¡Ya se cansarán!, parece insinuar Chen Shui-bian, fortalecido por el anuncio de la Comisión Electoral que le ha confirmado como Presidente electo de Taiwán. Mientras, miles de ciudadanos se manifiestan en el centro de Taipei exigiendo el recuento de los sufragios y el esclarecimiento del supuesto atentado que ha podido servir de falso argumento para propiciar un vuelco de última hora en las preferencias del electorado taiwanés.
Pero ¿se trata solo de una cuestión de tiempo? Las razones esgrimidas por la oposición para contestar los resultados de las elecciones presidenciales celebradas el pasado 14 de marzo en Taiwán no son insulsas: ligera diferencia en el escrutinio, un número diez veces superior de votos anulados que en los anteriores comicios, la mayor parte de estas papeletas anuladas se han contabilizado en el feudo presidencial de Tainan y, por último, el supuesto atentado que ni el propio Presidente parece interesado en esclarecer.
En una democracia joven como la taiwanesa, no existen mecanismos ni previsiones institucionales capaces de digerir una crisis como la actual. Y ante la ausencia de fórmulas institucionalizadas e incluso la desconfianza ante la impregnación partidaria de los mecanismos que podrían sugerir propuestas independientes, solo cabe un ejercicio de entendimiento político. La clave de ese acuerdo radica en la aceptación de los resultados proclamados y en ella misma radica el principal obstáculo. El perdedor Kuomintang (KMT) difícilmente puede aceptar la victoria incontestable de Chen. Siempre había partido como favorito en las encuestas. A pesar del elevado índice de indecisos, la superación de la división en sus filas, razón principal de la victoria de Chen hace cuatro años, asegurando un sólido acuerdo con el Partido Pueblo Primero de James Soong, y el propio descontento ciudadano por una gestión económica y social cuestionada del PDP de Chen, parecían asegurarle la victoria. A priori, la única reserva procedía del efecto electoral que podría tener la doble consulta anticipada por Chen como instrumento movilizador de su electorado. Pero la doble derrota en el plebiscito, declarado nulo al no alcanzar el mínimo de participación exigible, refuerza aún más la convicción de la debilidad política de Chen y su percepción de instrumentalizador en beneficio propio de todas las perversiones imaginables. En suma, Chen no parece haber jugado limpio en este proceso.
El KMT de Lien Chan, con más de medio siglo de experiencia en el ejercicio del poder en la isla, sabe que la opción de la simple resistencia es pan para hoy y hambre para mañana. El reconocimiento por parte de la Administración Bush de los resultados proclamados oficialmente el pasado viernes no ha sentado nada bien en sus filas. Chen, que ha anunciado la incorporación de un experto forense estadounidense de origen chino, el Dr. Henry Lee, como perito independiente en el esclarecimiento del oscuro atentado, ha sugerido una modificación de la ley electoral, pero aún siendo diligentes en su aprobación, el recuento, al que Chen no se niega, llegaría tarde. Y todos, conocedores de las frágiles interioridades del sistema, dudan de que entonces se pueda conocer con exactitud lo ocurrido. El gesto de Washington, muy contestado por Beijing, ha alentado las primeras alusiones de impaciencia en las filas del Presidente que comienzan a exigir el fin de la pasividad y la tolerancia con la oposición, apelando al daño causado en la imagen del país y en la repercusión de la crisis en la bolsa de Taipei. ¿Habrá que imponer el resultado de las elecciones? Chen, por el momento, confía en el desgaste de la protesta.
Lo inapelable en cualquier caso es el daño causado a la imagen de Taiwán como un país con una democracia asentada, hoy más propiamente bananera que oriental, y que abunda en la perversa asociación continental de pluralismo político con la confusión, la inestabilidad y la manipulación. Y con independencia de los graves daños que la situación actual pueda ocasionar en la convivencia democrática interna, que pueden ser muchos y sostenidos, lo más lamentable será esa pérdida de la referencia taiwanesa como experiencia a tener en cuenta para sostener la conveniencia y la oportunidad de la democratización de las sociedades orientales.
Más argumentos, en suma, para que en Beijing se demore cualquier expectativa de reforma política profunda, se extremen las cautelas con la comprensión cómplice de no pocos sectores sociales e incluso se retomen viejas asignaturas pendientes como el control político de Hong Kong. Este asunto será objeto de debate en el Parlamento chino a partir de abril, pero con la vista puesta en septiembre próximo, cuando deben celebrarse en dicho enclave las primeras elecciones al Consejo Legislativo en las que la mitad de sus miembros podrán ser elegidos por sufragio directo de los electores. Hu Jintao no quiere sorpresas.
Xulio Ríos (AIS, Agencia de Información Solidaria, 15/04/2004 e rbi-aktuell.de, 21/04/2004)