El PCCh se ha embarcado en una nueva campaña en busca de la virtud. Durante un año, sus órganos y militantes, especialmente en los niveles de distrito y superior, deberán proceder a un “examen de conciencia” acerca del estado de sus vínculos con la sociedad, un distanciamiento que ha sido puesto de manifiesto en los últimos tiempos en diversos estudios demoscópicos y que preocupa a sus dirigentes.
El PCCh se ha embarcado en una nueva campaña en busca de la virtud. Durante un año, sus órganos y militantes, especialmente en los niveles de distrito y superior, deberán proceder a un “examen de conciencia” acerca del estado de sus vínculos con la sociedad, un distanciamiento que ha sido puesto de manifiesto en los últimos tiempos en diversos estudios demoscópicos y que preocupa a sus dirigentes.
El tono de la campaña advierte más proximidades formales a la semántica maoísta que a la confuciana, tan propia de los tiempos de su antecesor, Hu Jintao. Ello advierte de la persistencia en lo ideológico de una doctrina que mientras en lo económico parece alejarse de sus vectores originales desplazándose hacia un mayor liberalismo, en la superestructura sigue cultivando sus señas más tradicionales.
Esta campaña es consecuencia directa de los llamamientos del nuevo secretario general Xi Jinping, ya en las primeras semanas de su mandato, para combatir la burocracia y el formalismo. Sus “ocho puntos” se orientaron a lograr una mayor cercanía a los ciudadanos y eliminar pompa y boato en las recepciones, visitas y demás, propiciando un estilo más frugal y sencillo. En teoría, no se trata solo de ahorro sino de interiorizar una mayor honestidad en el comportamiento de los funcionarios.
La invocación a las “cuatro formas de decadencia” (formalismo, burocracia, laxitud y derroche), la recuperación del concepto de “línea de masas”, los llamamientos a “servir a la gente, ser realistas, rectos y honestos”, y el mea culpa específico sugerido a los funcionarios (“mirarse al espejo, asearse, bañarse y buscar soluciones”), reflejan la preocupación de los dirigentes por la pérdida de solvencia y credibilidad ante los ciudadanos.
El resultado de estas campañas está por ver. Ni es la primera ni será la última. La primera contra el derroche y la burocracia podríamos datarla en 1951. Y las invectivas a favor de la rectificación del estilo de trabajo del PCCh fueron una constante durante la etapa maoísta, siempre entendidas como un movimiento general de educación marxista. Con independencia del saneamiento interno que pueda propiciar, los llamamientos a la virtud, a medio camino entre la liturgia y el cinismo, combinados con nuevas vueltas de tuerca a la lucha contra la corrupción, debieran acompañarse de medidas estructurales que las complementen de forma eficaz. En tal sentido, tanto la transparencia como la independencia son elementos indispensables para lograr que la supervisión y el control funcionen y el PCCh gane en credibilidad.
Si no todos los asuntos pueden resolverse a través del desarrollo económico, tampoco todos los males del funcionamiento del PCCh son resolubles a través de la promoción de un virtuosismo bienintencionado pero de dudosa efectividad, con exámenes de conciencia y movimientos de crítica-autocrítica de infausto recuerdo cuya reiteración conforme a los cánones habituales es la mejor evidencia de su más que dudoso resultado.
Ahora, no se engañen. La clave de la credibilidad radica en la percepción cívica a favor de que el sistema gobernante está a favor del bien común y no de minorías privilegiadas. Esa intuición, tan sencilla, es difícilmente manipulable y acaba abriéndose camino. Si el PCCh quiere cercanía, que piense y actúe a favor de las mayorías. Todo lo demás pudiera ser cuento. Chino o no, es lo de menos.