Dejando atrás su célebre “Libro Verde”, clave para entender la revolución de la República Jamahiriya Árabe Libia, el coronel Muammar al Khadafi ha decidido dar un cambio vertiginoso, coaccionado tras la caída de Saddam Hussein en Irak y las dificultades del petróleo libio para darle una salida alternativa al país norteafricano, tras casi 20 años de aislamiento de Occidente. El hombre que ha sido considerado por EEUU como una de las mayores amenazas para Occidente quiere convertirse hoy en uno de sus más singulares aliados.
Hace ya años que abandonó el traje verde oliva de coronel para vestirse con un atuendo netamente beduino, viviendo en una aljama, la tradicional tienda árabe. Tras 35 años de revolución y 20 de aislamiento de parte de Occidente por ser considerado uno de los financiadores del terrorismo internacional, el coronel Muammar al Khadafi vio llegar la hora decisiva para su país, atenazado por los cambios geopolíticos actuales, en un intento por sobrevivir al poder, ya sea personalmente o a través de su presumible sucesor, su hijo Saadi.
Por lo tanto, no son momentos propicios para seguir encendiendo el verbo revolucionario contra Occidente. Desde hace muchos años, prácticamente desde que ocurriera el mortal atentado de Lockerbie en 1988, Khadafi y Libia apenas han sido noticia, salvo por la entrega a la justicia internacional de La Haya de los autores materiales del atentado. La reclusión del líder libio en sus tiendas ambulantes, aunado a la inexistencia de una democracia participativa en un país que ha visto a Khadafi como su líder histórico, el hombre que puso a Libia en el mapamundi, son los síntomas de un régimen represivo que ya no se enfrenta a Occidente, sino que busca de él su alianza y cooperación. Pero la reinserción internacional de Libia tiene otros significados.
El efecto del 11/S y de Irak
Tras los bombardeos norteamericanos en 1986, durante la presidencia de Ronald Reagan, realizados debido a los presuntos vínculos de Khadafi con el terrorismo internacional, así como el “asunto Lockerbie”, la estrella del otrora coronel comenzó a apagarse de manera vertiginosa. Su revolución ya parecía no ser exportable, y el “Libro Verde”, su doctrinario socio-político de marcado carácter socialista, nacionalista y antiimperialista, sólo servía para afianzar el sistema imperante en el país norteafricano desde que el golpe del coronel Khadafi expulsó al rey Idris en 1969. Viendo que su estrella global se apagaba, el líder libio ha intentado mantenerse en el escenario regional con diversos intentos por ganarse el apoyo de los países del África subsahariana en cuanta cumbre regional se realice, haciéndose partícipe de sus demandas sin que ello signficara abandonar sus ataques al imperialismo occidental. Pero sus esfuerzos han sido mediocres en este sentido.
Los atentados terroristas en Nueva York en septiembre de 2001 y, especialmente, la caída del dictador iraquí Saddam Hussein en diciembre de 2003, marcaron un nuevo rumbo en la política exterior de Khadafi con respecto a Occidente, política que venía implementándose desde hace unos años, cuando entregó a los dos autores materiales del atentado de Lockerbie y se comprometió a pagar indemnizaciones a los familiares de las casi 300 víctimas. El 11/S permitió a Khadafi apuntar también contra la red Al Qaeda y el fundamentalismo islámico, señalándolos como la principal amenaza a sus intereses. La caída de Hussein fue rápida y hábilmente aprovechada por Khadafi, ya que días después anunció ante Mohammed elBaradej, jefe de la Agencia Internacional de Energía Atómica y uno de los principales inspectores de la ONU en Irak, el desmantelamiento del programa libio de armamento de destrucción masiva. La recompensa no se hizo esperar y las Naciones Unidas levantaron las sanciones contra Libia en diciembre pasado. Sólo hace falta saber si EEUU realizará el mismo paso.
Europa le da un respiro
Los signos del fin del aislamiento de Khadafi se han hecho sentir desde finales de 2003. La visita del ex presidente del gobierno español, José María Aznar, a Trípoli, en septiembre de ese año, marcó una pauta. Aznar y Khadafi se reunieron en una de las muchas aljamas del líder libio, pero para hablar principalmente de negocios petroleros. Tras Aznar vino el primer ministro italiano Silvio Berlusconi, con la misma intención: abrir Libia al capital extranjero, esencialmente europeo, con la finalidad de adelantarse a las empresas estadounidenses.
El punto cumbre fue la visita del primer ministro británico Tony Blair a Libia en marzo pasado y la consecuente visita de Khadafi a Bruselas un mes después, siendo ésta la primera vez que viajaba a un país occidental. En Bruselas, Khadafi llamó la atención por la excesiva presencia de su séquito de seguridad personal, compuesto principalmente por mujeres, y por lo llamativo y tradicional de su atuendo. Pero el momento merecía la pena vivirlo, ya que Europa y Libia se acercaban a pasos agigantados.
