La emergencia económica de China plantea importantes desafíos a nivel global pero, muy especialmente, a escala regional. Las proyecciones de su creciente poderío en el ámbito político, energético o en materia de seguridad, generan preocupación e incertidumbres por las dificultades que implica la gestión de tan significativo cambio en un contexto siempre delicado e incluso agravado por la nueva dimensión nuclear de Corea del Norte: ¿Habrá un líder regional o varios? ¿Cómo serán las relaciones entre los principales países del área?
En Asia podemos distinguir cuatro grandes espacios: Asia central, Asia oriental, Asia meridional y el Sudeste Asiático(1). En ese entorno coinciden tres grandes países: además de China, Japón e India. Por otra parte, debemos tener en cuenta la importancia de los intereses de Rusia, potencia en retirada, y, sobre todo, de EEUU. A mayores, no debemos olvidar que en esta parte del mundo, una de las áreas geoestratégicas más importantes, las secuelas de la guerra fría son aún una realidad en contenciosos como el que enfrenta a las dos Coreas o a China y Taiwán, con conflictos largamente enquistados como el que enfrenta a India y Pakistán u otros de importancia no menor, como los marítimo-territoriales que enfrentan a China con Japón y buena parte de los países del sudeste asiático. Así pues, el dinamismo económico de esta región asienta, en términos objetivos, sobre un autentico polvorín que no encuentra, a sensu contrario, plataformas de seguridad que ayuden a mitigar los conflictos.
El equilibrio entre las potencias de la zona reposa principalmente en políticas tradicionales de seguridad nacional (China), en alianzas bilaterales (Japón) y, secundariamente, en organizaciones multilaterales del tipo de seguridad cooperativa. No ha habido en Asia un proceso similar al de Helsinki porque en Asia no ha funcionado la bipolaridad, ni zonas de influencia reconocidas, ni de aceptación del statu quo político o territorial(2). Tampoco después de la guerra fría se ha evolucionado del todo hacia un sistema propiamente asiático sino que se ha ido fraguando un sistema multidimensional, a la vez nacional (Estados), bilateral (EEUU), intra asiático (ASEAN), transpacífico (ASEAN, ARF) y global (ONU, AIEA).
China y Japón: desconfianza, diálogo y pragmatismo
Globalmente podíamos decir que la relación sino-japonesa se ha ido construyendo en base a una desconfianza reciproca inicial, a menudo escondida en una amistad de fachada. El pasado militarista de Japón, las atrocidades cometidas durante la Segunda Guerra Mundial, simbolizadas por la masacre de Nanjin (1937), la publicación reiterada en Japón de obras revisionistas en esta materia, la alianza con EEUU y la presencia de bases y tropas estadounidenses en el archipiélago constituyen los principales factores de desconfianza del lado chino. Del otro lado, el miedo a la multitud y a un eventual caos sociopolítico, el propio régimen comunista y sus derivas, del maoísmo a la represión en Tiananmen en 1989, la amenaza militar que exhibe en el estrecho de Taiwán, el creciente poder de China en el plano comercial e industrial y las consecuencias directas que este fenómeno determina para las empresas y la sociedad, inquietan a las autoridades japonesas(3).
La percepción que los chinos tienen de Japón es muy mitigada y las reacciones pueden calificarse de globalmente poco receptivas, incluso pudiendo llegar a ser hostiles. A los dosieres históricos hay que sumar las posiciones distantes de sus respectivas opiniones públicas, especialmente la japonesa, muy crítica con la actuación de la diplomacia de su país en relación a Beijing. A pesar de ello, a nivel oficial existe la voluntad de preservar las relaciones de amistad y buena vecindad(4). Se trata de una necesidad realista, animada por la atracción de la sinergia que existe entre los dos países y que, aún queriéndolo, no pueden evitar.
La normalización de las relaciones diplomáticas entre ambos Estados se remonta a 1972, con la posterior firma de un tratado de amistad y cooperación en 1978, inscrito en un contexto caracterizado por la voluntad de establecer una alianza trilateral contra-natura para oponerse al poder soviético, acicalado con el deseo común de contribuir al desarrollo de China para asegurar la estabilidad y la seguridad en la región.
