La transición libanesa corre el riesgo de diluirse entre los tradicionales feudos políticos, étnicos y religiosos. Si se toma en cuenta el largo y complejo proceso electoral que se lleva a cabo desde el pasado domingo 29 y que durante cuatro semanas propiciará las votaciones de las diferentes comunidades para formar un parlamento nacional, el rompecabezas se agranda, con implicaciones directas en la dinámica que se vive en la región tras la posguerra iraquí.
En este proceso electoral participan 400.000 votantes pertenecientes a las 17 diversas comunidades étnico-religiosas en un país de casi 4 millones de habitantes. El espectro político muestra una puja entre las elites mantenidas desde Siria, los nuevos movimientos de la oposición originados en la embrionaria sociedad civil, y los antiguos "señores da guerra", líderes de las principales facciones protagonistas de la confrontación interna entre 1975 y 1990. En este aspecto, las afinidades por motivos religiosos, étnicos o comunitarios, parecen cobrar mayor relevancia electoral, por encima de la configuración meritocrática de las nuevas clases políticas.
De igual modo, se aprecia un giro geopolítico en la conducción del país: la hegemonía siria, vigente desde 1976, se ha venido desplazando hacia una mayor presencia estadounidense y francesa. A esto se le unen los tentáculos internos que poseen tanto Arabia Saudita como Irán, sin olvidar que Israel vigila con atención los acontecimientos libaneses, a pesar de la retirada militar israelí en el 2000 y la actual siria.
El "efecto Hariri" no es el deseado
Si bien es cierto que el momento luce significativo, por constituir éstas las primeras elecciones "independentes" tras el asesinato del ex primer ministro Rafik Hariri en febrero y la definitiva retirada militar siria, supervisada por la ONU en abril pasado, surgen muchas interrogantes sobre el futuro de la unidad nacional libanesa y la efectividad de su sistema democrático.
El domingo 29, mientras los franceses votaban en contra de la Constitución europea, en su antiguo protectorado libanés se llevó a cabo la primera ronda de un proceso electoral parlamentario que dio la victoria en Beirut a Saad Hariri, líder del movimiento opositor e hijo del asesinado ex primer ministro. Hariri, de 35 años y líder de la comunidad musulmana sunnita, es un empresario al que se le vincula con el poder de la monarquía saudita e, indirectamente, es el candidato de Washington. Su movimiento capitaliza el descontento popular tras el asesinato de su padre.
También causa preocupación el hecho de que la participación fue más baja de la esperada, un 28%, lo que provoca temores ante la apatía de los votantes, síntoma de que observan que los cambios perpetúan los intereses políticos particulares. En este sentido, las multitudinarias manifestaciones que vivió Beirut en febrero pasado no han dado paso al ascenso de expectativas electorales de cambio entre una población mayoritariamente joven.
Del mismo modo, si bien el proceso electoral deberá consolidar las reformas políticas del país, la economía será una elemento clave para la consolidación de la transición. Desde la pacificación en 1990, el Líbano ha experimentado saludables períodos de estabilidad económica. Sin embargo, el desempleo ronda el 18% de la población y la deuda externa alcanza los 33 mil millones de dólares, una de las mayores del mundo.
¿Hacia una "democracia feudal"?
La presión de los antiguos jefes de las facciones étnico-religiosas se aprecia claramente una vez regresara a Beirut el que fuera líder de las milicias cristianas maronitas, el antisirio Michael Aoun, quien estuviera exiliado en Francia desde 1990. El fantasma del pasado más reciente se atizó con la recuperación, en su ciudad natal, de la estatua del líder falangista cristiano y antisirio Bashar Gemayel, muerto en 1982 por un ataque israelí. Este hecho provocó roces inmediatos con las demás comunidades, especialmente los musulmanes chiítas y los prosirios, y se acentuó ante la nominación de la viuda de Gemayel como candidata.
Precisamente, esta es una de las claves del actual proceso político que vive el Líbano: la configuración de bandos compuestos por "antisirios" que abogan por la independencia y la unidad nacional, y los "prosirios", vinculados a las tradicionales elites del poder protegidas desde Damasco. Entre los primeros tenemos a Michael Aoun, quien encabeza el Movimiento Patriótico Libre, representante de los cristianos maronitas, una comunidad que ha sido desplazada del poder político. A sus 70 años y tradicionalmente protegido por Francia, Aoun garantizaría esa presencia gala en la política libanesa. Su regreso al país fue recibido por 200.000 simpatizantes.
Luego está Waild Jumblatt, un "señor de la guerra" líder de la comunidad drusa, y quien comanda el Partido Socialista Progresista. Jumblatt incluyó en su lista al líder de las milicias de ultraderecha maronita George Adwan, en una inédita conjunción entre drusos y maronitas que aparentemente busca contrarrestar el efecto del regreso de Aoun. Por último está el ya mencionado Saad Hariri, musulmán sunní representante de la sociedad civil y cultivador del legado de su padre.
En el bando "prosirio", también heterogéneo, se agrupan el presidente Emil Lahoud, un protegido por Damasco de confesión aleví; el líder del partido Hezbollah (chiíta) Asan Nasrala, quien tiene apoyo tanto de Siria como de Irán; y el líder de la milicia Amal (también chiíta) Nabih Berri. Hezbollah y Amal alcanzaron un acuerdo político para representar a la totalidad de los musulmanes chiítas, mayoritaria al sur y al este del país.
¿Qué hacer con Hezbollah?
El "factor Hezbollah" también revela la complejidad del proceso libanés. Para EEUU, la Unión Europea, la ONU e Israel, resulta necesario conocer hasta qué punto Hezbollah es un elemento de fuerza en el panorama político y si éste movimiento finalmente aceptará desarmar sus milicias.
Con su participación electoral, Hezbollah da muestras de aceptar el reto de integrarse en el nuevo sistema político, a tenor de la masiva convocatoria de sus simpatizantes. Pero su ideología teocrática y antiisraelí no asegura un automático y fácil desarme. En este sentido, y más que la estrategia interna de Hezbollah, la clave podría más bien estar enfocada en el monitoreo de los movimientos externos que realicen por un lado EEUU e Israel y por otro Siria e Irán. No hay que olvidar que Hezbollah también crea roces entre Washington, Tel Aviv y Bruselas, ya que los dos primeros lo consideran una organización terrorista mientras varios países europeos se niegan a reconocerlo como un movimiento terrorista.
¿Seguirá el Líbano el camino de la verdadera democratización o se sumergirá en un "nuevo feudalismo"? ¿Fue un éxito la "revolución de los cedros"? El panorama político muestra las mismas viejas caras, sólo que sin la presencia de los 35.000 soldados sirios.