América Latina en el torbellino de corrientes encontradas

La globalización tiene algunos factores que la empujan hacia delante y otros que apuntan a su descarrilamiento. Entre los primeros destacan la expansión económica de China e India y de la clase media asiática. Entre los segundos sobresale el populismo y la realidad inapelable del salto tecnológico.

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La globalización tiene algunos factores que la empujan hacia delante y otros que apuntan a su descarrilamiento. Entre los primeros destacan la expansión económica de China e India y de la clase media asiática. Entre los segundos sobresale el populismo y la realidad inapelable del salto tecnológico.

Para 2050 se estima que la economía china duplicará a la estadounidense y será mayor que la de todas las economías occidentales combinadas, mientras que la economía de India igualará a la estadounidense. De su lado, el crecimiento de la clase media asiática representará para 2030 el 80 por ciento de la expansión de las clases medias a nivel global. Es en Asia donde la globalización encuentra todas las oportunidad correctas: grandes fondos de financiamiento, grandes proyectos de infraestructura y de urbanización y convicción compartida por parte de gobiernos y poblaciones sobre su importancia y sus méritos.

Sin embargo, cuando se habla de China y de Asia no sólo sale a relucir su expansión económica. También se habla de fronteras en disputa, de una geopolítica expansiva y contenciosa, de carrera armamentista, de desconfianza política y de guerras pasadas y potenciales. Apostar demasiado a esa región conlleva riesgos importantes. Es por ello, que si bien no se pueden desperdiciar sus oportunidades, tampoco se puede pasar por alto sus fragilidades.

Al otro extremo, el populismo y el desplazamiento que traen consigo las nuevas tecnologías, parecieran estar definiendo el futuro de las economías desarrolladas de Occidente. Mientras el populismo crea barreras y busca echar por tierra al orden económico globalizado, el salto tecnológico promueve un desacoplamiento creciente entre las economías desarrolladas y en desarrollo. Esto último apunta hacia un mundo desarrollado mucho más autónomo, con capacidad creciente para sustituir a la mano de obra barata del mundo en desarrollo, así como a parte creciente de su materias primas y de sus fuentes de energía.

El populismo, si bien se encuentra en medio de un fuerte ascenso, no resulta inevitable. Si las democracias liberales del Primer Mundo, sinónimo de apoyo al libre comercio, articularan su capacidad  de respuesta y adelantarán, tal como ha propuesto Macrón, una cruzada defensiva, bien podrían lograr frenar tal expansión. Las nuevas tecnologías, sin embargo, resultan un hueso mucho más difícil de roer. Su avance es sí inevitable. Sin embargo, no todas estas tecnologías se materializarán al mismo tiempo y, en algunos casos,  tardarán en hacer su aparición. Así las cosas, apostar al Occidente desarrollado luce altamente riesgoso. El populismo no se opacará fácilmente, mientras que las nuevas tecnologías si bien tardarán aún algún tiempo en hacer sentir todo su impacto, irán tomando uno tras otro y de manera indetenible los diversos sectores de la economía de aquellas sociedades.

¿Qué puede hacer América Latina bajo un escenario de tales características? ¿Cómo avanzar sus intereses y, al mismo tiempo, protegerse de los riesgos? Si bien ese es un tema que requerirá de mucho análisis, algunas propuestas tentativas podrían avanzarse.

En primer lugar, darle prioridad a Asia. A pesar de sus riesgos, es allí donde confluyen las mayores oportunidades de expansión económica y de comercio. Los gigantescos proyectos de desarrollo de infraestructuras y de urbanización allí planteados, así como el aumento exponencial de sus clases medias y de su población en general, abren inmensas posibilidades de exportación. Ello beneficiará particularmente a los productores de recursos naturales.

En segundo lugar, América Latina debe enfatizar la importancia del comercio entre sus países, profundizando la integración económica regional. Pero más allá de lo económico, la región debe articular una capacidad de reflexión y de respuesta concertadas frente a los riesgos del entorno internacional. En tercer lugar, deben abandonarse proyectos y esperanzas en el área de los servicios a distancia, dirigidos al mundo desarrollado. A pesar de que allí se vislumbraba una gran oportunidad de desarrollo, se trata de un área que perdió su futuro. Los algoritmos están dejando sin sustento a esta opción. Cuando esta ventana de oportunidad se abría, las nuevas tecnologías están tocando la puerta.

En cuarto lugar, América Latina debe afincarse en los aspectos poco ortodoxos de su idiosincrasia. Ello adquiere particular importancia en el área de la educación. En lugar de buscar adherirse a patrones occidentales convencionales, debe darse prioridad a su capacidad de improvisación y de pensamiento lateral. Reivindicar el realismo mágico se convierte en una consideración pragmática. Sólo por está vía podrá hacerse frente a la ruptura permanente de paradigmas que el salto tecnológico traerá consigo.

En quinto lugar, la región deberá dar un salto de garrocha sobre sus limitaciones actuales en todos aquellos casos que las nuevas tecnologías lo permitan. Si bien el costo en desempleo que éstas traerán será inmenso, habrá nichos donde la región pueda beneficiarse de éstas. Identificarlos es clave. En quinto lugar, y esto aplica específicamente a México, hay que lograr que el regreso desde Asia de aquellas plantas manufactureras estadounidenses propiciado por la automatización, incluya a México. Es decir que este último país sepa presentarse un eslabón útil en ese proceso de repatriación de las líneas de ensamblaje. Ello implica que la regionalización prevalezca sobre la localización

Reflexionar sobre el futuro de América Latina resulta imperioso, en momentos en que un torbellino de corrientes encontradas sacuden a la globalización y al mundo.