La revolución tecnológica que pronto lo cambiará todo ha recibido diversos nombres. The Economist la bautizó como la nueva explosión cámbrica, aludiendo al momento en que quinientos millones de años atrás, las formas primarias de vida aparecieron en el planeta. Klaus Schwab del Foro Económico Mundial la llama la Cuarta Revolución Industrial. Sea cual sea el nombre que se le dé su significado reside en el avance exponencial que la impulsa.
La revolución tecnológica que pronto lo cambiará todo ha recibido diversos nombres. The Economist la bautizó como la nueva explosión cámbrica, aludiendo al momento en que quinientos millones de años atrás, las formas primarias de vida aparecieron en el planeta. Klaus Schwab del Foro Económico Mundial la llama la Cuarta Revolución Industrial. Sea cual sea el nombre que se le dé su significado reside en el avance exponencial que la impulsa.
Para entender este último concepto, identificado con la duplicación de su capacidad en cortos períodos de tiempo, leamos lo dicho por Ray Kurzweil uno de los padres de la Inteligencia Artificial: “La secuencia del genoma humano se inició en 1990 cuando se pudo pasar revista a una diez milésima parte de éste, llevándolo a dos diez milésimas partes al año siguiente. Dicha secuencia llegó a 1 por ciento luego de 7 años y medio de iniciado el proyecto. Muchos dijeron en ese momento que se trataba de un fracaso pues a ese ritmo pasarían 700 años antes de concluirlo. Lo que no se daban cuenta es que ese 1 por ciento sólo tenía que duplicarse 7 veces para llegar a 100 por ciento y dado que la secuencia se duplicaba cada año, el proyecto genoma pudo concluir 7 años después” (Leia Parker, Silicon Valley Business Journal, September 6, 2016).
Algo similar ocurre con la tecnología solar. Según refiere Kurzweil en la entrevista anterior, está representa sólo 2 por ciento de la energía del mundo, razón por la cual es vista como insignificante. Lo que la gente no toma en cuenta es que a una duplicación de su capacidad cada dos años, como es el caso, 2 por ciento está apenas a 6 duplicaciones de distancia de 100 por ciento. Es decir dentro de 12 años el mundo podría estar en capacidad de suplir la totalidad de sus necesidades energéticas por vía del sol.
Esta capacidad de abrir horizontes inéditos al costo de una incertidumbre también inédita entusiasma y espanta. No en balde en el Foro Económico de Davos celebrado a comienzos de año, los debates sobre la Cuarta Revolución Industrial fueron encuadrados bajo la dualidad “utopía” o “distopía”. La noción de utopía, valga recordarlo, fue acuñada por Tomás Moro en el siglo XVI y se identifica con una sociedad perfecta. La de distopía, proveniente de John Stuart Mill en el siglo XIX, evoca la idea de una sociedad opresiva en la que el ser humano se ve acorralado. Ejemplo clásico de un libro utópico, siglos antes de que el concepto mismo fuese inventado, es la República de Platón. Ya en tiempos recientes una amplia literatura nos presenta ejemplos de sociedades distópicas. Un Nuevo Mundo Feliz de Aldous Huxley, 1984 de George Orwell o Fahrenheit 451 de Ray Bradbury caen allí.
Entre los que visualizan la revolución tecnológica bajo la óptica de la utopía se encuentran Ray Kurzweil así como la institución académica por él creada, la Singularity University. Para éstos los grandes avances que se avecinan en áreas tan diversas como lucha contra las enfermedades, energía limpia o ciudades inteligentes permiten avizorar un futuro cargado de esperanza. Otro tanto señala Kevin Kelly en su obra The Inevitable, para quien nos encontramos a una década de la cura del cáncer o de la eliminación de los accidentes de tránsito. Peter Diamandis y Steven Kotler en su obra Abundancenos hablan de un mundo caracterizado por la abundancia También eso cree el connotado futurólogo Jeremy Rifkin. Según éste el mundo avanza hacia una aldea comunal global de energía abundante y costos insignificantes, en la que el ser humano verá potenciada su capacidad creativa.
Los que identifican la revolución tecnológica y particularmente la Inteligencia Artificial bajo la distopía, son también figuras de mucho peso. Entre ellos Stephen Hawking uno de los mayores científicos de nuestro tiempo, Elon Musk pionero del vehículo sin chofer y de la nueva tecnología espacial y el propio Bill Gates. Para éstos el riesgo reside en que el ser humano no logre controlar sus propias creaciones y quede sometido a la dictadura de las maquinas. Se trata de una visión cónsona con 2001 Odisea en el Espacio, Terminator o Matrix. Sin llegar tan lejos, Martin Ford en Rise of the Robots o Yuval Noah Harari en Homo Deus visualizan a una sociedad signada por la exclusión y el desempleo en la que una pequeña camada de billonarios, en control de la tecnología, vive aislada. El símil sería aquí con la película Eliseum.
Lo cierto es que la Cuarta Revolución Industrial no puede pintarse en blanco y negro. La cura del cáncer, por ejemplo, deberá colocarse en la balanza con un desempleo masivo y estructural. Lo único que si constituiría un peligro absoluto y no redimible sería la posibilidad de que las máquinas, al igual que el Skynet de Terminator, tomasen el control del planeta. No en balde en una famosa carta abierta de marzo de 2014, firmada ya por más de ocho mil científicos y empresarios de la tecnología del más alto nivel, se hace un llamado a no dejar que la tecnología salga del control humano.