Así pues, la desconfianza convive con el diálogo y el pragmatismo. China, no obstante, observa con inquietud los cambios que se van produciendo en la política nipona, especialmente desde comienzos de los años noventa, en que va creciendo la reivindicación de una política exterior más ambiciosa y una reafirmación de la identidad japonesa, un nacionalismo ascendente que también se formula en clave antichina(5). En paralelo, después del 11S, los debates públicos en torno a la defensa y a la política que en este sentido debería aplicar Japón muestran que están cayendo los tabúes que pesaban tanto sobre el Ejército (Fuerzas de Autodefensa) y su papel, como también sobre el uso de la fuerza. Incluso ha resurgido abiertamente el debate sobre la posesión del arma nuclear con un impacto psicológico muy fuerte en el lado chino, que es correspondido por las autoridades japonesas con prudencia y abundantes explicaciones a fin de no dañar las relaciones bilaterales.
La combinación de un debate sobre cuestiones de seguridad, necesario pero inexistente hasta hace muy pocos años, y crispaciones identitarias que son la consecuencia de una década de crisis económica y política, conducen inevitablemente a percepciones globalmente negativas de parte de China. En Beijing se toma buena nota del presupuesto de defensa de Japón, segundo del mundo después de EEUU, de la modernización de sus Fuerzas de Autodefensa (FAD) que recurren a las más modernas tecnologías y que alimentan las sospechas chinas sobre los objetivos reales perseguidos por Tokio. El temor a una remilitarización excesiva del archipiélago se refleja en los editoriales de los principales medios de comunicación de China(6).
China no ha criticado el envío de unidades de las FAD a patrullar las aguas del océano Índico porque se inscribía en la lucha mundial contra el terrorismo, pero ha apelado a la prudencia de Japón y recordado que cualquier paso en ese sentido es motivo de preocupación entre sus vecinos. Ahora, en Irak, y por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, sus tropas participan en un conflicto abierto. Beijing insiste en que Japón debe permanecer como un Estado pacífico y que bajo ningún pretexto debe adoptar una política de defensa ofensiva.
Por otra parte, la estrategia japonesa en materia de cooperación en el dominio de la seguridad parece ajustarse cada vez más desde la Guerra del Golfo de 1991. Los esfuerzos realizados por Tokio para ser tenido en cuenta en las cuestiones de seguridad del Sudeste asiático testimonian una voluntad estratégica de no dejar desarrollar a China una verdadera esfera de influencia en la región, o, al menos, de no dejarla reinar sola. Los diálogos oficiales sobre cuestiones de defensa que ha iniciado en la zona son interpretados por Beijing como auténticos paliativos para acompañar la emergencia de China, tendencia igualmente temida por sus vecinos(7).
La actitud de Japón es consecuencia de su interrogación sobre la dirección que emprenderá China en el futuro inmediato. Las cuestiones son múltiples: ¿su desarrollo económico favorecerá el pluralismo político y una mayor liberalización de la sociedad china? ¿será capaz de reducir las disparidades regionales? ¿tiene ambiciones globales? ¿cómo resolverá la cuestión de Taiwán? Precisamente, la manifestación más plausible de la amenaza militar china se materializa en el estrecho de Taiwán, pero los analistas nipones consideran que su capacidad militar está aún muy por debajo de sus ambiciones. Japón está más preocupado por una hipotética descomposición de China que provocaría una inestabilidad regional mayor y acentuaría los flujos migratorios de forma exponencial, que por una amenaza militar directa.
Por último, la incursión regular de barcos de pesca o de equipos de la Marina china en aguas territoriales japonesas constituye otro punto habitual de tensión entre los dos países. Beijing argumenta que las misiones de los navíos tienen carácter científico y en 2001 han alcanzado un principio de acuerdo que regula un código de buena conducta, no siempre respetado.
En conjunto, las amenazas en términos de seguridad percibidas por una y otra parte, son potenciales y a largo plazo. El diálogo estratégico entre los dos países es débil por diversas razones: ausencia de frontera común, bloqueo psicológico chino cuando se trata de hablar de seguridad y defensa con Japón, alianza de Japón con EEUU que impide que cualquier otro diálogo pueda ir muy lejos. Los niveles de cooperación e intercambio que existen con otros países de la región, no son posibles entre Japón y China. La presencia de embarcaciones japonesas en un puerto continental sería todavía dolorosamente percibida por la población china.
