larbi el harti

Marruecos: la reforma del sistema de partidos ante el auge islamista

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Para algunos, como para el escritor e intelectual marroquí Larbi El Harti (en la foto, tomada en 2001), “no hemos vivido una transición auténtica. Para esto, hubiera sido necesaria una interacción más clara y más valiente entre la sociedad y el estado. La sociedad está en crisis. La política ha perdido credibilidad. Lo que sí existe es una voluntad de remozamiento del régimen, sin que ello signifique una ruptura sustancial con el espíritu del pasado. En todo caso, nunca la monarquía ha estado tan sola como hoy”. Según esto, circunstancias y contexto obligarían a mudar la piel, manteniéndose aún bastante intocada e inalterada la esencia del Majzén.
 

Alejado de cualquier tipo de polémica alrededor de la gestión del dossier de los inmigrantes de origen subsahariano aprehendidos en las inmediaciones de Ceuta y Melilla por las fuerzas del orden de Marruecos, el portavoz adjunto del departamento de Estado norteamericano, Adam Ereli, declaraba hace algunas semanas que Rabat se encontraba “decididamente aferrado a la vía democrática”. Si bien Ereli constataba que “queda mucho por hacer”, la percepción de Washington es que los marroquíes están desarrollando un ambicioso proceso de reformas y señalaba en este sentido, notablemente, la modificación de la “Moudawana” (el código de la familia), el auge de una cada vez más presente “sociedad civil”, la promoción de los derechos de la mujer y de los individuos en general, la reforma del sistema judicial, no faltando tampoco alusiones al proceso liberalizador y a la integración de la economía del país dentro del sistema mundial. Por la cantidad de campos abiertos y por la que consideran una “buena predisposición”, para los norteamericanos no cabe duda que “el cambio y la modernización se están conformando como un proceso irreversible y continuado en el país magrebí”.

El aquí descrito no es un caso aislado y los estadounidenses no son los únicos en loar los cambios que se están operando en el Reino Alauí, siendo tal percepción compartida por diversos actores internacionales. Sin meternos de lleno en los discernimientos dentro del continente africano, de la Liga Árabe o de la Conferencia de Estados Musulmanes, para los cuales el régimen marroquí es una referencia en toda regla, desde la Unión Europea y desde nuestro propio estado los guiños hacia el país magrebí son también cada vez más frecuentes. Hoy más que nunca, el concepto de “transición marroquí” es un sujeto de uso común, hasta el punto de que académicos, especialistas y políticos en general parecen haberlo integrado dentro de su discurso de forma natural. Tras una turbulenta etapa conocida como “años de plomo”, caracterizada por una ciega represión del Majzen (forma de gobierno tradicional marroquí que significa, literalmente, “almacén”) hacia aquellos elementos considerados como “subversivos”, la extrema izquierda o los defensores de la autodeterminación del Sahara Occidental de forma fundamental en aquel entonces; los últimos años de vida de Hassan II se habrían caracterizado por un relajamiento de las formas, por un intento de normalización de las tensas relaciones entre el poder y sus súbditos marroquíes. Con algunas pequeñas concesiones de la monarquía en una coyuntura que coincide con la eclosión de la “sociedad civil” y, ya a finales de los años 90, con el mandato del “gobierno de la alternancia”, dirigido por el socialista Abderrahman Youssoufi, la impresión general era sin duda que una mutación se estaba operando en el seno de un sistema caracterizado hasta entonces por su inmovilismo.

