Un análisis de Alfredo Toro Carnevali

El comercio ilegal de las drogas

El comercio ilegal de las drogas es junto con las armas y el petróleo, una de las tres industrias más lucrativas del mundo, con un ingreso que oscila entre los 300 y 500 mil millones de dólares anuales. La globalización con su incremento masivo en turismo y desregulación así como las revoluciones en telecomunicaciones, transporte y tecnologías de la información que la han acompañado, han dado un gran respaldo a esta industria. A pesar de esfuerzos multimillonarios por parte de cientos de Estados por prohibir la producción, distribución y consumo de drogas, el negocio está tan boyante hoy en día como en cualquier otro momento de su historia.

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El comercio ilegal de las drogas es junto con las armas y el petróleo, una de las tres industrias más lucrativas del mundo, con un ingreso que oscila entre los 300 y 500 mil millones de dólares anuales. La globalización con su incremento masivo en turismo y desregulación así como las revoluciones en telecomunicaciones, transporte y tecnologías de la información que la han acompañado, han dado un gran respaldo a esta industria. A pesar de esfuerzos multimillonarios por parte de cientos de Estados por prohibir la producción, distribución y consumo de drogas, el negocio está tan boyante hoy en día como en cualquier otro momento de su historia.

Esfuerzos por erradicar los cultivos han fracasado. La intercepción de drogas en la frontera son una tarea cuesta arriba. Estudios de la Oficina de las Naciones Unidas para las Drogas y el Crimen estiman que para tener un impacto en el consumo de heroína es necesario interceptar un 75% de las drogas que cruzan las fronteras, pero la mayoría de los países no logra confiscar más del 10% de los cargamentos. En Estados Unidos, hasta 82% de los arrestos por drogas son por posesión, no por venta o manufactura, y la mitad de ellos por marihuana, ni siquiera por otras sustancias más fuertes.

Muchos creen que la solución está en una aplicación más robusta de la prohibición, pero según Sue Pryce, profesora de Relaciones Internacionales de la Universidad de Nottingham, autora del libro Fixing Drugs (Macmillan, 2012) y madre de un adicto a la heroína, los costos de una aplicación exitosa de la prohibición, tanto en términos monetarios como de derechos humanos serían demasiado altos. Para Pryce, la prohibición no funciona y además tiene efectos secundarios adversos, como el surgimiento de una compleja y sofisticada red internacional de bandas criminales, el desplazamiento involuntario de miles de personas, daño ambiental y problemas de salud causados por drogas de dudosa pureza e impredecible potencia.

Sí, como dice Pryce, los esfuerzos por prohibir el consumo de las drogas han fracasado y además traen consigo graves problemas ¿Qué opciones tenemos?

Según Pryce existen múltiples opciones, que van de menor a mayor. En primer lugar,  en vez de penalizar las drogas, los Estados podrían emplear una política de reducción del daño, encaminada a suavizar las consecuencias sociales, económicas y de salud que el consumo de drogas puede tener en los usuarios, sus familias y comunidades. Incluye la prescripción de drogas sustitutivas para los adictos, como la metadona, distribuir inyectadoras limpias, o incluso prescribir pequeñas dosis médicas de las drogas a las cuales las personas son adictas. Países como Reino Unido, Australia, Canadá, Holanda y España han puesto en práctica este tipo de programas.

En segundo lugar, los Estados podrían descriminalizar la posesión y consumo de drogas para fines personales. En 2001, Portugal se convirtió en el primer país en descriminalizarlas. En lugar de ir a la cárcel, los usuarios de drogas deben presentarse ante un panel de profesionales médicos, abogados y trabajadores sociales. Los traficantes siguen siendo multados y apresados. Varios países en Suramérica han tomado medidas similares.

Si bien estas dos estrategias (la reducción del daño y la descriminalización) pueden reducir los daños de salud asociados al consumo de drogas, no atienden otros problemas vinculados a la producción, distribución y comercio de estas sustancias, a saber: las redes criminales, el desplazamiento poblacional y el daño ambiental. Siendo así las cosas, los Estados podrían optar por una tercera opción: legalizar la producción, distribución y comercio de las drogas. En teoría, así se solucionarían aquellos efectos adversos que más impactan a gobiernos y sociedades.

Sue Pryce es cautelosa en su respuesta. La legalización podría funcionar, siempre y cuando se introduzca de manera lenta y cuidadosa, pero antes debemos atender una serie de preguntas fundamentales:

¿Cómo se pasaría de la actual cadena ilegal de producción, distribución y comercio a una cadena legal? ¿Se decretaría una amnistía a favor de los traficantes de drogas y se les permitiría hacer la transición hacia una industria legítima? ¿Aceptarían los ex traficantes márgenes de ganancia mucho menores? ¿Acaso la industria farmacéutica usaría su músculo para apoderarse del mercado? Es muy probable que los criminales no dejen de ser criminales y posiblemente pasen de la venta de drogas a otros rubros ilegales como el armamento, la trata de blancas y el secuestro. Aún habría pandillas y carteles y el crimen no desaparecería. Quizás la ganancia más significativa estaría en la salud de los consumidores que recibirían drogas más limpias y dosis apropiadas. Además con una baja en los precios, se reducirían los crímenes de aquellos que roban para adquirirlas.