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Miradas a la actualidad de China

 70 Aniversario Larga Marcha, clic para aumentar
En la tercera semana de octubre, las celebraciones organizadas para conmemorar el setenta aniversario del final de la Larga Marcha han servido para que el PCCh formule una nueva revalidación ante la ciudadanía de su plena legitimidad para dirigir los destinos del país.
 

China vive tiempos de redefinición. Nadie se cuestiona la política general iniciada a finales de los años setenta del siglo pasado, la llamada reforma y la apertura, pero sí se ha abierto una nueva etapa caracterizada por una mayor atención a las cuestiones sociales y ambientales.

Buen espejo de ese nuevo clima ha sido la sesión anual del Comité Central del Partido Comunista de China (PCCh) celebrada en octubre último. Después de cuatro días de debate a puerta cerrada, sus casi cuatrocientos miembros, entre titulares y suplentes, han ofrecido pleno respaldo al discurso político de Hu Jintao y refrendado su mensaje principal: es la hora de lo social. No era sin tiempo, pero bienvenida sea.

En efecto, el PCCh se plantea recrear en China en los próximos quince años un sistema que permita corregir las inocultables y profundas desigualdades sociales y los desequilibrios territoriales, que constituyen la principal causa de la inestabilidad social y amenazan, junto con la corrupción, la credibilidad del PCCh. Un estudio citado en el diario China Daily del pasado día 8 demuestra que el coeficiente de Gini, que mide las desigualdades en la renta, alcanza en China el nivel de 0,46, reflejando la existencia de una gran brecha que aún no ha dejado de crecer. En 2005, los ingresos disponibles del 10% de las familias con mayor nivel de renta eran ocho veces superiores al 10% de las familias más pobres. El sesenta por ciento de los residentes urbanos no pudieron alcanzar la renta media de ingresos. En fin, los indicativos de similar calibre pudieran ser eternos. Pero parece haber llegado el momento de los menos favorecidos por la reforma, los eclipsados, durante lustros, por los tan loados dígitos del crecimiento.

La armonía, pues, va tomando forma, tanto en la acción del gobierno como en el discurso político del PCCh. Dicho término, como es sabido, es muy importante en la filosofía tradicional china, y está formado por dos ideogramas. El primero es he (), que está compuesto por dos radicales que significan planta de cereal y boca de hombre; y el segundo es Xie () que está compuesto por otros dos radicales que significan expresión y mundo. Esto viene a decir que cuando el hombre tiene comida, está pacífico y tranquilo, y puede expresar tranquilamente sus opiniones, logrando la concordia y la armonía.

La nueva estrategia, complementaria de la promoción del llamado “nuevo campo socialista”, programa aprobado en marzo último por la Asamblea Popular Nacional (APN), incluye numerosas medidas relacionadas con la reforma salarial (beneficiando a unos 120 millones de personas que permitirán incrementar la significación de la clase media), la mejora de los sistemas de salud y educación, la formación profesional, el empleo, la generalización de la cobertura del seguro social a todos los habitantes, incluidos los emigrantes rurales, evitando que nadie quede desprotegido ante contingencias como la enfermedad o los accidentes ni desamparado. El reto que supone la creación de un sistema de seguridad social en un país como China donde, actualmente, dicha cobertura alcanza a menos del 10% de la población, es inconmensurable y representa un serio desafío, indispensable para poner freno a la ansiedad instalada en amplias capas de la sociedad china, entre ellas, los numerosos universitarios en situación de desempleo.

La armonía es la esencia del socialismo con peculiaridades chinas, dice el PCCh. Y solo la recuperación de esa armonía puede permitir al partido mantener y mejorar su acción de gobierno. Esta estrategia inaugura, en opinión del PCCh, una nueva etapa en el proceso de construcción del socialismo con peculiaridades chinas. El desarrollo económico seguirá siendo el objetivo central, pero se verá complementado con la justicia social y el equilibrio ambiental. Una sociedad más justa y un desarrollo económico y social sostenible impedirán que se reduzca el apoyo a la política de reforma y apertura.