Esta debilidad del diálogo sobre cuestiones de defensa hace de Japón el eslabón débil del triángulo China-Japón-EEUU, largamente asimétrico. La prioridad de China es EEUU, y Japón queda relegado a una posición de segundo rango, mientras que Japón considera esencial su relación con el aliado estadounidense, pero siempre valorando a China como un vecino de primer plano.
En la evolución de las relaciones sino-japonesas caben dos escenarios fundamentales. O el aumento de la importancia de los intereses comunes que primarían sobre los conflictos latentes; o la intensificación de la rivalidad que anularía los elementos positivos de la relación. La consolidación de la amistad o el decrecimiento de los puntos de fricción dependerá de la buena voluntad de los dirigentes respectivos de los dos países. En ello puede influir el hecho de que China no pueda renunciar a las inversiones japonesas para proseguir el proceso de modernización. Por otra parte, Hu Jintao, presidente del país y secretario general del Partido Comunista de China, parece disponer de una actitud más favorable hacia Japón que la manifestada por su antecesor, Jiang Zemin. Una mayor integración regional bien podría contribuir a atenuar las tensiones bilaterales. La visita de Shinzo Abe a Beijing en octubre de 2006 puede iniciar un cambio de rumbo(8).
India: ¿tiempo de desbloqueo?
En apariencia al menos, todo separa la democracia hindú del régimen de la República Popular China, ello a pesar de compartir un similar peso demográfico, si bien lo que a menudo es percibido como un factor de potencia en China, aparece por el contrario como un signo de subdesarrollo en India. En revancha, en términos de imagen, al haber aceptado firmar el Tratado de prohibición completa de los ensayos nucleares en 1996, China es percibida cada vez más como una potencia responsable mientras que, al rechazar sumarse al Tratado, India figura como un elemento perturbador.
Los desequilibrios entre ambos países son indiscutibles, especialmente en lo que se refiere al dinamismo económico de las dos últimas décadas, si bien en la última, la aplicación de programas de reforma por parte de Nueva Delhi ha venido mostrando una convergencia de las tasas de crecimiento indio y chino. Esa convergencia no implica, sin embargo, un automatismo en la aproximación entre ambas capitales, e incluso podría llegar a convertirse en un factor de disensión entre ambas. Al iniciar una política de reformas “a la china” o insistiendo en sus ensayos nucleares, India plantea un desafío a Beijing y le obliga a reflexionar o reconsiderar sus prioridades estratégicas.
Es a finales de los ochenta cuando se inicia un proceso de aproximación entre China e India sobre la base de conceder la prioridad máxima al desarrollo económico, que se había convertido, según la visión de ambos países, en la principal fuente de potencia. La desintegración de la URSS, tradicional aliado de India, provocó la reconsideración del 80% de las fuerzas chinas que estaban dispuestas para afrontar su contencioso bilateral, alterando el sistema de equilibrio existente en Asia entre India, China, Pakistán y la URSS, liberando por reacción las ambiciones chinas(9).
En este período, China emerge para India como una de sus principales preocupaciones estratégicas. Es en parte contra China contra quien se ha desarrollado el programa nuclear indio y así se puso de manifiesto en las explicaciones públicas y privadas ofrecidas por las autoridades para justificar sus ensayos. El sentimiento de aislamiento y de inseguridad de India respecto a China se encuentra reforzado por la postura que la República Popular asume en el escenario internacional y por los lazos privilegiados que parecen unir ““y complicar- los destinos de EEUU y China.
El programa nuclear militar indio tiene por objetivo sustancial restablecer un equilibrio de fuerzas considerado muy desigual por Nueva Delhi, en particular a raíz del traumatismo vivido después de la derrota ante las fuerzas chinas en 1962. En este contexto, la decisión de dar el salto hacia la nuclearización en 1998 ha estado motivada igualmente por la impresión de que, ante ese entendimiento se diría que inevitable entre China y EEUU, India no tenía mucho que perder. Al contrario, podría incluso ganar algo de peso, como China había podido hacerlo también en el pasado. Por lo demás, esta voluntad de equilibrar las fuerzas en presencia ha sido bastante bien comprendida en la región, incluidos buena parte de los estrategas japoneses que consideran que si la opción nuclear está prohibida para Japón, no es mala cosa que la República Popular China deje de ser la única potencia nuclear en Asia.
