Libia sin Gadafi

Será necesario observar con atención el futuro próximo de Libia ahora que los rebeldes prácticamente ocuparon la capital Trípoli, acabando con 42 años de régimen del Coronel Muammar al Gadafi y su particular sistema político en la Jamahiriya Árabe Libia.

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Será necesario observar con atención el futuro próximo de Libia ahora que los rebeldes prácticamente ocuparon la capital Trípoli, acabando con 42 años de régimen del Coronel Muammar al Gadafi y su particular sistema político en la Jamahiriya Árabe Libia.

El hasta ahora paradero desconocido de Gadafi mientras los rebeldes toman posiciones estratégicas en la capital y otras localidades libias para sofocar los contados focos de defensa de los “gadafistas”, le imprime al conflicto libio cierta similitud con lo ocurrido en Irak en 2003, con la posterior caída del régimen de Saddam Hussein. Los rebeldes libios ya pidieron precio por capturar “vivo o muerto” a un Gadafi que, según diversas fuentes, presuntamente está confinado en algún bunker secreto.

Libia ha sido la primera guerra de la ONU y la OTAN en la cual se fundamentó una polémica intervención militar en defensa del derecho de la Responsabilidad de Proteger. A diferencia de Irak en 2003, la intervención en Libia, legitimada por la ONU pero no por ello menos crítica y polémica, se inserta igualmente dentro de la oleada de revoluciones y cambios en el mundo árabe que ya ha cobrado la caída de tres regímenes autocráticos: el de Ben Alí en Túnez; el de Mubarak en Egipto; y ahora el de Gadafi en Libia. 

La implicación de la ONU y la OTAN en apoyo a los rebeldes advierte una conexión directa entre EEUU y Francia, principales instigadores de la intervención militar, en los asuntos de la Libia post-Gadafi. Pero esto igualmente revela un aspecto sumamente contradictorio al que, por ejemplo, ocurre actualmente en Siria, donde la brutal represión contra las protestas por parte del autocrático régimen de Bashar al Asad, con más de 2.000 muertos, no ha motivado ni a la OTAN ni a la ONU a una intervención directa como en el caso libio. Ni tampoco el baño de sangre de febrero pasado en Bahrein ni la delicada situación en Yemen, polarizada hacia una guerra civil. 

Mucho se ha hablado de los factores energéticos detrás de la guerra en Libia, otro aspecto que lo asemeja al que ocurrió con Irak en 2003. Para EEUU y sus aliados en la OTAN, la caída de un líder incómodo como Gadafi supondría una ventaja no sólo para obtener beneficios petroleros y de gas natural, sino para posicionarse geopolíticamente dentro de los cambios en el mundo árabe. Todo ello a pesar de la reciente “luna de miel” entre Gadafi y Occidente a partir de 2004, con jugosos contratos para las multinacionales occidentales.

Pero el panorama post-Gadafi puede que reproduzca, levemente, una situación de “afganización” en Libia. Nadie conoce en profundidad qué es lo que se cuece en el polémico Consejo Nacional de Transición (CNT), el órgano político de los rebeldes legitimado unilateralmente por la ONU y las potencias occidentales como único interlocutor legal en Libia. Las divisiones políticas en el CNT, fragmentadas en un complicado rompecabezas de intereses interpuestos por clanes tribales y geográficos y “señores de la guerra”, todos ellos los auténticos factores de poder en Libia, amenaza con romper una coalición sumamente dependiente del apoyo político y diplomático de la ONU, EEUU y Europa, así como del paraguas militar de la OTAN. 

Unas divisiones que cobraron en julio pasado su primera “víctima política”, con el extraño asesinato de Abdel Fattah Yunes, líder militar de la insurrección de los rebeldes en Bengasi y ex ministro del Interior de Gadafi. Este suceso da a entender un complejo entramado de redes de intereses orientados a sacar de escena a potenciales líderes de la Libia post-Gadafi.

Como en Afganistán e Irak, la OTAN vuelve a reproducir en Libia sus polémicas intervenciones militares, enmarcadas en inciertas y problemáticas transiciones políticas que cuentan con la legitimación de la ONU. Todo parece indicar que Occidente piensa asentar en la Libia post-Gadafi un laboratorio político clave para modelar bajo sus intereses la oleada de cambios en el mundo árabe. Pero el experimento puede resultar contraproducente, aunque vaya de la mano de la Responsabilidad de Proteger.