En lo ideológico, la búsqueda de la armonía, tan alejada de la lucha de clases, introduce dosis crecientes de socialdemocratización de facto del PCCh que, por otra parte, parece fijar su atención en la experiencia europea, tomando buena nota del compromiso de la socialdemocracia con el establecimiento de un sistema basado en el bienestar. De hecho, este nuevo planteamiento de las prioridades que propone Hu Jintao, además de suavizar tensiones internas, pudiera sugerir una intensificación del debate interno a propósito del futuro ideológico del PCCh, en el que dicho elemento podría tener una especial cabida.

Con este discurso y las medidas anticorrupción adoptadas con carácter previo a este pleno y que tendrán continuidad en los próximos meses, Hu Jintao va dando cuerpo a su proyecto y poniendo fin a la era de Jiang Zemin, tres lustros de crecimiento desigual conducido bajo el lema “primero eficacia, después justicia”. Su reelección en el otoño de 2007 parece asegurada y la renovación pudiera ser amplia.

Abordar en serio el reto social significa también apostar por un nuevo modelo de desarrollo que supedite las altas tasas de crecimiento al logro de una mínima equidad. Hu ha ganado tiempo para afrontar las tensiones sociales, en crecimiento de año en año. Está por ver que más allá de alzar visiblemente la mano en la sesión del Comité Central, todos los dirigentes, especialmente los de las zonas más ricas, se comprometen con la nueva política, sanean sus estructuras e invierten, de facto, sus prioridades para recuperar a los más rezagados, tanto a nivel social como territorial.

Antes de 2020 no habrá reforma política. Si cambios legales y avances garantistas en ciertos dominios que pueden mejorar la situación de los derechos humanos, hoy en niveles realmente bajos como ha señalado recientemente Amnistía Internacional en un informe, pero el correcto ejercicio del poder y su legitimidad excluye, en ese horizonte, una orientación pluralista que propicie un cambio de régimen. Planteada como un enriquecimiento de la teoría científica del socialismo, la armonía buscada por el PCCh es aquella que debe contribuir a reafirmar su papel exclusivo en el liderazgo político.

Nuevos actores

En consonancia con el nuevo ritmo, actores olvidados en las anteriores fases de la reforma china parecen retornar al centro del escenario político.

En efecto, mientras prosigue el combate contra la corrupción (con el reciente y llamativo caso de los magistrados de Shenzhen, acusados de sobornar y ser sobornados, o del director de la Administración Nacional de Estadísticas), y sube el tono de la presión del gobierno central sobre los poderes territoriales (varios equipos han sido enviados a doce provincias para investigar los proyectos ilegales de inversión, lo que deparará numerosas sanciones para los respectivos responsables), la recuperación de un discurso de perfil más social ha traído de vuelta a la actualidad china a los sindicatos oficiales.

A las medidas dispuestas en numerosos aspectos administrativos y que tienen como elemento referencial central al mundo rural, se suma ahora el proyecto de un nuevo Código laboral que otorga a las organizaciones sindicales mucho más poder en las empresas, especialmente del ámbito no estatal ni colectivo. El debate del proyecto, en fase de elaboración y discusión interna desde la primavera, promete no ser menos apasionado que el relativo a la regulación de la propiedad privada, enfrentando a quienes reivindican la recuperación de un protagonismo necesario del movimiento sindical, presente en cualquier sociedad moderna, y quienes cuestionan sus efectos respecto a la inversión y a las empresas extranjeras ante el miedo a perder las ventajas (bajos salarios, pocos derechos) que han animado su proceso de implantación en China. El anuncio del aumento de salarios (tantas veces reclamado desde algunos sectores de Occidente a propósito del dumping) a más de 100 millones de trabajadores (China es el segundo país de Asia con el mayor número de ricos, unas 320 mil personas con una cuenta estimada en 1,59 billones de dólares) ha despertado inquietud en algunos sectores empresariales (de Occidente, muy especialmente) en una expresión de exagerado desasosiego ante un alza de los costes salariales que, en cualquier caso, será moderado y progresivo. Además, el margen de beneficios de las empresas extranjeras establecidas en China es de tal holgura que puede permitir una fácil adaptación al nuevo contexto.

