Tensiones de altos vuelos

La nueva crisis surgida entre Estados Unidos y China como consecuencia del choque en pleno vuelo entre un avión espía de la Navy y un caza Jian-8 advierte, una vez más, de las dificultades existentes para articular una relación constructiva entre ambos países después del fin de la guerra fría. A pesar de los muchos avances registrados en los últimos años, si algo comparten hoy es una mutua desconfianza y un ambigüo alejamiento basado en la sucesión de los reproches habituales y la diferente interpretación de la realidad internacional. A salvo de nuevos ingredientes, lo más probable es que la tensión actual se rebaje en los próximos días, pero dejará su rastro en la agenda bilateral de agravios.

Sucede además que el incidente se produce a escasas semanas de la conmemoración en Beijing y con todo boato, del treinta aniversario de la “diplomacia del ping-pong”, con Henry Kissinger como ilustre participante. En el brindis de honor, Chen Haosu, presidente de la Asociación de Amistad con los Pueblos Extranjeros, habló de sabiduría y clarividencia de ambos países al atreverse a dejar a un lado sus diferencias ideológicas y políticas para iniciar un diálogo inteligente e inteligible. Ese lenguaje común se va pareciendo cada vez más a un trabalenguas.

Estados Unidos es muy consciente de que en pocas décadas China podrá convertirse en una de las mayores potencias de la historia. Su emergencia como una potencia global provocará inevitablemente un aumento de la tensión en toda la región de Asia-Pacífico y modificará radicalmente el equilibrio mundial. A su dimensión territorial y demográfica, unirá su fuerza económica y protagonismo político creciente.

Para Washington, China no es un aliado en el que se pueda confiar. La lucha contra el hegemonismo constituye una de las tres grandes tareas políticas que Deng Xiaoping definió como principales para el período de la reforma (junto a las cuatro modernizaciones y la reunificación del país). Su entendimiento con Moscú se basa en esa premisa, a la que añade intereses más plausibles: sus necesidades de aprovisionamiento defensivo o el ideario compartido de la no intromisión en los asuntos internos. Su actitud durante las crisis yugoslavas, especialmente en la guerra de Kosovo, y su autonomía en el manejo de las relaciones con países “hostiles”, Irak, Corea del Norte o Libia, no pueden gustar en Washington.

En segundo lugar, el incidente llama la atención sobre las múltiples tensiones latentes en la región. Gran parte de la franja marítima de la China continental y sus proximidades constituyen una de las zonas potencialmente más explosivas del continente asiático y del mundo. Por los mares de China circula la tercera parte del comercio mundial. Se trata de una ruta de considerable valor estratégico que es objeto de codicia por todos aquellos Estados que proyectan su mirada hacia el mar. Japón no puede ignorar que por esa vía recibe gran parte de sus importaciones y el suministro energético que hace funcionar su industria. China tampoco olvida que esa franja marítima es el flanco más débil de su defensa (por mar llegaron las invasiones de Japón y de las naciones occidentales que precipitaron el país en una acentuada decadencia de la que solo ahora empieza a recuperarse). Los recursos pesqueros, las importantes reservas de petróleo y gas, avivan las tensiones con los numerosos países ribereños con quienes se disputa el control de las islas Natuna, Paracel, Diaoyu o Spratley. Por otra parte, más al Norte, el proceso de diálogo intercoreano ha sido frenado en seco por el Presidente Bush, exigiendo una nueva evaluación de toda su política para la península y menos entusiasmo de Kim Dae Jung. Ello no ha gustado en Pyongyang, por supuesto, pero tampoco en China.

Y por último, Taiwán. La colisión, inevitable o buscada, viene al pelo a Beijing para exhibir mayor dureza con Washington y dificultar la proyectada venta de armamento sofisticado a Taipei (cuatro destructores equipados con el sistema más avanzado de radar naval Aegis). El Presidente Bush debe decidir en abril próximo sobre esta delicada operación que ha irritado y mucho a los dirigentes chinos.

En clave interna, el incidente, en este caso perseguido, reflejaría la existencia de serias tensiones entre las facciones civil y militar del poder chino. Si bien según la máxima maoísta es “el Partido quien manda al fusil”, los militares siempre han tenido mucho peso en el Partido. En el XV Congreso han conservado una importante cuota de poder, pero ningún militar tiene asiento ya en el Comité Permanente del Buró Político. Sin duda, el Ejército aspira a mantener su tradicional influencia política desempeñando un papel de primer orden en el diseño y la gestión de aspectos sustanciales de la política exterior: relaciones con Taiwán o las negociaciones con Washington sobre el futuro escudo antimisiles. El momento de transición que ahora se inicia hasta el XVI Congreso (2002) es fundamental para velar las armas y condicionar el interés civil por reducir tensiones con Occidente y consolidar marcos de diálogo para seguir impulsando la modernización. A este respecto, conviene tener presente que los vuelos en esta zona son practicamente rutinarios y sus trayectos bien conocidos por ambas partes.