomáticas con la República de Nauru que había decidido romper sus vínculos con Taipei, establecidos en 1985.
Nauru es una pequeña isla de la Micronesia de poco más de diez mil habitantes pero con una de las densidades de población más altas del mundo. No forma parte de Naciones Unidas y su bienestar gira en lo fundamental en torno a la explotación de fosfatos. Elegido en 1995, su presidente, Rene Harris, ha decidido aceptar el ofrecimiento de una cuantiosa ayuda económica de Beijing y la asunción de una deuda millonaria con la empresa estadounidense General Electric. La diplomacia del dólar, ejercida unas veces por China y otras por Taiwán, es un valioso salvavidas para países en crisis. Con la pérdida de Nauru, Taiwán mantiene relaciones diplomáticas con 27 países, en su mayoría pequeños, pobres y periféricos.
La “deserción” de Nauru constituye un nuevo revés para los intentos de Chen Shui-bian de restablecer la vía de diálogo institucional con China y entre los dos partidos gobernantes. A la defensiva y cada vez más presionado por los lobbies del mundo de los negocios que siempre observaron con mucha reticencia las orientaciones pro independentistas del PDP, Chen comprueba lo imposible de la cohabitación con el vecino continental y cuán difícil resulta convencer al empresariado de lo inoportuno de una excesiva exposición económica para la política de seguridad del país. El pasado lunes, en la reunión anual de la Cámara de Comercio de Taiwán en Asia, recordaba el apoyo de su Gobierno a la política de inversiones en el Sudeste Asiático y que el mercado de China continental no era el único disponible. Como me aseguraba hace unas semanas Jiann-fa Yan, director del Departamento de Asuntos Chinos del Partido Democrático Progresista de Taiwán, la diplomacia presidencial había ganado mucho en realismo adaptando su discurso a las circunstancias pero, como evidencia el caso de Nauru, ello no ha impedido la sucesión de nuevas adversidades.
La advertencia de Chen, respaldada por la reciente declaración del Senado estadounidense y ratificada por el presidente George W. Bush de considerar a Taiwán como uno de los “aliados” de Estados Unidos, es una respuesta a las intimidaciones de China y tiene además su lectura interna. Chen está preocupado por la progresiva laminación de su espacio político. La pérdida de aliados exteriores en vísperas de un proceso electoral y después de una macrogira por tierras africanas, le procura importantes críticas en el interior y debilita un poco más su autoridad y capacidad de negociación con Beijing. La ambigüedad calculada de su discurso ha favorecido el incremento del respaldo social del mensaje independentista del ex presidente Lee Tenghui.