El debate nuclear, no obstante, no impide que pueda producirse un relanzamiento de las relaciones bilaterales, esta vez sobre una base más igualitaria. Verdad es que China ha intentado vertebrar la condena de las demás potencias nucleares para tratar de mantener la congelación del programa nuclear indio al nivel actual que no supone una amenaza, pero también que se encontró con una tímida comprensión de algunos de los socios del club nuclear ante la situación de India. En cualquier caso, pese a las presiones exteriores, India ha dejado claro que no abandonará sus esfuerzos para desarrollar las capacidades nucleares hasta alcanzar un nivel de disuasión mínimo creíble y juzgado indispensable contra China. Ello a pesar de que oficialmente, India afirma no querer involucrarse en una carrera de armamentos con China, en especial en materia de cabezas nucleares. La posición de India puede verse favorecida por las fluctuaciones del entendimiento China-EEUU, que alternan entusiasmo y decepción, y en el que las supuestas ventajas estratégicas que puedan parecer alcanzadas en un determinado momento, pueden evaporarse fácil e inmediatamente en un contexto internacional tan fluido como el que se vive actualmente. Por otra parte, debemos tener en cuenta que Pakistán ha logrado el compromiso de China para la construcción de seis centrales nucleares. A la vista del reciente acuerdo entre EEUU e India para el desarrollo de la energía nuclear con fines civiles, Islamabad dirige su mirada hacia Beijing.
También en el orden de los diferendos que separan a India y China, es obligado mencionar los apoyos consagrados por Nueva Delhi a las reivindicaciones tibetanas e incluso a las tesis avaladoras de un Taiwán independiente y democrático, que afectan a la causa “sagrada” de la unificación china, provocando gran irritación.
En cuanto a los factores que pueden facilitar el acercamiento entre ambos países conviene citar los siguientes:
a) En primer lugar, la evolución política de la posición china en relación al contencioso de Cachemira. Beijing ha venido observando de cerca y con inquietud las consecuencias de las acciones más o menos controladas de las fuerzas paquistaníes en la región y los graves incidentes armados que se reiteran con conocida asiduidad. Son de dominio público los estrechos lazos que la República Popular China desea mantener con Pakistán, especialmente en el dominio militar, pero su apoyo en este conflicto es cada vez más discreto y calculado. Con el propósito de conservar las ventajas de un juego triangular que siempre le ha reportado beneficios, hoy parece que China está más inquieta por la rápida degradación de la situación interna en Pakistán y en particular por el ascenso de la influencia del islamismo radical. En este contexto, si China ha venido apoyando desde hace tiempo las posiciones paquistaníes sobre Cachemira, esta actitud ha evolucionado progresivamente para tomar en consideración más centralmente el potencial desestabilizador de este foco de tensión en la región, y sobre todo en su provincia de Xinjiang. Es en este contexto que emergen las divergencias en las prioridades de Islamabad y Beijing.
b) En segundo lugar, la fuente principal que puede explicar y facilitar la mejora de las relaciones entre India y China radica en el mismo rechazo de la visión unipolar del mundo, centrado en torno al campo occidental y su núcleo duro estadounidense. Ambos países han desarrollado frente a EEUU un mismo discurso a favor de la multipolaridad y el rechazo del unilateralismo.
¿Coyuntural o estructural este acercamiento? Si hubiéramos de tomar en consideración las relaciones de fuerza entre ambos países, nos quedaríamos con dos potencias competitivas entre las cuales no existe ninguna complementariedad sustancial susceptible de asegurar más solidamente una verdadera alianza. La aproximación responde principalmente a una voluntad china motivada por la evolución de la situación internacional, pero enfrenta considerables desafíos que matizan su viabilidad.
India desea ver su estatus reconocido en su justa medida por la comunidad internacional, y muy particularmente en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU, reclamación que pone en causa la supremacía de la República Popular China, único país asiático que disfruta de un asiento permanente, y que por tanto no acepta en la medida en que afecta a uno de los principales objetivos de su política exterior que consiste en preservar y consolidar el estatus de superpotencia al que cree tener derecho. Los esfuerzos desplegados por India para mejorar su posición en el nivel regional son igualmente considerados con inquietud por China que considera Asia como una zona de su tradicional influencia y en donde la emergencia de nuevos polos de poder competitivos no puede ser tolerada. India debe permanecer acantonada en un nivel estrictamente subregional. Por ello, cualquiera que sean las diferencias que puedan existir o surgir con Pakistán, ambos países comparten un interés estratégico común contra la emergencia de una potencia india en la zona.
