Mao proclama el triunfo de la revolución en China

Bajo un mar de incontables banderas rojas, el líder revolucionario chino, Mao Zedong, ha proclamado hoy, desde la tribuna de la torre Tiannanmen, el nacimiento de la República Popular China. La guerra civil ha terminado. El Partido Comunista ha vencido las últimas resistencias del nacionalista Kuomintang, cuyas fuerzas, unos dos millones de personas entre civiles y militares, se han trasladado,al mando del general Chiang Kai-shek, a la vecina isla de Taiwán. En su alocución a los miles de pequineses presentes en la plaza, Mao afirmó que el Gobierno Popular Central era el único legítimo representante del pueblo chino. El país afronta su segunda gran sacudida en este siglo, después del triunfo de la Revolución de 1911 que acabó con la dinastía Qing, reinante en el llamado Imperio del Centro desde 1644.

¿Como un hijo de campesinos ha alcanzado el poder máximo en el país más poblado de la Tierra? La fuerza de Mao surge a finales de 1927, cuando con apenas mil hombres formó una base militar en una zona muy montañosa situada entre las provincias de Hunan y Jiangxi. La suma de sus partidas con el destacamento de Zhu De, quien hoy se encontraba a su derecha en la tribuna oficial, le permitió iniciar la guerra popular que ahora llega a su fin. Innovando estrategias de guerrilla basadas en las enseñanzas militares de Sun Tzu, las acciones rebeldes tuvieron un primer aunque efímero éxito al proclamar en 1931 la República Soviética de China. Su gobierno no resistiría más de tres años.

De la Larga Marcha a las tres victorias

Fue el fracaso de ese intento lo que impulsó la Larga Marcha, reconocida ya como una de las más grandes acciones épicas de la historia militar y un legendario episodio de la Revolución. Paradójicamente, en aquella retirada se encuentra el germen de las victorias de Mao en los tres principales frentes: en el seno del Partido Comunista, contra el Kuomintang nacionalista y contra la ocupación extranjera.

Conducidos por Mao, los campesinos revolucionarios hubieron de recorrer más de diez mil kilómetros a través de once provincias en condiciones especialmente duras. De los ciento cincuenta mil que iniciaron el largo viaje, solo sobrevivieron unos diez mil. Entre ellos se encontraban las principales figuras del Partido (Zhou Enlai, Liu Shaoqi, Lin Piao, Deng Xiaoping, Peng Zhen, etc), quienes hoy compartían gritos y clamores con el inmenso gentío situado al pie del puente de mármol blanco de la torre Tiannanmen.

La culminación de aquella larga huída dio inicio a la época de Yenan, un período en el que Mao y su revolución se dieron a conocer al mundo a través de las crónicas, entrevistas y reportajes de Edgar Snow, el autor de “Estrella roja sobre China”. Snow, reconocía Mao hace diez años, “vino cuando nadie más lo habría hecho.. Y fue el primero en abrir el camino”. En Yenan, relataba Snow para el Chicago Tribune, “he visto a los chinos más libres y felices que he conocido”.

La Larga Marcha hizo fuertes a los líderes chinos (“inmortales”, señala el Diario del Pueblo) y esa capacidad de supervivencia infundió en Mao un particular espíritu de lucha, la firme convicción de que nada es imposible de conseguir si en ello se pone el empeño necesario. Mao, asegura Li Riu, su secretario personal, tiene confianza ciega en la capacidad del hombre para quebrar la realidad histórica y adecuarla a su pensamiento. Otros dirigentes, sin embargo, insisten en la necesidad de huir del voluntarismo y buscar la verdad en los hechos.

Para alcanzar su triunfo total, Mao consiguió imponerse,en el curso de la Larga Marcha, a la facción sostenida por Moscú y fiel seguidora de los dictados de Stalin. El mandatario soviético nunca llegó a sospechar la victoria maoísta, y además de afirmar que los comunistas chinos eran como los rabanetes, rojos por fuera pero blancos por dentro, su gobierno ha mantenido unas óptimas y fluídas relaciones con el régimen de Chiang Kai-shek. Ni Marx ni Lenin habrían podido imaginar una revolución socialista en la que el campesinado revolucionario conquistaría las ciudades para liberar a una clase obrera urbana que abdicaba de su condición de vanguardia para permanecer simplemente a la expectativa. Algunos observadores especulan ya sobre los efectos de tan delicado pasado en el futuro de las relaciones entre los dos gigantes comunistas.

Ese primer gran triunfo interno, le permitió a Mao afianzar su control sobre el Ejército Popular y aún a pesar de alguna escisión importante (como la protagonizada por Zhang Guotao, quien finalmente se pasó a las fuerzas del Kuomintang), consiguió sumar nuevos éxitos en sus otros dos grandes frentes bélicos: contra el ala derechista del Kuomintang y contra las tropas japonesas que invadieron el país.

De aliados a rivales

La fragilidad del primer período republicano, exacerbada durante el decenio 1916-1926 debido a las tropelías de los “señores de la guerra”, fortaleció el protagonismo de un Partido Comunista creado en 1921 con el apoyo de la Komintern y algunos intelectuales del llamado “Movimiento del Cuatro de Mayo”. Aliado del Kuomintang en los primeros años de existencia, a la muerte de Sun Yat-sen, en 1925, Chiang Kai-shek tomó las riendas e inició sucesivas campañas de represión y exterminio de los comunistas. Desde entonces le acusan de traición y probablemente solo la presencia en la zona de la séptima flota norteamericana ha impedido su total rendición. La existencia de dos Chinas, una continental y otra en Taiwán, mantiene vivo un conflicto que el futuro deberá resolver.

El vecino nipón, imaginando a buen seguro que “a río revuelto, ganancia de pescadores”, intentó tirar partido de la guerra civil y en 1937 invadió el país. En pocos meses conquistó la llamada China “útil”, la más rica y desarrollada. Pero los triunfos japoneses debilitaron el régimen nacionalista y proporcionaron a Mao la posibilidad de reforzar su Ejército y el apoyo popular hasta conseguir vencer a los dos rivales.

Con el giro que hoy inicia, China aspira a modernizar el país, impulsando una nueva etapa de estabilidad que ponga fin a las miserias de un presente demasiado anclado en el pasado.