En términos generales, se podría decir que la visión desde Occidente a propósito de la transición china bien podría esquematizarse aludiendo a tres actitudes básicas: la de los optimistas, que ponen el acento en el jugoso negocio que supone la apertura de tan inmenso mercado y las posibilidades que brinda para las grandes multinacionales de los más variados sectores; la de los realistas, llamémosle así, que advierten de las rivalidades emergentes o potenciales, estratégicas o no, que entrañan numerosos riesgos para el actual orden internacional y que necesariamente tendrá consecuencias importantes al tener que hacer un hueco, que no podrá ser menor, a una potencia del tamaño de China y que se resiste a ejercer de potencia subalterna; y, por último, la de los pesimistas, temerosos sobre todo de que la actual filigrana que representa la reforma acabe por expresar su fragilidad y se transforme en caos y desorden.
Los pesimistas han perdido peso en los últimos años y tanto realistas como optimistas han acaparado gran parte de la atención. No obstante, los recientes disturbios registrados en la provincia de Henan, en el centro de China, aparentemente iniciados por un suceso tan banal como un accidente de tráfico, han disparado, como si de un crisol se tratara, algunas alarmas. Los enfrentamientos entre musulmanes hui y los chinos han han producido numerosos muertos y heridos, cifras que varían según las fuentes, como ya es habitual al hablar de disturbios en China, ante la poca credibilidad de las informaciones oficiales y las dificultades fácticas para conocer la verdad o algo que se le aproxime con un mínimo de exactitud.
En Taiwán, que como Japón alberga a muchos pesimistas, Joseph Wu, presidente del Consejo para Asuntos de China continental, recordaba que un reciente informe del Washington Post cifraba en 58.000 las manifestaciones públicas de descontento que han debido soportar las autoridades chinas durante el pasado año, advirtiendo sobre los riesgos que ello entraña en una doble dirección: por la pérdida de control de la situación que afectaría gravemente a la estabilidad, preocupación número uno del PCCh que rápidamente ha dispuesto la imposición de la ley marcial en la provincia; y por la tentación nacionalista como medio recurrente para galvanizar a la opinión pública y asegurar la solidaridad social con el gobierno.
Pero lo que realmente pone de manifiesto este episodio y otros muchos de corte similar es quizás que la reforma se adentra cada vez más en territorios de suyo muy complejos y que afectan al manejo de asuntos clave en la modernización del país. Me refiero, tanto al problema de las minorías nacionales, como a los múltiples déficit sociales de la reforma. En cuanto al primero, es evidente que la actual estructura político-administrativa se mostrará cada día más insuficiente para dar respuesta a las demandas de estas colectividades, con capacidades de decisión muy minorizadas, digámoslo así, en relación a sus expectativas y necesidades. Pero China mira más a la unificación del país que a la vertebración de una nueva lealtad, posible o imposible ya se verá, entre estas minorías y el proyecto modernizador que sin este apéndice, por otra parte, será abiertamente incompleto.
En cuanto al segundo, es de sobra conocido el efecto desequilibrador de la reforma, tanto en lo territorial como en lo social, caldo de cultivo idóneo, muy especialmente en el campo, por la gravedad de sus carencias, aunque también en el medio urbano el rostro de la pobreza es más común hoy día, si bien menos peligrosa en términos de proyección política que la manifestada en el medio rural, asediado por un estancamiento perceptible y la falta de avances en lo que se refiere a los parámetros esenciales de lo que aquí llamamos bienestar y en el lenguaje de la reforma, índices de una vida modestamente acomodada. La riqueza ha crecido ““y crece”“ demasiado rápido para algunos, mientras que lo social se ha quedado muy atrás.
El Partido Comunista de Chino es mucho partido, dispone de una gran militancia y su fuerza llega a muchos rincones; tiene a su servicio un aparato de seguridad fiel y poderoso que le puede ayudar a manejar situaciones de crisis; pero las dificultades para controlar la información y para aplicar políticas que acerquen a los ciudadanos esa “prosperidad común” de la que a Hu Jintao tanto le gusta hablar, pueden granjearle muchos problemas en los próximos años. Sin un poco de atrevimiento y ambición en lo político ““como promovieron en lo económico”“, los riesgos pueden aumentar significativamente.
Es verdad que la inmensa mayoría de la sociedad china percibe la bonanza general que la política de reforma ha reportado a todos y ello, sobre todo en un país que tanto ama la historia y que dispone de una memoria de elefante para sus tragedias internas, ejerce de poderoso amortiguador en las situaciones de crisis; pero la proliferación de las desigualdades está adoptando tintes irritantes y, por ello mismo, peligrosos. Harían mal en confiarse y no ponerle urgente remedio.