En suma, las relaciones sino-indias constituyen un buen indicador de los principios que rigen la política exterior de Pekín(10). Cuando los estrategas chinos pensaban disponer de una oportunidad relativamente cómoda para consagrarse totalmente a la difícil causa de la reconquista del territorio nacional y al incremento de su influencia en toda la región, los ensayos nucleares indios y la afirmación de potencia que llevan implícitos, han venido a poner en causa sus mayores certidumbres. Pero incluso en ese escenario, las autoridades chinas, que habían creído disponer de una mayor capacidad para actuar e influenciar a sus adversarios, han dado muestras de gran capacidad de adaptación y de un gran pragmatismo. No pudiendo evitarlo, China ha afirmado su intención de tener en cuenta a la India y restablecer con ella relaciones menos conflictivas. Pero, al igual que con EEUU, a sabiendas de que sus alianzas serán de naturaleza circunstancial y matizando toda verdadera integración en el seno de un sistema regional que no pueda controlar del todo.
El papel de EEUU
Desde la Segunda Guerra Mundial, EEUU persigue en la región de Asia-Pacífico dos objetivos estrechamente ligados: la seguridad de la zona y su dominio incontestable sobre una parte del mundo que consideran de suma importancia estratégica(11). Al acabar aquel conflicto, justo es reconocer que resultaba imposible establecer, como en Europa, un consenso entre las naciones asiáticas. Era tal la diversidad de culturas y de intereses históricamente encontrados que cualquier estructura colectiva resultaría difícilmente organizable. Eso explica el carácter esencialmente bilateral de las alianzas, pactos y tratados, establecidos por EEUU con sus socios en los años siguientes, cuyo objetivo consistía en enervar toda posibilidad de amenaza que pudiera surgir de países como China o Corea del Norte. Por otra parte, una presencia militar significativa, estacionada en Japón y Corea del Sur, se encargaba de dar consistencia al orden impuesto en la región. Esa superioridad evidente aseguraba el dominio geopolítico y estratégico en esta parte del mundo.
En conjunto, el dispositivo estadounidense en Asia se está reforzando, sin que la reacción de China, al menos en apariencia, sea manifiesta o sensible. Beijing tiene necesidad de estabilidad durante un cierto tiempo por varias razones. En primer lugar, internas. El cambio económico y social que está promoviendo enfrenta importantes dificultades y exige no actuar con precipitación, también en lo que atañe a la política exterior, asegurando la estabilidad. La organización de los Juegos Olímpicos de 2008 es un acontecimiento que marcará la verdadera entrada de China en el concierto de las naciones. Y dos años más tarde, Shanghai acogerá la Exposición Universal.
Desde el punto de vista externo, debemos tener en cuenta que China tiene aún necesidades considerables de acceder a tecnologías avanzadas, que procura satisfacer en el marco actual de cooperación establecido con Washington. El mercado estadounidense es, por otra parte, uno de los más ventajosos del planeta para sus exportaciones. Todo ello facilita no solo la adhesión formal al discurso antiterrorista de la Administración Bush, sino también el aún deliberadamente bajo perfil de su actitud exterior, regional e internacional. EEUU juega también esta partida, aparcando los temas sensibles y polémicos, si bien insistiendo cada vez más en imponer medidas de transparencia que le permitan seguir de forma cabal la evolución del dispositivo militar chino.
El rápido desarrollo de la República Popular China impone a EEUU la necesidad de definir el estilo de las relaciones a establecer, pero por el momento, en su política exterior no parece del todo claro que predomina, si la rivalidad o la asociación, variando la preeminencia de una o de otra, según el caso(12). Y esa misma perspectiva predomina en la posición de los dirigentes chinos, más allá de la consigna de evitar los enfrentamientos y animar las inversiones. Esta actitud se explica, una vez más, por la prioridad concedida al desarrollo. Las autoridades chinas son conscientes de que EEUU es su principal socio e interlocutor, capaz de aportar lo esencial de las inversiones y de las transferencias de tecnologías, su principal cliente, así como la principal voz en las grandes decisiones relacionadas con préstamos o con financiamientos internacionales.
Pero que piensa EEUU respecto de cual es su adversario potencial principal en Asia oriental: si Japón o la República Popular China? Desde el punto de vista geopolítico, resulta claro que China. Pero desde el punto de vista geoeconómico, parece más claro que Japón.
