La moderna Liga Hanseática

La economía globalizada encuentra su mayor expresión en un conjunto de puntos neurálgicos que la alimentan e interconectan. Entre éstos encontramos a las rutas marítimas o a los ejes tecnológicos. Las primeras constituyen puntos de paso obligatorio y estratégico para el comercio mundial (Estrecho de Malaca, Canal de Suez, Canal de Panamá, Estrecho de Ormuz, etc.) Los segundos representan epicentros de generación tecnológica (Silicon Valley, Ruta 128 en las afueras de Boston, Triángulo de Investigación de Carolina del Norte, Bangalore, Nisshim, etc.). Sin embargo, en el pináculo de estos centros neurálgicos encontramos a las llamadas ciudades globales. Estas constituyen los centros de comando y control de la economía global. Desde ellas se irradian las directrices y se genera la coordinación que guía a esa economía.

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La economía globalizada encuentra su mayor expresión en un conjunto de puntos neurálgicos que la alimentan e interconectan. Entre éstos encontramos a las rutas marítimas o a los ejes tecnológicos. Las primeras constituyen puntos de paso obligatorio y estratégico para el comercio mundial (Estrecho de Malaca, Canal de Suez, Canal de Panamá, Estrecho de Ormuz, etc.) Los segundos representan epicentros de generación tecnológica (Silicon Valley, Ruta 128 en las afueras de Boston, Triángulo de Investigación de Carolina del Norte, Bangalore, Nisshim, etc.). Sin embargo, en el pináculo de estos centros neurálgicos encontramos a las llamadas ciudades globales. Estas constituyen los centros de comando y control de la economía global. Desde ellas se irradian las directrices y se genera la coordinación que guía a esa economía.

            El concepto de ciudad global fue acuñado por la socióloga y economista Saskia Sassen de la Universidad de Chicago. Según sus palabras: “La geografía de la globalización contiene dinámicas paralelas de dispersión y centralización. La tendencia masiva hacia la dispersión espacial de actividades económicas ha contribuido a la vez a la necesidad de nuevas formas de centralización territorial para las funciones de control y gerencia” (“The Global City: Introducing a Concept”,Brown Journal of World Affairs, Diciembre/Primavera 2005).

            La esencia de estas ciudades es la de concentrar funciones de decisión, coordinación y servicios en sectores económicos diversos de proyección global.  Su importancia se mide por factores tales como la concentración de sedes corporativas, la cantidad de áreas de negocios bajo su control, el volumen de inversiones extranjeras directas que atraen, la interconectividad área que ofrecen, la fuerza de sus sectores de servicio, el nivel de sus comunicaciones internacionales, etc.

            Aunque existe coincidencia sobre cuáles son las principales ciudades globales no todas las fuentes están de acuerdo con respecto al rango que corresponde a éstas. Nadie pone en duda la primacía de Londres y Nueva York pero de allí hacia abajo, aunque los nombres se repiten, los puestos dentro de la clasificación varían. En cualquier caso, y luego de las dos metrópolis ya citadas, siempre se incluye a París, Singapur, Hong Kong, Tokio y Dubái con Pekín y Shanghái compitiendo por un puesto en la lista.

            Estas ciudades conforman una suerte de moderna Liga Hanseática. Esta última fue una asociación de grandes ciudades comerciales del Norte de Europa que, a partir del siglo XIII y por trescientos años, dominó la economía de esa parte del mundo. El poder combinado de esos centros urbanos permitió enfrentar con éxito a los grandes imperios de la época. Las ciudades globales de nuestros días comparten la interacción y el sentido grupal que caracterizó a aquellas, aunque en dimensión planetaria.

            Los integrantes de la Liga Hanseática eran ciudades-estados, mientras que los de este club de poder contemporáneo evidencian variables múltiples. Hay ciudades-estados como Singapur, pero también ciudades autónomas como Hong Kong. De la misma manera hay ciudades que sobresalen en mayor o menor medida dentro de sus respectivos espacios nacionales. Algunas como Londres aglutinan el 25% del PIB de su país y se constituyen en dinamos globales al interior de estados que desde hace ya mucho tiempo dejaron de ser referencias mundiales relevantes. Otras como Nueva York, en cambio, deben compartir la primacía dentro de su ámbito nacional con un centro global de poder político como lo es Washington.

            Cada vez que una ciudad global es parte de un entorno nacional más amplio pareciera repetirse un mismo fenómeno. Este viene dado por el divorcio entre estos centros urbanos y los países a los que pertenecen. Para el Estados Unidos profundo, de tierra adentro, Nueva York no sólo es una aberración sino un referente cultural que bien podría estar situado en otra galaxia. Para el Reino Unido el multiculturalismo del que hace gala Londres va a contracorriente de su rechazo a la inmigración y de sus modos y costumbres raigales.

            Sin embargo, y esto es aún más serio, al interior de las propias ciudades globales coexisten dos sociedades ajenas e irreconciliables. De un lado la representada por la élite global de profesionales que confluyen de manera natural hacia ella, lo que la autora Linda Brimm ha bautizado como los “cosmopolitas globales”. Del otro, la de los lugareños. Para estos últimos el cuerpo extraño que se les impone no sólo encarece fuertemente el costo de bienes y servicios, sino que sustrae oportunidades laborales, deforma la identidad tradicional de la urbe y amenaza con hacerlos superfluos en su propio medio. Los países que disponen de estas ciudades se ven obligados a buscar un equilibrio entre no alienar a su propia población y estar en capacidad de convocar a lo mejor del talento internacional disponible, base de su éxito.

            La aldea global y la pequeña aldea encuentran aquí un terreno álgido de confrontación.