China: nacionalismo y globalización

            El mundo desarrollado ha pasado a moverse bajo una nueva dicotomía: apertura versus cerrazón. Es decir, apertura al mundo y a una sociedad globalizada o, alternativamente, limitación al libre comercio, rígidas barreras frente a la inmigración y desconfianza frente a lo extranjero. Desde Trump hasta el Brexit, pasando por la mayor parte de las sociedades de Europa continental, el debate político gira en torno a esta dialéctica.

Apartados xeográficos China y el mundo chino
Idiomas Castelán

            El mundo desarrollado ha pasado a moverse bajo una nueva dicotomía: apertura versus cerrazón. Es decir, apertura al mundo y a una sociedad globalizada o, alternativamente, limitación al libre comercio, rígidas barreras frente a la inmigración y desconfianza frente a lo extranjero. Desde Trump hasta el Brexit, pasando por la mayor parte de las sociedades de Europa continental, el debate político gira en torno a esta dialéctica.

            Es la confrontación entre las fuerzas de la uniformidad y la diversidad. Entre la aldea global con sus aspiraciones de universalidad y la pequeña aldea aferrada a los nacionalismos, las identidades raigales y las tradiciones. Si bien esta dicotomía se ha posicionado en el centro del debate político de las sociedades desarrolladas, su virulencia inicial se manifestó esencialmente en el mundo musulmán en las postrimerías del siglo XX. El fundamentalismo islámico reaccionó con fuerza atávica frente al modernismo evidenciado por muchas de sus sociedades y por extensión también contra sus inspiradores occidentales. La suya constituyó la más extrema de las manifestaciones en contra de un mundo abierto y se proyecta aún como una pesadilla sin final.

            Ahora bien, dentro de las diversas variables de esta dicotomía apertura-cerrazón, ninguna resulta tan original como la que se da en China. Todos podemos observar, desde luego, como ese país se encuentra sometido a las tendencias contradictorias de la globalización y el nacionalismo. Más aún ambas le proporcionan un tipo distinto de legitimidad de cara a su población. La globalización, que le ha traído inmensa prosperidad al país, se identifica con la “bendición de los cielos”. Es decir, aquella fórmula ancestral según la cual riqueza y paz son muestra de que los dioses han brindado su manto protector a los gobernantes. El nacionalismo, de su lado, no sólo se identifica con el respeto al que su historia gloriosa y su nunca superada percepción de centralidad les dan derecho, sino que es la necesaria revancha frente a dos siglos de humillaciones por parte de potencias extranjeras. El proyectar la posición prominente de la cual se consideran merecedores y el nunca dejarse humillar de nuevo por potencia alguna, son obligaciones de todo régimen que aspire a la supervivencia.   

            China, la mayor beneficiaria de una globalización que le ha permitido sacar de la pobreza a seiscientos millones de sus ciudadanos, transformarse en una de las dos mayores economías del mundo y posicionarse como el país más interconectado del planeta en términos comerciales, no puede parar esta espiral virtuosa. Su llamada iniciativa “One Belt, One Road” (que inadecuadamente podría traducirse como Una Correa, Un Camino), busca generar una gigantesca red de comercio e infraestructuras que uniría a tres continentes y mantendría en fase expansiva a la globalización.

Pero junto al anterior, Pekín persigue un rumbo paralelo. Su agresiva asertividad en el Mar del Sur de China, al cual llama su “suelo nacional azul” y del cual reclama el 80% de su extensión, no sólo lo enfrenta a varios países del Sudeste Asiático sino que lo coloca a contracorriente de la legalidad internacional. A la vez, desarrolla una armada capaz de operar en “mares lejanos”. Ello con miras a proteger sus rutas marítimas en el Océano Índico y por razones de prestigio. Para dar sustento al proyecto anterior adelanta la construcción de bases navales en diversos puntos de dicho Océano. Lo anterior coloca a China en curso de colisión directa con India y con otros países de la región.

           Esta geopolítica expansiva atenta contra las bases de sustentación de su proyecto de Una Correa y Un Camino. Más aún, la misma está propiciando la conformación de una poderosa coalición en su contra que incluiría a imprescindibles interlocutores comerciales como Estados Unidos, Japón, India y Australia. Su nacionalismo, en pocas palabras, amenaza con llevarse por los cachos a la bendición de los cielos.

            Lo inmensamente curioso del caso es que bajo la óptica china globalización y nacionalismo no se presentan como fuerzas contrapuestas, sino como manifestaciones interdependientes de una misma política estatal. Una política iniciada en tiempos de Deng Xiaoping y que éste bautizó bajo el aforismo de “agarrar con las dos manos”. En palabras de Christopher Hughes: “El mensaje central es que la ‘apertura’ se justifica no sólo en términos de elevar el nivel de vida de sus habitantes, sino porque permitirá que se materialicen los ideales nacionalistas, haciendo posible oponerse al hegemonismo…Dentro de este escenario el arte de la política consiste en obtener el debido balance entre globalización y nacionalismo” (“Globalisation and nationalism: squaring the circle”, LSE Research Online, March 2009).

            Para una cultura como la china, acostumbrada a la complementariedad de los contrarios (esencia del ying y el yang), lo anterior tendría sentido. Para ojos extraños, sin embargo, dicha política pareciera estar aquejada algún grado de esquizofrenia.