La supuesta amenaza china permite justificar la presencia de EEUU en Asia y además erigirse en árbitro de las relaciones sino-japonesas. Dejarán Beijing y Tokio que Washington asuma esa posición de árbitro en la región? Los asiáticos tienen la tendencia a pensar las relaciones internacionales en términos de jerarquía, no en términos de equilibrio de fuerzas o de igualdad de Estados. Es lo que explica fundamentalmente el antiguo sistema de relaciones tributarias con el Imperio chino.
Pero la situación no está cerrada del todo. Tampoco puede excluirse que EEUU juegue con China o con Rusia contra Japón(13), o con los antiguos adversarios comunistas (Rusia y Vietnam) contra sus antiguos socios (Japón y China). Por el momento, el retroceso de Rusia en Eurasia y el repunte de China en Asia-Pacífico orientan la política y la estrategia estadounidense. Pero reivindicando una posición de árbitro entre las potencias o garantizando la estabilidad en la península de Corea (en detrimento de la unificación) y en Taiwán (en detrimento del reconocimiento de la soberanía), Washington parece poner fin a la racionalidad estratégica de las alianzas y los alineamientos surgidos de la guerra fría, que le aseguraban el liderazgo. Cualquiera que sea la estructura de la seguridad en Asia-Pacífico, no va a estar determinada por una red de alianzas bilaterales de matriz estadounidense y dirigidas contra un adversario identificado, ya sea Beijing o Moscú, sino por un sistema multipolar en el que EEUU percibe tener la balanza y la capacidad de responder a todas las amenazas a través de un dispositivo militar readaptado.
Desde comienzos de los años noventa, Japón ha ido elaborando un discurso nuevo acerca del papel que podría desempeñar en materia de seguridad regional e internacional. Este discurso, que incluso podría considerar oportuno su gran aliado estadounidense, también tiene su eco en otros países asiáticos, que ven en el la oportunidad de consagración de un nuevo actor que pueda equilibrar la creciente influencia de China en la región.
Obviamente, EEUU no desea favorecer la reconstrucción de un polo de poder militar independiente, pero si obtener la participación en el reparto de responsabilidades en términos de apoyo logístico y financiero, además de los subsiguientes pedidos en materia de compra de equipos y material de guerra. Todo ello favorece el lento retorno de Japón a la condición de potencia(14).
Este nuevo entendimiento Japón-EEUU, que puede cambiar la naturaleza de la cooperación defensiva entre ambos países, provoca vivas reacciones en la República Popular China para quien la función primera de esa alianza es “contener” a Japón y no proporcionarle los medios de legitimar sus aspiraciones a desempeñar un mayor papel en la seguridad regional. En estos momentos, el nivel tecnológico de las fuerzas marítimas y aéreas japonesas, sostenido con una industria de armamento ambiciosa, les coloca en el primer lugar de las fuerzas convencionales de Asia. Pero no dispone aún de verdaderos vectores de proyección de potencia: misiles, cazabombarderos, portaaviones, que sería perfectamente capaz de construir.
China ante el regionalismo
A pesar de que las instituciones y la interdependencia económica regional están jugando papeles cada vez más importante en el mantenimiento de la paz en Asia, el panorama de la seguridad regional sigue moldeado en buena medida por el pensamiento y la práctica del equilibrio de fuerza, en donde el poderío militar ostenta una consideración central(15).
La ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático) ha sido tomada como ejemplo de la capacidad regional para disponer un diálogo que ha permitido la creación de instituciones económicas y de seguridad regional más amplio, robusteciendo la interdependencia y la integración. Pero aún siendo esto cierto, la verdad es que la fuerza, el poderío militar, no ha perdido del todo su significado.
Rechaza también Beijing toda multilateralización de sus contenciosos territoriales, insulares o marítimos, y prefiere negociaciones bilaterales de Estado a Estado en las que se encuentra en posición de fuerza. Para participar en el ASEAN Regional Forum ha impuesto las condiciones siguientes: en lo concerniente a China no son materia del Forum, las medidas de confianza y seguridad como intercambio de informaciones militares, inspección o registro de transferencias de armas están igualmente excluidas. La razón principal que ha llevado a China a ser miembro del club de potencias de la AIEA es la percepción del carácter amenazante de la proliferación nuclear: si Corea del Norte adquiere el arma atómica ““como así ha sido-, Taiwán y Japón estarían tentados de seguir su ejemplo.