Wal-Mart, la famosa cadena norteamericana, una de las más simbólicamente beligerantes con las nuevas orientaciones del poder chino, ha tenido que aceptar, a regañadientes, la implantación en sus empresas de organizaciones del Partido Comunista (que ha requerido, al parecer, la propia intervención de Hu Jintao) y de los sindicatos. Los anuncios que daban a entender un replanteamiento de su implantación en China parecen carecer de sentido ya que, según fuentes bien informadas, está ultimando una ampliación de su negocio mediante la compra de una cadena taiwanesa presente también en el continente.

Con el actual discurso, no parece que el gobierno chino esté dispuesto a ceder en lo esencial a las presiones del capital extranjero, ni mucho menos del sector privado nacional. Como primer objetivo, Beijing quiere acotar de esta forma el descontento existente en el mundo laboral, víctima del capitalismo salvaje y de patrones sin escrúpulos, mejorando a un tiempo las condiciones de trabajo y los derechos laborales. El constante aumento de la conflictividad en las empresas por causa del impago de salarios o el nulo respeto a la legislación laboral vigente, o las pésimas condiciones de seguridad existentes en muchos sectores, constituyen el caldo de cultivo para una desesperación social que puede pasar, en cualquier momento, de explosiones aisladas y rápidamente controladas, a movimientos más amplios y desestabilizadores.

Pero los objetivos van más allá. Ante la percepción de la progresiva pérdida de control directo del PCCh de la economía del país, debido a la reducción del peso de la economía estatal en el conjunto, se trata de anclar en la economía privada poderosos resortes organizativos y competenciales que le permitan efectuar un control irrenunciable del sector privado, equilibrando sus intereses y su poder, al tiempo que habilita, a escala global, un contrapeso formal a la creciente influencia de las federaciones y grupos industriales que hoy carecen de cualquier contrapunto sindical. Según informes de la Federación de Industria y Comercio de China, en 2005, la participación del sector privado en el PIB el país alcanzaba el 65% y llegará al 75% en 2010, año en que más del 70% de las empresas chinas serán de propiedad privada. En el último lustro, su progreso ha sido de casi un 30% anual. De los 40 sectores industriales, 27 están dominados por empresas privadas.

Todo ello plantea retos importantes para el PCCh y el movimiento sindical, claramente fuera de juego. Uno de ellos es la necesidad de acomodar la práctica sindical a una realidad totalmente diferente a la existente antes de la reforma. En los últimos años, la FNSCh (Federación Nacional de Sindicatos de China) se ha limitado a desempeñar el papel tradicional de correa de transmisión del Partido, sin iniciativa propia y a caballo de las exigencias de cada coyuntura, permaneciendo al margen de los auténticos intereses de la clase trabajadora china. Su amarillismo es la principal seña de identidad. ¿Cambiará algo? La visibilidad y dinamismo de las estructuras sindicales debería ser mayor en los próximos años, pero sus ataduras permanecerán. La potenciación del sindicalismo oficial no va a significar un aumento de su autonomía, ni en la acción ni en el discurso. Permanecerán vinculados al PCCh, y bajo su control, actuando de testaferros en todo aquello que resulte necesario y, por otra parte, su discurso, obligatoriamente incardinado en la defensa de la armonía social reafirmará su renuncia a la conflictividad, privilegiando en todo momento el mantenimiento de la paz social por sobre todas las cosas.

En esas condiciones, este nuevo auge de lo social probablemente no necesitará de programas de reciclaje de los funcionarios sindicales, pero augura un ascenso casi seguro ““ si nada empaña su gestión- del presidente de la FNSCh, Wang Zhaoguo, miembro actual del Buró Político, al Comité Permanente que salga elegido del próximo Congreso. Y antes, en marzo de 2007, la nueva normativa laboral y la adopción de otras medidas equilibradoras quizás pueda permitir también la aprobación en la próxima sesión de la Asamblea Popular Nacional de la regulación de la propiedad privada, casi una década después de iniciarse su discusión. Una cosa por otra.

El rearme ideológico

En la tercera semana de octubre, las celebraciones organizadas para conmemorar el setenta aniversario del final de la Larga Marcha han servido para que el PCCh formule una nueva revalidación ante la ciudadanía de su plena legitimidad para dirigir los destinos del país.

