Occidente y su punto de inflexión

Sin necesidad de algún pacto protocolar que oficialice la formación de un eje, Pekín y Moscú están en la práctica configurando uno. Desde el acuerdo gasífero por 400 millardos de dólares, hasta los ejercicios navales conjuntos frente a las costas chinas, pasando por la propuesta china de dar forma a una organización regional de seguridad que los integre, son diversos los pasos dados en estas últimas semanas en esa dirección. En definitiva, el denominador común de un impulso hegemónico que los constriñe y  amenaza y de un status quo que se resiste a reconocerles su estatura internacional, son razones suficientes para empujarlos a ello. Esto trasciende a los acontecimientos recientes, a la expansión de la OTAN y a las alianzas militares estadounidenses en el Este de Asia, para abarcar también consideraciones económicas. Durante dieciocho años, y hasta su adhesión en 2012, Rusia luchó por ser admitida a la Organización Mundial de Comercio, la más larga de las negociaciones emprendidas por dicha organización. La razón de esta demora fueron las objeciones interpuestas por Washington en virtud de la Enmienda Jackson-Vanik contra Rusia, una reliquia de la Guerra Fría apenas repelida en 2012. De la misma manera mientras China representa hoy el 13,6% de la economía global, su poder de voto en el Fondo Monetario Internacional es apenas de 3,8%. Ni siquiera su oferta de ayudar con 100 millardos de dólares a los países en crisis de la Eurozona en 2011 fue suficiente para que las naciones europeas estuviesen dispuestas a apoyar un incremento en el poder de voto chino en el FMI.

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Sin necesidad de algún pacto protocolar que oficialice la formación de un eje, Pekín y Moscú están en la práctica configurando uno. Desde el acuerdo gasífero por 400 millardos de dólares, hasta los ejercicios navales conjuntos frente a las costas chinas, pasando por la propuesta china de dar forma a una organización regional de seguridad que los integre, son diversos los pasos dados en estas últimas semanas en esa dirección. En definitiva, el denominador común de un impulso hegemónico que los constriñe y  amenaza y de un status quo que se resiste a reconocerles su estatura internacional, son razones suficientes para empujarlos a ello. Esto trasciende a los acontecimientos recientes, a la expansión de la OTAN y a las alianzas militares estadounidenses en el Este de Asia, para abarcar también consideraciones económicas. Durante dieciocho años, y hasta su adhesión en 2012, Rusia luchó por ser admitida a la Organización Mundial de Comercio, la más larga de las negociaciones emprendidas por dicha organización. La razón de esta demora fueron las objeciones interpuestas por Washington en virtud de la Enmienda Jackson-Vanik contra Rusia, una reliquia de la Guerra Fría apenas repelida en 2012. De la misma manera mientras China representa hoy el 13,6% de la economía global, su poder de voto en el Fondo Monetario Internacional es apenas de 3,8%. Ni siquiera su oferta de ayudar con 100 millardos de dólares a los países en crisis de la Eurozona en 2011 fue suficiente para que las naciones europeas estuviesen dispuestas a apoyar un incremento en el poder de voto chino en el FMI.

            Como bien señala el reconocido intelectual Kishore Mahbubani, es absurdo que el 12% de la población mundial que vive en Occidente imagine que puede seguir determinando el destino del 88% restante. La convergencia entre China y Rusia puede transformarse en un potente instrumento de convocatoria frente a buena parte de ese otro 88%, económica y políticamente revitalizado, que también desea un nuevo orden de cosas. India está llamada a ser el fiel de la balanza en ese sentido, aportando su peso a favor de un cambio o resistiéndose al mismo. Es claro, sin embargo, que Nueva Delhi no sólo ha venido apostando por una reconfiguración del orden internacional que otorgue mayor jerarquía a las naciones emergentes, sino que tal tendencia se ve ahora reforzada con la llegada de un Primer Ministro que explícitamente se manifiesta cercano a Pekín y distante de Washington. 

            El sólo Banco de Desarrollo Chino es una poderosa herramienta financiera alternativa a las multilaterales financieras controladas por Occidente. Únicamente en América Latina dicha institución ha prestado más que el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Interamericano de Desarrollo juntos. No obstante el 15 de julio próximo deberá oficializarse en Fortaleza, Brasil,  la creación del Banco de los BRICS con un capital inicial de 50 millardos de dólares que en cinco años deberá haberse duplicado. Su objetivo son los proyectos de desarrollo del 88%. Tanto al nivel mundial como a escalas regionales está emergiendo una nueva arquitectura institucional –económica y política- que excluye a Estados Unidos y a Europa. La misma abarca desde la Conferencia para la Interacción y la Construcción de Medidas de Confianza (CICA) hasta la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (CELAC), desde la Unión Económica Euroasiática hasta la Organización de Cooperación de Shanghái (SCO),  desde el Área de Libre Comercio del Este de Asia (EAFTA) hasta la Asociación Económica Regional Integral (RCEP). Y así sucesivamente. La más ambiciosa contraofensiva estadounidense a este tsunami -la Asociación Tras-Pacífica (TPP)- no cuenta siquiera con apoyo en la propia casa, llevando un fuerte peso en las alas al momento de su despegue. Geopolítica y económicamente se vive en un punto de inflexión. Si Occidente no asimila que ha llegado el momento de compartir espacios y de actuar con mayor humildad corre el riesgo de hacer irreversible su declive. Pronto se verá mirando desde afuera a un poderoso orden internacional del que no es parte.