Tokio no se encuentra aún en el momento de apostar por una verdadera estructura de seguridad multilateral regional, en función del rechazo persistente de institucionalizar las discusiones y consultas sobre las cuestiones militares. Las reticencias de China al respecto son importantes porque, en primer lugar, se adhiere a una estrategia realista según la cual la interdependencia, las alianzas o las organizaciones multilaterales comprometen la seguridad nacional limitando la soberanía y la libertad de acción. Además, desconfía de las medidas de control de armas y de la transparencia militar que si bien pueden ayudar a mejorar la imagen de China y aligerar las percepciones, acertadas o no, relacionadas con la supuesta amenaza china, agrandarían la vulnerabilidad de su modesto arsenal nuclear y podrían revelar el carácter anticuado de sus equipos.
La cooperación ha progresado con el impulso principal de las reuniones anuales de líderes, escenario privilegiado para propiciar diálogos multilaterales y consultas oficiales sobre temas regionales, sean éstos inmediatos o a largo plazo. Los temas versan sobre la situación económica general, la política macroeconómica, el desarrollo subregional, la estabilidad política y la seguridad. Existen en total cuatro carriles de reuniones de líderes: ASEAN 10, ASEAN 1 (China, Japón y Corea del Sur, cada uno por separado), Noroeste Asiático (China, Japón y Corea del Sur), y ASEAN más 3. Cada grupo se identifica con sus propias prioridades para establecer la agenda de discusión.
Las reuniones ministeriales ““incluyendo los ministros de relaciones exteriores, comercio y finanzas- tienen dos funciones primordiales: preparar la agenda para las reuniones de los líderes y discutir aspectos relevantes que afectan al desarrollo regional. El diálogo sobre las políticas macroeconómicas es una de las áreas más importantes (la cooperación financiera basada en la Iniciativa Chiang Mai ““lugar de Tailandia donde tuvo lugar la reunión- fue discutida y acordada en una reunión de este nivel).
Además de las reuniones de funcionarios superiores destinadas a la preparación de las agendas de trabajo, también funcionan grupos de estudio y foros funcionales como el Grupo de Estudios o el Grupo de Visión, el Foro Industrial y Comercial. Y todas estas actividades están siendo consolidadas en torno al proceso llamado TPT, un proceso hoy expansivo y que con la ASEAN cumpliendo el papel específico de puente entre unos países y otros, afianza el marco cooperativo.
Después del ingreso en la OMC, China se ha vuelto más activa en el ámbito del regionalismo, si bien con un perfil no del todo claro: conservador en unas áreas y entusiasta en otras. Adelantado y dispuesto en relación a la ASEAN, pero más timorato en relación a Japón o Corea del Sur, o plenamente entusiasta en relación a Asia Central (Organización de Cooperación de Shanghai). A mayores, tampoco ofrece especial devoción en el ámbito de las instituciones regionales sobre asuntos políticos y de seguridad, debido a su particular enfoque sobre la complejidad de la cuestión en sí y sobre los posibles efectos secundarios en relación a Taiwán.
Por lo que respecta a India, su influencia en la zona es muy marginal y la fuente de desacuerdos bastante prolija. En el ámbito geopolítico es, sin embargo, la única potencia regional capaz de contrarrestar la consolidación de China como potencia e implicarse en la seguridad de los estrechos. Vietnam así lo ha entendido al autorizar a la flota india el uso de algunas instalaciones en la antigua base soviética de Cam Rah. La rivalidad de India con China es secular, pero la lógica actual impone un acercamiento.
Conclusión
En suma, pues, China acrecienta su papel como actor político regional. Es el motor propulsor de la Agenda de Asia Oriental y su voz en las organizaciones multilaterales es cada día más notoria, aspirando, en algunos casos, a desempeñar el papel de árbitro entre los países del continente, lo que le asegura influencia sin grandes esfuerzos.
Pero puede que China no llegue a ser nunca un líder regional en sentido clásico, si no traslada su capacidad económica al ámbito militar. Pese a lo que muchas veces se le critica, China no parece darle excesiva importancia al factor militar ni tampoco comprometerse ni con el imperialismo ni con el unilateralismo, aspectos ambos indisociables de cualquier aspiración hegemónica. Beijing parte de la idea de que lo económico dominará cada vez más el discurso en el sistema internacional. Y por otra parte, el coste de la hegemonía parece inasumible hoy día para una sola economía.