En efecto, un triple mensaje cabe advertir en los múltiples eventos. En primer lugar, que la bonanza de hoy es consecuencia de un gran esfuerzo, resultado del heroísmo, del sacrificio, protagonizado por el PCCh y el Ejército Popular de Liberación (EPL); segundo, que es preciso mantener la confianza en el PCCh porque si ha sabido alcanzar la victoria en medio de grandes dificultades, tampoco fallará ahora; tercero, siempre hay que estar preparados para enfrentar tiempos difíciles.

Primero por separado, Jiang Zemin y Hu Jintao han rendido honores a los veteranos de la Larga Marcha. El primero, en el Museo Militar, al visitar en compañía de Zhu Rongji, Li Peng, y demás dirigentes de la anterior cúpula comunista, la exposición conmemorativa; el segundo, en el Gran Palacio del Pueblo, contemplando un espectáculo desarrollado con toda la estética y la coreografía más tradicional. Pero lo más sorprendente ha sido el acto político del día 22, cuando Hu Jintao y Jiang Zemin comparecían juntos en la tribuna, un acto muy inusual y que es reflejo de las profundas tensiones existentes en la cúpula china después del cese del secretario del PC en Shanghai y de las sucesivas operaciones de limpieza puestas en marcha por Hu a fin de eliminar las bases de apoyo a Jiang. La aparición en la tribuna es una “compensación” a Jiang Zemin, dicen algunos, quien ha tenido que escuchar los envites de Hu a eliminar las desigualdades y la corrupción para recuperar la reputación del Partido, debilitada en muchos lugares por la actuación de funcionarios corruptos.

La importancia que el PCCh está concediendo a esta conmemoración ““y que contrasta con el lógico silencio de los aniversarios de la Revolución Cultural o de la muerte de Mao- no es un hecho casual y tiene otro significado añadido. En una conferencia celebrada a primeros de octubre en Beijing, Li Changchun, miembro del Comité Permanente del Buró Político, hacía un llamamiento a reforzar la educación ideológica y ética, especialmente entre los jóvenes. Visitando la exposición en el Museo Militar se han podido ver a destacamentos de estudiantes universitarios cantando, con el puño en alto, viejas canciones revolucionarias; y en la televisión central, los encuentros entre protagonistas de la Larga Marcha y jóvenes de diferentes edades, se esfuerzan por transmitir la idea de continuidad de un proceso, cuando muchos de los jóvenes actuales parecen más interesados por Internet, en unos casos, y en otros, por una sociedad civil emergente, que crece con rapidez, y aunque solo puede hacerlo en aquellos ámbitos que el gobierno tolera, corre el riesgo de afianzarse, en buena medida, de espaldas al PCCh.

El recuerdo de las gestas de la época revolucionaria y la invocación a lugares comunes de dicho período se acredita como una de las características del mandato de Hu Jintao. No hay borrón y cuenta, ni mucho menos. Más allá de la necesidad de brindar una satisfacción a los veteranos, muchos de ellos descontentos con el rumbo de la reforma y del Partido en tiempos de Jiang, o de cortejar al EPL en vísperas de anunciadas renovaciones, e incluso del oportunismo necesario para ganar tiempo y reclamar confianza de una ciudadanía escéptica respecto a la capacidad del PCCh para manejar las dificultades del proceso de reforma, Hu, sin dejar a un lado el nacionalismo, parece reafirmarse en el giro social y ético de la reforma.

Reforzando el entroncamiento del período actual con las primeras y convulsas décadas del período revolucionario, Hu insiste también en la necesidad de encontrar una vía propia y alternativa a la economía de mercado neoliberal, en sintonía con las preocupaciones expresadas por algunos intelectuales de izquierda y críticos del régimen vinculados a la revista Dushu, encontrando un camino propio hacia la modernización y al renacimiento de China que afiance y no desmantele el papel del Estado como garante y valedor de la economía nacional. Se trata de una valiosa experiencia y una oportunidad histórica única para construir una sociedad mejor, más justa que la existente en el oeste, como enfatizaba el profesor Cui Zhiyuan a The New York Times el pasado 15 de octubre.

