Taiwan: toda una lección

La crisis desatada en Taiwan tras la ocupación de su Parlamento el pasado 18 de marzo por varios centenares de estudiantes que protestaban contra un pacto comercial suscrito por Taipei y Beijing, puso de manifiesto la extrema vitalidad de su sociedad civil. Tras varias semanas de tensión, el conflicto se resolvió de forma pacífica.

La crisis desatada en Taiwan tras la ocupación de su Parlamento el pasado 18 de marzo por varios centenares de estudiantes que protestaban contra un pacto comercial suscrito por Taipei y Beijing, puso de manifiesto la extrema vitalidad de su sociedad civil. Tras varias semanas de tensión, el conflicto se resolvió de forma pacífica.

La acción estudiantil, que desde el primer momento contó con un fuerte apoyo de la opinión pública, puso contra las cuerdas al Kuomintang (KMT), quien ostenta la mayoría absoluta en el Parlamento, lo cual le garantizaba a priori el salvoconducto preciso para ratificar dicho acuerdo firmado en junio del pasado año. Frente a la dinámica mayoría arrolladora-minoría obstruccionista, el problema de fondo evidenciado por la acción estudiantil es la legitimidad del marco de juego establecido entre la isla y el continente y el temor a que la sucesión de acuerdos deriven en un deterioro de la calidad sistémica, tanto en el orden económico como sociopolítico, y en una pérdida de soberanía efectiva.

El conocido como “Movimiento Girasol” actuó como catalizador de la desesperanza de un sector significativo de la sociedad taiwanesa que se rebeló ante la sensación de derrotismo que infundía la secuencia de acuerdos a través del Estrecho -21 desde 2008- tras la paz no firmada entre Taipei y Beijing, a los que debe añadirse ahora el reciente inicio del diálogo político.

Curiosamente, nadie en la sociedad taiwanesa puso en duda la legitimidad de los estudiantes a la hora de hacer oír su voz ante los problemas del país. Por el contrario, y de acuerdo con una larga tradición en la política china, la acción fue exaltada como demostración de su conciencia cívica, atenta tanto a las consecuencias del proceso respecto al modelo social vigente en la isla como a la preservación de su identidad política. En un segundo plano, cabe resaltar la cintura y altura de miras de la clase política para instar mecanismos de negociación capaces de resolver de forma pacífica la controversia, por fortuna convencidos de que la simple aritmética no lo resuelve todo.

De la crisis sale mal parado el gobernante KMT, tanto por ser el blanco de las iras como por la agudización de la división en sus filas, escenificada en las diferentes actitudes adoptadas por el presidente Ma Ying-jeou y el presidente de la Cámara Wang Jin-pyng, quienes arrastran una sórdida lucha desde hace años. A la guerra interna se suma la de la opinión pública, en la que va muy rezagado en un año electoral (municipales en diciembre). Lo acontecido, por otra parte, da alas a una oposición titubeante y ansiosa por arbitrar canales alternativos de comunicación con Beijing que le obligan a bajar preceptivamente la cerviz reconociendo la existencia del principio de una sola China. No obstante, la clave esencial es que la sociedad ha irrumpido en el proceso de acercamiento entre China continental y Taiwan y que el KMT ya no está solo en el proceso, avalado por su cómoda mayoría absoluta. Esto no será suficiente a partir de ahora.

En su defensa, el gobierno taiwanés argumenta que el acuerdo de comercio y servicios con China es equilibrado y probablemente lo sea. Igualmente es razonable pensar que si este proceso fracasa, los que deben seguirle para facilitar la integración de Taiwan en la región corren serio peligro. En términos generales, la sociedad taiwanesa no se opone a las relaciones con el continente ni al desarrollo de acuerdos que beneficien a ambas partes. Otra cosa es que se la ningunee.  

La vitalidad de la democracia taiwanesa sugiere una primera crisis política de alcance en las relaciones a través del Estrecho. Tanto el KMT como el Partido Comunista, que desde 2005 apostaron por el acercamiento para alejar el peligro de la independencia, estaban cómodos con el marco actual. Ahora, sin embargo, deben reformular el proceso teniendo en cuenta no solo la observación de las formalidades institucionales sino también la legitimación cívica que se alza como fiscalizadora del proceso. Si las elites a uno y otro lado podrían haber decidido hace tiempo la hoja de ruta de la reunificación con la única salvedad de vencer las reticencias de la opinión pública, lo acaecido representa una clara advertencia. Nadie podría imaginar que una eclosión como la vivida podría poner contra las cuerdas las buenas relaciones con China continental, sus respectivos aparatos y organizaciones, ambos muy poderosos. Pero el fatalismo pasó a mejor vida.

La sociedad civil es la gran triunfadora de esta crisis, aupada por una elemental receptividad gubernamental capaz de prestar atención a las inquietudes populares. Toda una lección cuando en otros lares se pretende deslegitimar toda protesta social por el simple hecho de que el derecho absoluto a gobernar de las mayorías se sustancia únicamente a través de la confrontación electoral. Taiwan, una pequeña isla apenas reconocida por 22 estados en el mundo, ha dado a todos una lección de democracia. Y ello a pesar de la indiferencia general con que en el exterior se ha vivido este episodio.