Los países del sudeste asiático, donde crece gradualmente el poder de los chinos étnicos, ya no ven a Japón como el posible líder regional. Pero los países con economías similares a la suya y centradas en la exportación lo consideran un competidor y abrigan dudas sobre sus intenciones. Para algunos, el desafío económico se complementa con la amenaza cultural y militar. China intenta calmar estos cálculos con su teoría de la emergencia pacífica. China insiste en que su crecimiento no se hará a costa a de otros países y que todo son oportunidades y no amenazas en su desarrollo. Los chinos quieren levantarse tranquila y suavemente, pero queda la interrogante de si cambiarán de idea cuando lo logren. Para otros, no hay duda de que se comportará consciente de su poderío y de la no necesidad de imponerse.
La emergencia de China como actor internacional es un problema para EEUU si aspira a convertirse en un polo de desarrollo independiente y que pueda llegar a disputar su poder hegemónico a nivel global. No obstante, el crecimiento chino tiene sus debilidades y EEUU sabrá explotarlas. El mayor problema puede centrarse en la disputa por los recursos energéticos.
Washington, por último, tiene el problema de cómo equilibrar las relaciones entre Japón, su aliado en Asia, y China, una potencia regional en ascenso. La competencia entre Tokio y Beijing se refiere a las inversiones, recursos energéticos e influencia política. El poder militar de China es visto con desconfianza por Tokio, además de las disputas territoriales que enturbian las relaciones. La competición entre ambos parece clara, y nunca ambos se habían vuelto poderosos al mismo tiempo en Asia, lo que obliga a buscar fórmulas de equilibrio que proporcionen cierta estabilidad. El cambio en el equilibrio de poder entre China y Japón también obliga a EEUU a pensar en un reajuste de su política asiática, hasta hoy centrada en la identificación de Japón como centro neurálgico.
Notas:
(1) Una visión general puede obtenerse en: Ruiz, Claude (ed.), Lâespace Asie-Pacifique, Bréal / H&K, 2003; y en Soppelsa, Jacques, Géopolitique de lâAsie-Pacifique, Ellipses, 2001. También Rottermund, Harmut O., Delissen, Alain, Gipouloux, François, Markovits, Claude, Thê Anh, Nguyên, LâAsie Orientale et Méridionale aux XIXe et XXe siècles "Chine, Corée, Japon, Asie du sud-est, Inde, París, PUF, Nouvelle Clio, 1999.
(2) Ver : Yahuda, Michael B. (ed.), The International Politics of the Asia Pacific " Since 1945, London, Politics in Asia, 2002, p.336.
(3) Hilpert, Haans G. & René Haak (eds.), Japan and China "Cooperation, Competition and Conflict, Basingstoke, 2002, p.288.
(4) Rose, Caroline, Sino-Japanese Relations "Towards a Future-oriented Diplomacy, London, 2003, p.256.
(5) Wilson, Sandra (ed.), Nation and Nationalism in Japan, London, 2002, p.240.
(6) Austin, Greg & Stuart Harris, Japan and Greater China-Political Economy and Military Power in the Asian Century, Honolulu, 2001, p.320.
(7) Miyashita, Akitoshi, Japanese Foreign Policy in Asia and the Pacific "Domestic Interests, American Pressure, and Regional Integration, Basingstoke, 2002, p.224.
(8) Ríos, Xulio, China y Japón: ¿borrón y cuenta nueva?, en www.politica-china.org.
(9) Carpenter, William M. &David G. Wiencek, Asian Security Handbook 2000, Armonk, 2001, p.368.
(10) Zhao Suisheng (ed.), Chinese Foreign Policy "Pragmatism and Strategic Behavior, Armonk, 2003, p.336.
(11) Buckley, Roger, The United States in the Asia-Pacific since 1945, Cambridge, 2002, p.304.
(12) Guillerm, Alain, Le maître de la mer et le maître de la terre, Chine-USA XXIe siècle, Lettrage Distribution, 2002, p.177.
(13) Vogel, Stephen, US-Japan Relations in a Changing World, Washington DC, 2002, p.272.
(14) Flouzat, Denise, Japon éternelle renaissance?, PUF, 2002, p.464.
(15) VVAA, LâAsie demain "Permanences et mutations, LâHarmattan, 2003, p.236.