La reacción estadounidense
Para Washington, el volte face de Khadafi significa un cambio interesante en cuanto a la consecución de un aliado de cierta importancia regional en la lucha global contra el terrorismo. La caza de Al Qaeda y las dificultades en Irak han demostrado a la Casa Blanca la necesidad de dotarse de nuevos mecanismos de cooperación con países del mundo árabe-musulmán. El norte de África ha sido una zona importante en materia de reclutamiento de simpatizantes de la causa islamista radical, por lo que la cooperación de países como Marruecos, Argelia y Túnez resultaba necesaria para los norteamericanos.
A este marco de cooperación podría unirse Libia, un país que si bien no está amenazado directamente por el integrismo radical como sus vecinos, podría dotarle de información importante sobre la ubicación de eventuales terroristas. El nuevo escenario resulta paradójico: Libia ha sido considerada por los estadounidenses como un “santuario del terrorismo internacional”, objeto de sanciones directas y aislamiento persistente. Que ahora Khadafi, para muchos norteamericanos fiel reflejo del terrorismo internacional, esté dispuesto a colaborar con Washington en la lucha antiterrorista, no deja de ser curioso.
Es por ello que sus nuevos pasos de apertura hacia Occidente genere ciertos recelos en miembros de la administración de George W. Bush. Dos miembros del llamado “núcleo duro”, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld y el subsecretario Paul Wolfowitz, muestran su cautela ante el “nuevo Khadafi” surgido tras los últimos acontecimientos.Y en un año electoral, donde la guerra contra el terrorismo es tema candente, negociar el levantamiento de sanciones hacia un líder antaño considerado como paladín del terrorismo no es un punto a favor de cualquier candidato.
El incidente generado en marzo pasado tras la recepción, por parte libia, de un cargamento de uranio enriquecido supuestamente obtenido en el mercado negro, acerca aún más a la tesis del núcleo neoconservador en Washington sobre su las verdaderas intenciones de Khadafi. No hay que olvidar que Libia todavía es parte del llamado “eje del mal” ampliado por Bush a mediados de 2002.
El arma petrolera
Mas allá de los contactos políticos y diplomáticos, lo que se traduce en los vientos de cambio entre Libia y Occidente es el petróleo, y la clave sigue estando en los acontecimientos en Irak, la golpeada industria petrolera libia y las dificultades del mercado petrolero para conseguir nuevas fuentes de abastecimiento.
Libia, país que en su década dorada de los setenta constituía el cuarto productor mundial de petróleo y producía 3,3 millones de barriles diarios, es hoy en día una nación que concentra el 3% de las reservas mundiales de crudo (1,4 millones de b/d) y el 1% de las reservas de gas natural. Tras más de tres decenios de nacionalizaciones y expropiaciones a compañías extranjeras, la industria petrolera libia se encuentra en una fase de estancamiento preocupante. Sus campos petroleros son pequeños y de baja calidad y algunos de ellos han alcanzado ya su máxima producción, mientras otros apenas han podido ser explorados. De acuerdo a cifras confiables, apenas un cuarto de los campos petroleros libios han sido parcelados para exploración.
Para los próximos años, las autoridades libias esperan implementar un programa cifrado en 30.000 millones de dólares, cuya finalidad es movilizar la infraestructura, los transportes y las telecomunicaciones necesarias en el sector energético. Al mismo tiempo, no se puede dejar de lado la posibilidad de que se generen contratos de armamentos y material militar entre países occidentales y Libia, si el reforzamiento de los lazos de seguridad contra el terrorismo internacional avanzan de manera acelerada.
Cuando el primer ministro libio Shukri Ghanim declaró en enero pasado que su país aceleraba el proceso de desmantelamiento del programa de armas no convencionales y se declaraba libre de poseer armamento de destrucción masiva, las principales compañías petroleras mundiales, especialmente estadounidenses, vieron en Libia un potencial socio petrolero. El primer paso, de manera algo secreta, lo dieron ExxonMobil y ChevronTexaco, así como otros actores menores como Occidental y Amerada Hess.
Si Washington decide levantar las sanciones que penden sobre Libia, plasmadas en la Iran Libya Sanctions Act (ILSA), la carrera de las compañías petroleras comenzará a ser acuciante. A la espera de qué resolución política se tomará al respecto, ya se ha formado una alianza entre varias compañías estadounidenses de menor rango, denominado Oasis Group, y que engloba a Amerda Hess, Marathon, ConocoPhillips y NOC, con la finalidad de entrar con seguridad en el mercado libio una vez ya estén instaladas las grandes compañías europeas (especialmente ENI italiana y REPSOL española) y norteamericanas.
La entrada de capital extranjero es vista por Khadafi como una válvula de escape financiero, toda vez que Libia también tiene problemas para cumplir con las cuotas de producción fijadas por la OPEP. Pero en el fondo, a Khadafi lo que le interesa es cuánto y qué de su obra le sobrevivirá cuando ya no esté. Para ello, hasta una metamorfosis es necesaria.