Hu parece haber sintonizado con aquellos sectores sociales del país que, a pesar de la bonanza actual, echan en falta tanto las prestaciones básicas, aún siendo rudimentarias, que el maoísmo había garantizado en condiciones mucho más difíciles que las actuales; como incluso la autoridad de un poder central que sea capaz de imponerse a los jefes locales y evitar sus abusos de poder. El proceso en curso, de ajuste necesario de las desigualdades, constituye una oportunidad elemental para evitar que esa demanda social se traduzca en otra que derive en el ejercicio de un gobierno no más democrático sino más autoritario.

El rearme ideológico incluye no solo la campaña anticorrupción y la exigencia de una nueva ética, sino sobre todo un replanteamiento del rumbo de la reforma, acentuando la importancia de un contenido más social y más respetuoso con el medio ambiente e incluso en la política exterior, primando atenciones que vayan más allá de la sacrosanta mirada a EEUU, tan propia del tiempo de Jiang Zemin, para fijarse en otras latitudes más cercanas, de su propio entorno regional (como India o Japón), eludiendo convertirse en simples imitadores de América. Modernización y occidentalización parecen alejarse en este tiempo de Hu.

¿Otra política exterior?

Precisamente, el entorno regional y los países en vías de desarrollo parecen ganar peso en la acción diplomática. La reciente visita de Abe Sinzho a China ha satisfecho, moderadamente, las expectativas de los líderes de ambos países. Los preparativos del encuentro han exigido varios meses de trabajo, aún bajo mandato de Koizumi, y han involucrado tanto a altos responsables del PCCh y del PLD (Partido Liberal Democrático), como también a diferentes instancias gubernamentales a través de diálogos sectoriales en numerosos asuntos espinosos.

La rápida iniciativa de Abe ha recibido elogios en la capital china, convertida, por primera vez, en el primer destino de un jefe de gobierno japonés, evocando la clara intención de deshacer el enredo bilateral en que se han atascado sus relaciones desde 2001, tratando de acompasar al alza las relaciones políticas y económicas entre ambas potencias, hoy visiblemente maltrechas.

Los disensos que enfrentan a ambos países no son pocos ni poco profundos. Muchos de ellos arrancan del pasado reciente (desde la utilización de mujeres chinas como esclavas sexuales a la retirada de las armas químicas abandonadas en Manchuria, pasando por el inevitable y penoso asunto de las visitas al templo Yasukuni), mientras otros tienen que ver con el futuro inmediato (Taiwán, los contenciosos territoriales en el Mar de china meridional o por las islas Diaoyu/Senkaku). En el trasfondo, el futuro de la región, el liderazgo en Asia y los problemas de seguridad (incluyendo, claro está, la península coreana).

Abe tiene sus planes: quiere un mayor protagonismo internacional para Japón, acorde con su importancia económica, cuadrando el círculo, es decir, mejorando a un tiempo las relaciones con Beijing. Su anunciada “falta de complejos” en relación al comportamiento pasado de Tokio y sus declaraciones previas a la visita adhiriéndose al llamado “espíritu de Toiishi Murayama” (que alude a un reconocimiento explícito de la responsabilidad de Japón en el daño y sufrimiento causados a las poblaciones de numerosos países), parecen indicar una voluntad de entendimiento. Este es indispensable para afirmar su primer objetivo, pues sin una reconciliación con China y Corea del Sur, no será difícil que sus reformas (en primer lugar, de la Constitución, para poner fin a su declaración pacifista) provoquen el rechazo de sus vecinos e incrementen la hostilidad, dificultando sus aspiraciones, entre otras, a formar parte del Consejo de Seguridad de la ONU.

La visita de Abe a China puede suponer un punto de inflexión en las relaciones bilaterales. Beijing, en cualquier caso, no ha echado las campanas al vuelo, y queda a la espera de comprobar el “comportamiento futuro” de su vecino. La devolución de la visita ha sido aceptada, pero solo “en principio”. Ello dependerá de dos asuntos clave: la realización o no de visitas al templo Yasukuni (donde se venera a los fallecidos japoneses en combate, incluidos varios criminales de guerra) y la actitud hacia Taiwán. Respecto al primero, Abe no ha desvelado que postura adoptará, si bien los dirigentes chinos le han hecho saber con toda claridad lo que no desean ver. Por otra parte, en relación a Taiwán (Koizumi ya ha sido invitado por Chen Shui-bian a visitar la isla), China espera de Abe que contribuya a aislar a los soberanistas del PDP.