El advenimiento de un nuevo rey “joven, dinámico y moderno”, como lo calificaban algunos rotativos franceses de la época, no hizo sino acrecentar esta sensación de movimiento. El sentimiento se ve magnificado y multiplicado con algunas de sus primeras disposiciones. Destaca, entre algunas de las medidas implementadas en los albores del reinado de Mohamed VI, la puesta en marcha de una comisión de investigación de los crímenes cometidos durante la etapa más dura de la represión “hassaniana” a través de la Instancia Equidad y Reconciliación (IER), a cuya cabeza fueron colocados individuos provenientes de la izquierda y de la disidencia. La creación del Instituto Real de la Cultura Amazigh (IRCAM), que para muchos supone la primera toma en consideración seria del componente beréber como parte integrante y fundamental del “ser marroquí”, se vio también como un paso importante en referencia al reconocimiento del “poso africano” autóctono, descartado y minorizado por la ideología araboislámica sobre la que se construyó el proyecto marroquí tras su independencia en el año 1956. Pequeños detalles como la visión de un nuevo “comendador de los creyentes” desarmado de algunas de las rigideces protocolarias que su padre desplegaba, apareciendo así como un monarca más próximo a su pueblo, han hecho creer a muchos que realmente se cerraba página de una etapa oscura.

Considerando como un hecho apenas discutible el que se está produciendo una suerte de “transición”, en referencia a las reformas y los cambios emprendidos que no faltan, la cuestión clave es, sin embargo y como apuntan numerosos especialistas, la de si realmente los cambios en los que el país se ha embarcado siguen una teleología democrática. ¿Nos encontramos ante el advenimiento de un efectivo sistema de representación y la edificación de una nueva ciudadanía? ¿Asistimos a la instauración de un auténtico estado de derecho dentro de un marco de respeto de los derechos y libertades fundamentales? Las respuestas a este tipo de interrogantes no son evidentes. No han faltado críticas de detractores que minimizan el camino andado, tachándolo de puramente retórico y propio de aquel Gatopardo de Lampedusa, aquel que ante el advenimiento de una nueva clase emergente, no dudaba en remarcar que “es necesario que todo cambie para que todo permanezca”. Para algunos, como para el escritor e intelectual marroquí Larbi El Harti, “no hemos vivido una transición auténtica. Para esto, hubiera sido necesaria una interacción más clara y más valiente entre la sociedad y el estado. La sociedad está en crisis. La política ha perdido credibilidad. Lo que sí existe es una voluntad de remozamiento del régimen, sin que ello signifique una ruptura sustancial con el espíritu del pasado. En todo caso, nunca la monarquía ha estado tan sola como hoy”. Según esto, circunstancias y contexto obligarían a mudar la piel, manteniéndose aún bastante intocada e inalterada la esencia del Majzén.

Nueva ley de partidos

Un momento político fundamental en Marruecos coincide cada año con el segundo viernes del mes de octubre, cuando Mohamed VI abre oficialmente las sesiones del Parlamento. En un discurso ante la Cámara de Representantes y la Cámara de Consejeros, el rey desglosa las que van a ser las claves del curso político, las que deben ser interpretadas por los decisores y responsables gubernamentales como la hoja de ruta, las directrices a seguir. Este año, sin duda alguna, el tema estrella del discurso del 14 de octubre fue el llamamiento a la promulgación de una nueva ley de partidos(1) y a la reforma del código electoral. El objetivo: que los partidos sean la piedra angular sobre la que gire la vida democrática de Marruecos porque, en palabras del propio rey, "no puede haber una democracia efectiva sin unas organizaciones políticas fuertes y responsables". Para esto, es obligado el establecimiento de "un marco legal avanzado, que les permita constituirse, organizarse y funcionar de manera democrática, garantizándoseles un apoyo material estable y transparente, que tome en consideración sus capacidades de encuadramiento y representación". Todo esto, concluye, redundará en una más activa y sana vida parlamentaria(2). La incapacidad de los partidos para ejercer de mediadores entre la sociedad y el poder ha redundado en un descrédito hacia "lo político".

Este último punto, la incapacidad de los partidos para intermediar entre la población y las autoridades, la no consolidación de estos como un canal válido de transmisión entre las inquietudes de los súbditos y las más altas esferas de mando del país, es un aspecto que siempre ha sido patente y que, sobre todo de forma reciente, ha redundado en un descrédito de la gente hacia las formaciones partisanas y hacia “lo político” en su sentido amplio(3). Como afirma el investigador francés y director adjunto del Instituto de Investigaciones sobre el Mundo Árabe y Musulmán, Jean-Claude Santucci, “los partidos marroquíes nunca han sido puntos de referencia claros para el electorado, no ejerciendo en este contexto sus funciones clásicas de formación de opinión, selección del personal, política y de representación socioeconómica”. El origen de esto vendría, continúa Santucci, “de la desreglamentación del mercado partisano, que no ha hecho sino añadir confusión a la oferta política y a enturbiar la demanda social, comprometiendo así la gestación de una auténtica transición democrática”.

