La economía rusa se deteriora

Vladimir Putin asistió a la 22ª Cumbre de APEC, que reunió los días 10 y 11 de noviembre en Beijing a los líderes de 21 economías de ambos lados del Pacífico. Logró el apoyo de Xi Jinping para capear las sanciones económicas decretadas por EEUU y la UE por la intervención rusa en Ucrania. A continuación, Putin voló a Brisbane (Australia) para participar en una cumbre del G20 celebrada sobre un fondo de divisiones geopolíticas, donde se constataron las tensiones entre la UE y Rusia por el conflicto en Ucrania. Putin, cada vez más aislado y presionado por Occidente, partió airado hacia Moscú, horas antes de lo previsto. Los problemas económicos se le acumulan en casa.

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Vladimir Putin asistió a la 22ª Cumbre de APEC, que reunió los días 10 y 11 de noviembre en Beijing a los líderes de 21 economías de ambos lados del Pacífico. Logró el apoyo de Xi Jinping para capear las sanciones económicas decretadas por EEUU y la UE por la intervención rusa en Ucrania. A continuación, Putin voló a Brisbane (Australia) para participar en una cumbre del G20 celebrada sobre un fondo de divisiones geopolíticas, donde se constataron las tensiones entre la UE y Rusia por el conflicto en Ucrania. Putin, cada vez más aislado y presionado por Occidente, partió airado hacia Moscú, horas antes de lo previsto. Los problemas económicos se le acumulan en casa.

Rusia está a las puertas de otra recesión económica. Pero, a diferencia de las anteriores crisis financieras de 1998 y 2008, la actual se envenena por razones geopolíticas. Putin pone en tela de juicio el “status quo” europeo establecido al final de la Guerra Fría tras el colapso de la URSS en 1991. Hoy, intenta rehacer su antaño esfera de influencia política y económica en Europa Oriental y Asia Central. Tras anexionarse la península de Crimea e intervenir militarmente en el Este de Ucrania, está presionando a Georgia y Moldavia que han apostado por la UE. También crece la inquietud en los países bálticos, Bulgaria y los Balcanes.

Las sanciones económicas de EEUU y la UE hacen mella en la economía rusa, cada vez más frágil. La brusca caída del rublo, una fuga de capitales al exterior que supera los US$ 130.000 millones, el freno en seco de las inversiones extranjeras, la poca competitividad de la industria y una corrupción política endémica, son factores que acrecientan una profunda desconfianza de los mercados sobre la situación económica del país. El Banco Central de Rusia (BCR) intervino para frenar la depreciación del rublo. Pero, tras vender unos US$ 100.000 millones de sus reservas de divisas sin resultado alguno, decidió el pasado 10 de noviembre dejar flotar libremente la divisa rusa. La bolsa de reservas de divisas rusas se sitúa hoy en unos US$ 370.000 millones. Una cifra que podría resultar insuficiente a medio plazo. Pudo ser superior si el Gobierno hubiese administrado mejor los enormes ingresos energéticos cuando el precio del petróleo estaba en las nubes. Pero se malbarataron recursos financiando un ineficiente sector energético y unos gastos militares que crecieron un 30% desde 2008.

Desde principios de 2014, el rublo perdió más de un 30% de su valor frente al dólar y un 25% ante el euro. El BCR subió el tipo de interés del 8% al 9,5% para intentar frenar la fuga de capitales. Y la Duma, el Parlamento ruso, modificó con carácter de urgencia el marco legal fiscal para lograr repatriar parte de los situados en el exterior. Pero la inflación se disparó al 9% y podría afectar al consumo interior, el principal motor económico.

Las sanciones occidentales limitan el acceso de los grandes bancos y empresas energéticas, muy endeudados, a la financiación internacional, dificultando el pago debido a los acreedores internacionales. Aún deben afrontar unos US$ 47.000 millones  en 2014 y otros 90.000 millones en 2015. Y un rublo más bajo incrementa la factura de una deuda exterior que la agencia Moody’s degradó el 17 de octubre de “Baa1” a “Baa2”. Además, la fuerte caída de los precios mundiales del petróleo, un 30% desde junio, es otro factor de depreciación del rublo. Y desequilibra unos presupuestos públicos que dependen de los ingresos energéticos. La balanza por cuenta corriente aún tiene un superávit que se explica, en parte, porque Moscú frenó las importaciones sobre alimentos procedentes de la UE.

Rusia es la novena economía mundial pero sigue asentada sobre un frágil Estado de Derecho. Es una potencia militar y energética pero está lejos de ser un país desarrollado. Es una economía estructuralmente débil y poco diversificada, que representa solo el 3% del PIB mundial. Depende de las exportaciones energéticas que copan el 67% del total y nutren el 50% de los ingresos necesarios para mejorar las deficientes e insuficientes infraestructuras del país. Sin profundas reformas estructurales, el modelo de crecimiento ruso es insostenible. La situación económica empeorará si el conflicto en Ucrania se prolonga demasiado, y Washington y Bruselas amplían las sanciones económicas. Y las finanzas podrían colapsarse si el precio del barril de Brent sigue mucho tiempo por debajo de los US$ 100.

El futuro de Rusia depende de la evolución política del régimen de Putin. Las relaciones políticas con la UE se deterioran y Ángela Merkel, molesta ante la agresiva diplomacia rusa, ya desconfía de Putin. Lo que denota malos augurios para Europa.