La importancia de Japón en la economía china ha descendido, convirtiéndose en 2005 en su tercer socio importador. Es la consecuencia de un lustro perdido, a pesar de que en todo ese periodo, el diálogo económico, incluso a nivel ministerial, no ha cesado. Pero los intercambios se han resentido. Entre los acuerdos adoptados en esta breve cumbre, se ha planteado un relanzamiento de los contactos comerciales.

La decisión de que expertos de ambos países inicien la investigación conjunta de la historia, ya a partir de este año, se orienta en la buena dirección. China y Japón son demasiado importantes en Asia ““y en el mundo- como para vivir permanentemente lastrados por su pasado. Ello debiera ser complementado con el diálogo en materia de seguridad y defensa para así reforzar la confianza mutua ante los desafíos que en dicha materia alberga la región más dinámica del planeta en lo económico pero con hipotecas tan inmensas que cuestionan seriamente su estabilidad presente y futura.

La prueba nuclear norcoreana

China se ha sentido desautorizada por la prueba norcoreana y ha reaccionado de forma rápida y con una contundencia poco habitual, en primer lugar, condenando el proceder norcoreano. Su disgusto se ha visto acompañado de un gesto informativo previo que tanto EEUU como Corea del Sur han agradecido públicamente, al avisarles con antelación de la explosión. Aún así, a pesar de que la prueba nuclear da al traste con su política de desnuclearización, Beijing no puede cambiar la geografía, y esta le obligará a matizar cualquier respuesta precipitada y a insistir en la vía pacífica para resolver el problema. China continuará desarrollando una cooperación de buena vecindad y de amistad con Corea del Norte y esta política es inquebrantable, dijo el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores, Liu Jianchao, en una conferencia de prensa regular.

El miedo tanto a un colapso del régimen como a una crisis provocada por un ataque exterior ha movilizado a la diplomacia china, que ha desplegado una iniciativa fuera de lo común, evidenciando su creciente peso regional y mundial. A pesar de ello, las relaciones entre Beijing y Pyongyang se resentirán con la decisión norcoreana. ¿Seguirá defendiendo China la desnuclearización de la península coreana que hasta ahora ha sido el eje de su política? Tanto si acepta la nueva situación como si insiste en la desnuclearización, encontrará enfrente a Corea del Norte. Pyongyang, al menos, siguiendo el consejo de Beijing ha descartado realizar una segunda prueba.

La cumbre africana

El día 3 de noviembre se inauguró en Beijing la tercera cumbre China-África. En enero de este mismo año, China ha publicado su primer documento oficial relativo a la política africana. Beijing exhibe en África su éxito como un modelo de desarrollo para los países pobres (muchos de ellos lo observan como un estimulo para salir de la pobreza), sin imponer ni reclamar reformas políticas o económicas para acceder a su asistencia técnica o financiera. Al actuar así, China se presenta a ojos de los estados africanos como una potencia mundial más atractiva que EEUU o la UE.

Los vínculos con África figuran entre las principales prioridades diplomáticas de Beijing. China aspira a desempeñar un papel especialmente activo ““y competitivo-, incluso de liderazgo, en el continente africano. Las relaciones con los países africanos son cada vez más multidimensionales y más estrechas. El presidente Obasanjo proclamaba en voz alta en el banquete ofrecido en honor de Hu Jintao, de visita reciente en su país, su deseo de que China” dirija el mundo”.

Desde finales de 1990, la presencia de China en el continente negro ha adquirido dimensiones ciertamente muy destacadas. Hay una ofensiva continua y sistemática. Hoy no se trata de mesianismo ideológico. Incluso el asunto de Taiwán ha perdido importancia después de asegurarse la lealtad de África del Sur y Senegal. Los demás caerán como fruta madura (el último ha sido Chad). Los productos made in China son muy apreciados porque son baratos y buenos para una población con escaso poder adquisitivo. La expresión de no ingerencia suena a retórica anticolonialista, pero es del agrado de los países africanos, donde muchos de sus dirigentes recelan de los patrones de calidad exigidos por la UE o EEUU. China, por el contrario, dice que no ambiciona exportar ni sus propios valores ni su modelo de desarrollo, ni impone condiciones políticas, ni exige transparencia en la gestión, solo beneficio mutuo. Y un hecho es incontestable: en seis años, el comercio bilateral se ha multiplicado por cuatro. Desde 2005 es el tercer socio del continente detrás de EEUU y Francia.