En general, los propósitos reales para este nuevo curso político han sido bien acogidos. La prensa nacional, tanto la independiente como la partisana, ha recibido bien la iniciativa regia, encuadrándola dentro del marco más amplio de reformas que consideran han sido iniciadas con el joven rey. Es por esto que el sentir de Abdelmounaim Dilami, editorialista del diario francófono L’Economiste y firme creyente en la voluntad democrática de la monarquía y de la sociedad de su país, no es un caso raro. Para este periodista, “los partidos políticos se habían estructurado siempre desde una perspectiva de confrontación con el estado y no dentro de una perspectiva de participación en el poder. Estos habían sido concebidos para reivindicar la democracia y no para vivirla efectivamente. Eran herederos de un lógica guerrera”(4). Nuevas exigencias y nuevas circunstancias obligan, por lo tanto, a un nuevo marco legal.

Dentro de la academia, entre los expertos universitarios en la materia, las valoraciones y opiniones emitidas son dispares. Coinciden, eso sí, en el diagnóstico de la inoperatividad del actual sistema político y de la incapacidad de las formaciones partisanas para articular demandas e intereses. Destaca, por el peso específico de este personaje y por su posición dentro la ciencia política marroquí, la del antiguo titular de la cartera de Educación en el gobierno de la alternancia, Abdellah Sâaf, quien considera que “es necesario dejar al campo político que él mismo sea quien realice su propia renovación, sin presionarlo o sin manipularlo, ya que Marruecos es heredero de una esfera política deforme, de una etapa histórica criticada por todo el mundo. Al elaborar una ley sobre estos cimientos, se legitima un hecho adquirido”. Según este profesor, “existe una clara intención de reestructurar y reconfigurar el campo político, con el fin de eliminar a los pequeños partidos que antes podían marcar la diferencia a la hora de tomar decisiones”. La mano negra del Majzen parece planear tras esta iniciativa. La reducción y el empobrecimiento del mapa partisano parece ser la primera consecuencia. La amenaza del ministerio del Interior omnisciente y con la última palabra en cuanto a la legalización o ilegalización de las formaciones de carácter político, si bien era patente en un primer anteproyecto que poco a poco y a golpe de debate y enmienda parlamentaria ha cambiado, no acaba de alejarse. Quedan aún los temores de que, como apostilla Saâf, “lo que no se ha hecho a través de esta ley, es posible que se haga vía la inminente reforma del código electoral”, la otra encomienda que Mohamed VI ha lanzado al los miembros del legislativo para este año.

Legislativas 2007 y auge islamista

El que las organizaciones partisanas no consigan establecer los lazos necesarios entre las élites políticas y los ciudadanos, este vació, puede ser "un gran peligro – apuntaba un analista de la televisión pública marroquí – que puede ser aprovechado por toda suerte de extremismos y puede redundar en un debilitamiento del Estado". A nadie escapa que se aproximan las legislativas del año 2007 y todos los pronósticos dan como vencedor a los "islamistas moderados" del Partido de la Justicia y del Desarrollo (PJD) que en las últimas elecciones del año 2002, a pesar de no presentarse en buena parte de las circunscripciones por presiones ejercidas desde el propio poder, obtuvieron ya un apoyo popular incontestable. En todo este periodo que ha transcurrido desde los señalados comicios, la aparición del islamismo político es vista por muchos como una consecuencia directa del impasse del sistema, de la fractura entre las organizaciones partisanas tradicionales y las masas populares. Es por esto que se la maniobra del rey, la nueva ley de partidos, no podemos interpretarla sin ponerla en contacto con el fenómeno islamismo político, mayoritariamente en la clandestinidad salvo el PJD y la recientemente legalizada Alternativa Civilizacional (AC), quienes han visto su labor facilitada por un panorama socioeconómico adverso, así como por el abandono del Estado y de los partidos tradicionales de ciertos ejes sociales. Es aquí donde los islamismos han encontrado su sustento y la donde la gente trata de encontrar una suerte de solución alternativa. Así, la llamada de atención a los partidos, el reordenamiento del campo partisano y el intento de activar un efectivo mercado electoral entran dentro de esta lógica.

