En las dos últimas décadas, las autoridades chinas han superado mil y una fronteras internas para crear su “socialismo con peculiaridades chinas”, un régimen de economía mixto que ha soliviantado numerosos tabúes (mercado, propiedad privada, libertad de precios, inversión extranjera, etc) y que ha permitido que el país más poblado de la Tierra pueda avanzar a pasos de gigante en su modernización y desarrollo a un ritmo que a nadie deja indiferente.
Deng Xiaoping, el artífice principal de esa gran mutación, había formulado los diques infranqueables que bajo ningún concepto debían ser sobrepasados. Los cuatro principios irrenunciables (perseverancia en la vía socialista, vigencia de la dictadura del proletariado, mantenimiento de la dirección del proceso de reforma por parte del Partido Comunista y la vigencia del marxismo-leninismo y del pensamiento de Mao Zedong) se fijaban entonces como la última frontera y el límite a las cuatro modernizaciones que debían cambiar la faz de China, haciendo de ella una nación próspera, pero gobernada con el mismo timón político, reconvertido ahora quizás en un nuevo mandarinato.
La reciente publicación del Libro Blanco sobre la democracia en China ha desatado algunas especulaciones acerca del inicio de un cambio de actitud en cuanto a la superación de aquellos cuatro principios irrenunciables. ¿Se diluirá muy pronto la última frontera? No parece que así sea. Pocos síntomas de cambio se adivinan a partir de la lectura del citado documento, en el que no se advierte el más mínimo atisbo u horizonte de reforma occidentalizante, ya sea gradual o no. Ciertamente, se trata, en primer lugar, de un texto que ratifica la plena vigencia del actual sistema, sitúa en el plano del “malentendido” el desigual camino recorrido por la reforma económica y la política, y advierte que si bien no es perfecto, el actual es el sistema que mejor se adapta a China y define el nivel y tipo de democracia que el Partido Comunista puede admitir.
¿Por qué un documento que viene a dejarlo todo como estaba? Deng había incrustado en el texto constitucional y también en los estatutos del Partido Comunista su negativa a desarrollar una reforma política en paralelo a la económica. Jiang Zemin, al final ya de su largo mandato, se atrevió a plantear la teoría de “las tres representaciones”, con el objeto de argumentar la captación de las nuevas capas emergentes para las filas del Partido, aún a sabiendas de que ello supondría un alejamiento -¿más?- de su condición proletaria, abundando de facto en su interclasismo. No parece un precio muy elevado por evitar la aparición de expresiones organizadas y alternativas que puedan desafiar a corto plazo el monopolio del poder.
¿Trata Hu Jintao de preparar nuevos desarrollos de aquella teoría con una previa afirmación de fe en el inmovilismo? Los tres años de mandato de Hu, en los que ha avanzado poco aún en la asunción de los poderes necesarios para permitir desarrollar una política propia, son expresión, en realidad, de una falta de voluntad de iniciar esta dimensión del cambio, perspectiva que comparten hoy la practica totalidad de los dirigentes chinos. Hu puede sentirse satisfecho, en términos generales, de una gestión que le ha permitido mantener un elevado ritmo de crecimiento económico, controlar los nuevos problemas sociales como el SARS, introducir modificaciones legales que abundan en una mayor transparencia del sistema en ciertos aspectos, el hito de la mejora de relaciones con la oposición taiwanesa a Chen Shui-bian, y un creciente protagonismo internacional que rápidamente se está trasladando de la economía a la política. Si las cosas le van bien, ¿por qué complicarse ahora con un asunto tan delicado?
Ello no quiere decir tampoco que nada se mueva. Recientemente, por ejemplo, se ha experimentado la elección de secretarios del Partido en la provincia de Shandong con un nuevo procedimiento, abierto a la participación de la población. En los últimos años, la elección directa de sus representantes por parte de los campesinos, ha dado lugar a conflictos de competencia con los jefes del Partido, auténticas llaves del poder, pero carentes de la amplia legitimidad de los primeros. En Shandong, la necesidad de un refrendo popular de los secretarios del Partido se ha llevado por delante a un 20% de los candidatos propuestos.
Este ejemplo indica a las claras cual es la naturaleza y el objetivo de las pequeñas y parciales reformas introducidas en el sistema político chino y en que piensan las autoridades cuando hablan de su mejora. Se trata de agrandar la base de poder del Partido y reforzar los vínculos que relacionan a los dirigentes locales con una colectividad que da muestras crecientes de autonomía y libertad. Por el momento, con o sin Libro Blanco, reforzar el liderazgo del PCCh es el único sinónimo aceptable de reforma política en la China de hoy.