La aspiración de China es doble: reforzar los vínculos con los países africanos, obteniendo a un tiempo ventajas económicas importantes y ganando influencia política. Su modus operandi incluye la participación activa en la construcción de infraestructuras, en proyectos de bienestar social y auxilio en la formación de los recursos humanos (especialmente capacitación técnica y formación universitaria en China). En 2005, más de 3.000 personas de 50 países africanos y organizaciones de la región participaron en cursillos técnicos en China y en la actualidad, unos 1.100 africanos estudian con becas otorgadas por el gobierno chino.

China quiere asegurarse el aprovisionamiento regular de los países productores africanos, por eso centra su interés en el petróleo y otras materias primas que nutren el comercio bilateral. En África encuentra una importante oportunidad para diversificar sus riesgos, cuando su enorme reserva disponible de divisas (ya ha superado a Japón) necesita asegurar la mayor rentabilidad inversora. China está presente en Sudán y en Libia, en Angola o en Guinea ecuatorial, Congo, Santo Tomé y Príncipe o Gabón. Es el tercer comprador de petróleo gabonés y adquiere la cuarta parte del petróleo angoleño. Antes, África estaba reservada a las compañías petroleras occidentales. Ahora ya no.

Los chinos que hoy trabajan en África nada tienen que ver con aquellos que llegaban a este continente a finales del XIX o a comienzos del XX, dispuestos a trabajar en las minas sudafricanas en condiciones miserables o reemplazando a los esclavos que se iban liberando. Ahora construyen autopistas, ferrocarriles, hoteles, estadios, o participan en la explotación petrolera o minera (cobre, zinc, cobalto o manganeso). La nueva emigración china está relacionada con los grandes contratos de trabajos públicos (canalizada directamente a través de las grandes empresas estatales del gigante asiático) y a los pequeños empresarios procedentes de China y de otras partes del mundo. Estos últimos viven del comercio, de la importación de productos de China, desde electrónica a textil o zapatos, a precios imbatibles, subiendo poco a poco en la escala (en Níger, ya se pueden ver motos, y en Marruecos, automóviles, de fabricación china). Esa presencia genera tensiones, a favor (por la buena relación calidad ““precio) y en contra (por la competencia).

Las relaciones políticas mejoran y están cada vez más institucionalizadas. China no escatima esfuerzos. Las visitas oficiales al más alto nivel forman parte de la rutina. Solo en este año, el presidente Hu Jintao ha visitado Nigeria, Kenia y Marruecos (en 2004 visitó Egipto, Gabón y Argelia). Su primer ministro, Wen Jiabao visitó Egipto, Ghana, Congo, Sudáfrica, Tanzania, Uganda y Angola. La presencia de jefes de gobierno africanos en Beijing es igual de habitual. La cumbre que se celebra en noviembre en la capital china es la tercera en su género. Desde la mitad de los años 90, la presencia china en el continente africano también incluye la cooperación militar.

Cuando los franceses salieron de Côte d”™Ivoire en el otoño de 2004, los chinos fueron en ayuda de Laurent Gbagbo. Su influencia va ganando posiciones en otros países como Gabón. En África central y occidental, China es el segundo socio detrás de Francia. En la práctica, Pekín se está conformando como el gran rival de París y Washington en la región. Occidente teme el desarrollo de esas relaciones por lo que supone de desafío para sus intereses. La amenaza china se concreta en la pérdida de control del acceso a los recursos energéticos, el dominio del mercado africano con mercancías a bajo precio, la promoción de su modelo de economía mixta y el propio desafío al concepto de democracia y derechos humanos promovidos por los países occidentales. La nueva relación que China les ofrece a los países africanos consiste en brindarles la oportunidad de liberarse de la dependencia de las potencias desarrolladas del Norte. ¿No parece atractiva?