Uno de los escenarios que se vislumbra para contrarrestar este creciente peso islamista, es la unión y la federación entre formaciones políticas. "La nueva ley es un buen antídoto para evitar la balcanización de nuestro sistema de partidos", declaraba hace algunas jornadas Mohamed Moubdii, presidente de la comisión encargada de elaborar el nuevo texto legal(5). Casi una treintena de partidos cuentan hoy con representación parlamentaria y con el nuevo texto, además de poner unas mayores exigencias organizativas, financieras y unos umbrales mínimos para la obtención de representación, se deja abierta la puerta a la asociación de organizaciones partisanas. El establecimiento de mayores controles financieros y organizativos, la exigencia de implementar una suerte de democracia interna dentro de las organizaciones políticas, la fijación de una mayor elevada barrera porcentual – del 5% ahora, ya que antes no existía – para obtener representación y poder optar a cualquier tipo de ayuda pública, hará, sin duda, que los menos preparados, los más pequeños, desaparezcan del panorama o bien traten de aunar esfuerzos(6).

Los primeros en mover pieza han sido la Izquierda Socialista Unificada (GSU) y la asociación con carácter político escindida de la Unión Socialista de Fuerzas Populares (USFP), Fidelidad a la Democracia (FD), quienes se han fusionado en un nuevo proyecto que se ha denominado como Partido Socialista Unificado (PSU) y que quiere ser, como se ha apuntado desde su propio buró político, una suerte de "izquierda plural". El denominado "polo harakí", compuesto de forma fundamental por los partidos ruralistas y berberistas del Movimiento Popular (MP) y del Movimiento Nacional Popular (MNP), han anunciado también una próxima unión. Por lo que respecta a los "partidos del movimiento nacional", sigue habiendo dudas sobre si se reeditará o no la llamada "koutla democrática", que ya funcionó a finales de los ’90 y que estaría formada por el Partido del Istiqlal (PI), la USFP y el Partido por el Progreso y el Socialismo (PPS). Aunque de momento en etapas poco maduras, las conversaciones informales para la alineación de nuevas organizaciones son cada vez más intensas, no pudiendo descartar la formación de nuevos polos. El propósito de todos: conectar con cada vez más amplios sectores de la población y frenar la ineluctable progresión del PJD.


Notas:

(1) Ley que, tras varios meses de debate y de enmiendas en el seno del Parlamento, ha sido aprobada el pasado 21 de octubre, justo una semana después del discurso del monarca.

(2) Ver el texto del discurso de Mohamed VI ante las cámaras parlamentarias del 16 de octubre de 2005. Una versión en castellano puede consultarse en la página Web de la Agencia Oficial de Prensa Marroquí, la MAP, en el siguiente enlace: http://www.map.ma/es/sections/actividades_reales/sm_el_rey_preside_la_2/view.

(3) Es evidente que juega un papel destacado, dentro de este miedo y animadversión hacia “lo político”, el recuerdo de lo vivido en un pasado no tan lejano, con toda su particular casuística de persecución, de tortura y de muerte para todos aquellos con una cierta ideología política de contestación hacia el orden establecido.

(4) Ver “Les partis”, en L’Economiste del 17 de octubre de 2005.

(5) Ver “La loi sur les partis évite la balkanisation du champ politique”, en Le Matin del 13 de octubre de 2005.

(6) Ver “Loi relative aux partis politiques”, Royaume du Maroc.